Desde hace algunos años a la Unión Europea se le describe con acierto como «un herbívoro en un mundo de carnívoros». Esta manera gráfica de ... hablar de los países europeos no solo subraya la mentalidad pacifista extendida y la falta de capacidades suficientes en el ámbito de la seguridad y la defensa. También se refiere a la nueva era geopolítica de las rivalidades, en la que las grandes potencias hacen del uso o la amenaza de la fuerza una herramienta habitual y dejan atrás un mundo basado en reglas. Estados Unidos y China se disputan la hegemonía global, negocian esferas de influencia y debilitan los ámbitos multilaterales que han servido para proveer de bienes públicos globales durante décadas. Rusia es en esta descripción selvática el vecino más peligroso de los europeos, por su revanchismo y empeño de desestabilizar como estrategia para encontrar su sitio en el mundo. Lo hemos visto hace pocos días con el ataque de drones a Polonia, un hostigamiento que pone a prueba la solidaridad de los socios comunitarios.
Publicidad
Sabemos cómo terminan los herbívoros cuando abundan cada vez más los carnívoros y no tienen protección. La pregunta a la que los europeos deben responder a corto plazo para evitar la extinción -es decir, ser sujeto y no actor global- es si están dispuestos a tomar el destino en sus manos, transformar sus economías y reformar sus ineficientes defensas. Tras la cumbre de La Haya este verano ha quedado claro que Estados Unidos no seguirá garantizando y financiando la seguridad continental, por mucho que aumenten las contribuciones europeas a la OTAN. La mentalidad de repliegue de Donald Trump va unida a un unilateralismo agresivo, que busca monetizar el apoyo a un aliado, explota las interdependencias y revisa cada poco tiempo las condiciones de cualquier pacto.
Faltan dirigentes que digan a sus votantes que no hay soluciones fáciles, propongan medidas para hacer sostenibles las cuentas públicas y expliquen las ventajas de nuevas prioridades como la inversión en defensa. El problema europeo ya no es el diagnóstico, sino la ejecución de planes bien conocidos y respaldados por los partidos moderados. Enfrente, las formaciones antieuropeas de distinto signo ideológico solo ofrecen cerrar sus países y frenar el proceso de integración, justo cuando más se necesita en nuevos ámbitos (tecnología, energía, seguridad y defensa, política industrial). Durante la crisis del euro, Jean-Claude Juncker decía: «Sabemos lo que tenemos que hacer, el problema es cómo ganar después las elecciones». Pero la receta más segura para perderlas es no defender las políticas que afianzan los valores occidentales en un mundo peligroso.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión