Borrar
Maite Bartolomé
La vida crece despacio en Olako

La vida crece despacio en Olako

Zaira del Río e Ignacio López gestionan un vivero de verduras criadas de acuerdo a las normas ecológicas

gaizka olea

Jueves, 1 de enero 1970

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

A veces, los proyectos personales van más rápido que la realidad que los rodea. Zaira del Río lo sabe por propia experiencia desde que hace 12 años ideó la puesta en marcha en Llodio de un vivero de hortalizas cultivadas de acuerdo con la normativa ecológica, un plan que materializó en solitario dos años más tarde. «Me anticipé mucho –confiesa–, las instituciones no estaban preparadas, el mercado crecía muy lentamente y los productores seguían comprando plantas convencionales a precios más bajos». Estos diez años complicados se han saldado, sin embargo, con éxito, aunque muchas cosas han cambiado por el camino. Zaira ya no está sola, sino que comparte oficio y vida con Ignacio López y el proyecto diseñado para una única persona tiene que generar ingresos para pagar tres salarios en una actividad que se ralentiza de septiembre a febrero, algo que alivian con cursos para diseño de huertas y con el asesoramiento a agricultores profesionales.

Olako

  • Web olako.es.

El destino, como bien sabían los clásicos, es algo ingobernable. Sólo así se puede entender que una ingeniera agrícola gallega y un capataz forestal de Getafe encaminen sus pasos hasta Llodio y se encuentren allí. El vivero, bautizado como Olako, como el barrio que lo acoge, se alza en una ladera a media altura, con buenas vistas del valle y protegido del errático viento sur por unos árboles de gran porte. En verano, cuando apenas sopla la brisa, se alcanzan temperaturas de hasta 50 grados dentro del invernadero, pero eso ya lo sabía Zaira.

También sabía que hace una década no había en Euskadi invernaderos especializados en plantas ecológicas y que los cambios en la filosofía de los jóvenes agricultores favorecerían la demanda. «En esto de los viveros vivimos un boom, pero lo que veo es que muchos abren y en poco tiempo se ven obligados a cerrar. Ahora estamos cinco», asegura. Pero el paso de la ciudad al campo de unos cientos de voluntariosos nuevos baserritarras ha cambiado el panorama con el beneplácito del consumidor.

Los ritmos naturales

Frente a las plantas que, tratadas con sustancias como el cobre, detienen su crecimiento, Zaira e Ignacio respetan los ritmos naturales de la vida, y su género crece enriquecido por los nutrientes de la tierra. Frente a la turba inerte de una plantación convencional, la de Olako es generosa en microorganismos (hongos y bacterias). Y esas minúsculas formas de vida continúan su labor en las huertas, ya que las plantas se insertan en la tierra con su cepellón. «Los microorganismos trabajan para la planta, que sin ellos no consume los nutrientes precisos».

Olako produce y vende unas 50 especies hortícolas, la mayoría muy conocidas (lechugas, cebollas, tomates, puerros), pero también kale (un tipo de col), rábanos, nabos o género tan exótico como su nombre: el pepino limón o la diminuta sandía ratón. Además de plantas auxiliares como tomillo, romero y otras, que «modifican el sabor de las hortalizas y se convierten en el hábitat de algunos insectos, de modo que ayudan a las plantas». Y todo viene bien cuando, por una decisión que tiene que ver con una forma de vida, se suprimen del proceso de producción herbicidas o insecticidas. «En una explotación ecológica es más complicado el control de las plagas y las enfermedades, porque eso es lo que hacemos: controlar, no exterminar. Todo depende de la prevención», explica Zaira del Río.

Cerrar el círculo

La ingeniera agrícola cree que lo más satisfactorio de su oficio es que «conseguimos cerrar el círculo: cultivamos plantas y vemos cómo crecen y producen alimentos». Zaira presenta a su compañero Ignacio como «productor» y en su huerta de Zeanuri florecen las maravillas de la naturaleza que dan sus primeros pasos en el invernadero. «Este es una tarea complicada, porque buena parte de los baserritarras tienen el amparo del sueldo fijo de su pareja, que trabaja en otra cosa», explica. Y otro tesoro que a un urbanita le resultará inexplicable pero que emociona a Zaira: «hay gente mayor que de vez en cuando nos trae semillas de variedades tradicionales que han ido cuidando año tras año. Así hemos conseguido dos variedades de tomate y una de pimientos de asar de Llodio, que están perfectamente adaptadas a las condiciones de la tierra y el clima del valle».

Y eso, junto a los plazos de crecimiento, son la clave de una producción respetuosa con la naturaleza. «Las hortalizas maduran a su ritmo, de modo que sacan los azúcares y se refuerza el sabor. Eso es importante», remacha Zaira, antes de despedirse con una frase que encierra toda su sabiduría: «no queremos cambiar a toda la sociedad, sino atender a quienes sí quieren cambiar».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios