Jantour | Productores

El profesor de psicología que cultiva kiwis en un viejo caserío de Orozko

Un profesor de la UPV Eduardo Rubio y su familia cultivan kiwis en un barrio de Orozko, beneficiándose del intenso frío de los inviernos y el sol que ilumina la plantación casi todo el día

Martes, 1 de febrero 2022, 00:26

Los prados situados en la umbría mantienen a mediodía una fantasmagórica capa blanca de escarcha en el valle que conduce desde Zubiaur, el principal núcleo de población de Orozko, hasta Artea. El termómetro no pasa de los tres grados, pero en el barrio de Arrugaeta, como en los orientados hacia el sudeste el sol luce desde primeras horas de la mañana y resulta grato. Allí aguardamos a Eduardo Rubio Ardanaz en un silencio absoluto, hasta que un ganadero que lleva en su tractor hierba para el ganado se detiene a nuestro lado.

Publicidad

Mendiko Kiwia

–¿Esperas a alguien?

–Sí, a Eduardo, el de los kiwis.

–Kiwis... si le hubieran dicho a mi abuelo que iban a plantar kiwis aquí pensaría que nos hemos vuelto locos –responde con una sonrisa.

Pero no, no nos hemos vuelto locos, o no demasiado. Además, uno espera que un profesor universitario conserve la cordura necesaria para no meterse en proyectos insensatos, y Eduardo Rubio, profesor de Psicología Social en la UPV, parece una persona prudente. Hace años, él su esposa Fang Xiao, geógrafa asentada desde comienzos de siglo en el País Vasco y miembro de la sociedad de Estudios Chinos Lu Xun, compraron un descomunal caserío de unos 400 años abandonado en Arrugaeta y junto a Juan Antonio, hermano de Eduardo, idearon un proyecto para aprovechar una parcela adyacente.

Algo menos complicado

Descartaron tener ganado –«tener animales es un compromiso»– y tras barajar diversas posibilidades, en 2005 se inscribieron en un curso de agricultura de 150 horas y se decantaron por los kiwis, «una especie con menos complicaciones». Pero eso, claro está, siempre es relativo. Ahora mismo están terminando el trabajo de recolección y hay más de 30 cajas esperando que venga el camión para llevárselas. Y ha empezado el proceso de poda, al que casi de inmediato le seguirá la tarea de restaurar las guías, los cables que sostienen las ramas y los tubos de riego, que en muchos casos quedan descolocados e inclinados a causa de la lluvia y los animales, jabalíes y corzos, principalmente.

El cultivo de kiwis, fruta originaria de Nueva Zelanda que ha encontrado en el norte peninsular y especialmente en la comarca de Gernika un estupendo acomodo, es en cualquier caso singular. Eduardo y su familia plantaron hace unos 16 años unos 600 árboles de tres años (tienen una vida útil de 25/30 años), que pasados otros tantos empezaron a ofrecer sus frutos.

La mayoría de los árboles son hembras y hay algunos machos, necesarios para que den fruta. Hacia el verano, 'ellos' dan flor primero y un par de semanas más tarde florecen 'ellas'; la naturaleza y los insectos hacen el resto. Así, «cuando la hembra saca la flor, el macho está preparado», ilustra Eduardo.

Publicidad

Más frío y más sol

Pero, ¿saben diferentes estos kiwis plantados a unos 450 metros de altura respecto a los que se cultivan en Arratzua, la capital vasca del kiwi, casi a nivel del mar? «Yo creo que sí, que los sabores de los recogidos en la montaña son más contrastados», subraya el profesor de Psicología Social, muchos de cuyos clientes (vende en tiendas y a mayoristas) aguardan con impaciencia la cosecha. ¿La causa? El intenso frío al que aludíamos al principio del texto y la luz del sol, menos presente en los valles casi verticales de Gernika.

Antes de despedirnos, Eduardo nos enseña el caserío en el que algún día espera jubilarse, un edificio monumental en el que destacan las vigas y las columnas de madera sujetas sin clavos, una obra de sabiduría arquitectónica construida para perdurar más allá de la vida de quienes la habitaron.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad