Borrar
La Lotería Nacional de hoy sábado: comprobar resultados del 6 de diciembre
La Sierra de Cantabria o Toloño protege la comarca de las inclemencias meteorológicas. koldo palacios ruiz de bergara

Rioja Alavesa, viñedos viejos y vinos sutiles

Un suelo aparentemente poco propicio, la protección de la sierra y el saber de los agricultores han encumbrado la viticultura de la comarca. La maestría en el cuidado de la viña y en la bodega asombran al mundo con vinos tan poderosos como elegantes

Viernes, 13 de noviembre 2020, 07:57

Comenta

Una pregunta lanzada al aire. ¿Por qué un territorio que produce un escaso 0,2% del vino del planeta es una referencia mundial? O dicho de otra manera, ¿cómo es posible que una comarca que supone una gota de vino en una inmensa barrica destaque hasta alcanzar una cantidad de premios desproporcionada a sus dimensiones? La respuesta es que una combinación de factores difícilmente imitable ha puesto Rioja Alavesa en el mapa, un destino imprescindible para enólogos y aficionados y, en el fondo, para quien quiera conocer cómo un espacio diminuto sabe sobreponerse a las dificultades y extraer de una tierra pobre y árida que se supone prácticamente estéril una cosecha envidiable gracias al apego de sus gentes al terruño.

Porque, en tiempos de técnicos, expertos, tecnologías de última generación y palabras en inglés (know how, marketing, cluster, stock...) conviene recordar que viticultura es agricultura, sector primario puro y duro, donde el saber del campesino ha contribuido a plantar, cuidar y mejorar el campo: lo ha conservado en etapas de crisis y le ha sacado todo el partido posible cuando el viento soplaba a favor. Ellos sabían hacer vino antes de que llegaran los técnicos.

Ignacio Gil, de la bodega SYC de Mitarte, en su viñedo singular de Labastida. Igor Martín

Conviene fijarse primero en el espacio, esas 13.500 hectáreas de viñedo productivo censadas en la comarca, la mayoría de suelo arcilloso-calcáreo, y terrenos aluviales en la proximidad del río Ebro. Todo ello, en un desnivel que va desde los 800 hasta los 400 metros de altura que mira al sol. Son los «viñedos carasoles», como los llama Antonio Remesal, ingeniero agrónomo, funcionario del Servicio de Viticultura y Enología de la Diputación Foral de Álava y autor de varios libros sobre el tema.

A ello se une la barrera de la Sierra de Cantabria, que protege la comarca de las lluvias y vientos del norte. «Los riachuelos que descienden de la sierra ayudan a crear ecosistemas de una variedad extraordinaria», añade. Es el territorio del tempranillo, la variedad reinante de Rioja Alavesa, pues se cultiva en 12.000 de las 13.500 hectáreas; quedan 1.000 hectáreas para la viura y en el resto hay graciano, garnacha, mazuelo, malvasía, maturana blanca (una uva autóctona), chardonnay o riesling.

Javier San Pedro, de la bodega del mismo nombre de Laguardia, remueve la uva. Blanca castillo

Luego está la mano del agricultor, que «ha conseguido salvar el viñedo en condiciones meteorológicas durísimas», añade Remesal, y que con la experiencia acumulada desde finales del siglo XIX, cuando se introducen las técnicas bordelesas, ha llevado al tempranillo «a su máximo esplendor», gracias, sobre todo, a los viñedos viejos, de más de 30 años y raíces profundas para aprovechar hasta la menor muestra de humedad.

La maceración carbónica (prensado de la uva entera, sin despalillar) es, a su juicio, «un sistema único» utilizado con éxito en pocas partes del mundo. «Es la consecuencia de 400 años de selección», opina Miguel Larreina, doctor en Ciencias Químicas y máster en Viticultura y Enología, que permite a la comarca poner en la copa «vinos poderosos, muy redondos», con tanino, justo en la corriente de lo que se demandó desde Vitoria y la pujante Bilbao hace más de un siglo. Caldos con mucho cuerpo y color, con la lágrima debida a la maduración, que Rioja Alavesa podía ofrecer gracias al tempranillo y a la buena mano de los viticultores, con maduraciones homogéneas y una «perfecta evolución» en las barricas y más tarde, en la botella.

Recogida de la uva en un viñedo alavés.

A eso se añade la gran dispersión de propietarios, parcelas y bodegas, que permite a los viticultores aplicarse el refrán de que «cada maestrillo tiene su librillo», en palabras de Larreina. «Son 30.000 parcelas y es posible apreciar diferencias sutiles, localizar vinos de pago, de alta expresión y una acidez equilibrada». «Los grandes vinos los elaboran los grandes viticultores, esta no es una profesión para aficionados. La verdad, los enólogos no tenemos un gran papel en Rioja Alavesa, aunque sirvamos para evitar problemas y salvar tropiezos».

El fruto de tanto trabajo, tiene su origen en el viñedo, «que llama la atención desde Francia hasta Australia; es lo que marca la calidad de los vinos». Eso, y el conocimiento que permite que nueve de cada diez vendimias «sean sanísimas» y el proceso, sometido a un control exhaustivo desde la recogida de la uva hasta las tareas en la bodega.

El sumiller Iñaki Suárez respalda esa tesis y subraya «la importancia del matiz, el detalle que permite a un pequeño territorio ser objeto de atención. Desde Lanciego hasta Labastida es posible realizar una interpretación sensorial de la diferencia de sus vinos. La forma de hacer vino en Rioja Alavesa no es exclusiva, pero es fundamental». En esa búsqueda del matiz se encuentran las nuevas ordenanzas reguladoras, que buscan acotar el espacio desde las grandes propiedades, hasta los viñedos singulares, pasando por los viñedos de zona.

Cientos de botellas aguardan su momento óptimo de crianza.

Esos viñedos singulares (de más de 35 años, tratados con técnicas sostenibles por sus propietarios, que desarrollan un control total de todo el proceso, en torno a los 5.000 kilos de uva por hectárea...) serán la bandera de los nuevos vinos, «los de calidad superior». Y ahí entra de nuevo en juego el tempranillo, el oro negro del territorio, con su capacidad de desarrollar caldos «elegantes y sutiles, con un maravilloso margen para el envejecimiento», explica el sumiller.

Y eso lo dominan bien los viticultores alaveses, pioneros en la elaboración de vinos de altísima calidad en España, con una sabia combinación de técnicas tradicionales y modernas. «Hay que dar valor a la tradición y respetarla, pero sin dejar de mirar a la vanguardia, al futuro», aconseja Suárez.

Estamos ante un universo que busca en la diversidad su futuro, en el que la diferencia es la clave para sobrevivir y, por encima de eso, de la mera subsistencia, para dejar huella, un rastro, como la lágrima que se desliza lentamente por la pared de cristal de una copa. Y de eso hablaremos la próxima semana con sus protagonistas.

Los esfuerzos del clérigo

Estas líneas van dedicadas a un personaje esencial para la cultura del vino, aunque sus esfuerzos (al contrario de los de Jean Pineau, el experto fichado por el marqués de Riscal para importar las técnicas de Burdeos) no se vieron recompensados con el éxito. El clérigo Manuel Quintano, descendiente de una poderosa familia de Labastida, canónigo y deán de la catedral de Burgos, viajó a Francia en 1785 (casi un siglo antes del proyecto del marqués de Riscal) para traer a Rioja Alavesa las técnicas de moda en la región vitivinícola más importante del mundo. Selección de variedades, limpieza absoluta, mejores cuidados de viñedo, separación de raspones en vendimia, utilización racional de la prensa, desinfección... aquello parecía que funcionaba y los vinos de la familia incluso viajaron a América, pero otros propietarios lograron detener la actividad exigiendo normas de producción iguales para todos.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo Rioja Alavesa, viñedos viejos y vinos sutiles

Rioja Alavesa, viñedos viejos y vinos sutiles