«Trump tuvo mucha suerte. Para alguien entrenado, un disparo a esa distancia es asequible»
EL CORREO habla con dos tiradores de élite de las Fuerzas de Seguridad y el Ejército. Ambos coinciden también en que se produjo un gran fallo de seguridad en torno al expresidente norteamericano
Cuatro días después del atentado contra Donald Trump, las incógnitas sobre el intento de magnicidio siguen sin despejarse. ¿Qué llevó a Thomas Matthew Crooks a ... disparar hasta en ocho ocasiones al expresidente estadounidense? ¿Cómo es posible que no fuera detectado por el Servicio Secreto? ¿Por qué la escolta tardó tanto en llevarse al magnate? Pese a las intensas pesquisas del FBI, que ha investigado a fondo al autor de los disparos, se desconocen todavía los motivos que impulsaron al joven de 20 años a un ataque que Estados Unidos no recordaba desde el sufrido por Ronald Reagan en 1981. Entonces, una bala de rebote hirió al entonces presidente; este pasado sábado, Trump sufrió un rasguño en su oreja derecha. Esta falta de respuestas ha abierto la puerta a teorías de todo tipo, desde la conspiración para acabar con la vida del magnate, abonada por la extrema derecha, a la maquinación para impulsar todavía más las opciones del multimillonario de regresar a la Casa Blanca, alimentada por sus rivales de izquierda. En las últimas horas incluso ha aparecido la pista iraní, que buscaría venganza por la muerte del comandante Qasem Soleimani en enero de 2020 en un ataque ordenado por Trump.
«Tuvo mucha suerte. Para alguien entrenado, un disparo a unos 150 metros es asequible», explica a EL CORREO un tirador de las Fuerzas de Seguridad con 20 años de experiencia. «Para alguien que haya pegado más de cuatro tiros no tiene ningún problema. En el Ejército español se pide hacer blanco a 300 metros y hemos llegado a alcanzar los 2,7 kilómetros», añade un instructor de tiro de las Fuerzas Armadas con más de tres décadas de experiencia.
A Crooks se le suponía entrenado en estas lides. Pese a que nunca fue admitido en el equipo de tiro de su escuela, era socio de un campo de tiro emplazado a media hora de distancia en coche. Allí pudo entrenar su puntería con blancos situados hasta 200 metros. Su padre tenía más de una docena de armas legales, entre ellas el AR-15 que utilizó el pasado sábado. Este arma -«es más una plataforma que permite todo tipo de variaciones»- es muy popular en Estados Unidos. Se calcula que uno de cada 20 adultos tiene una. Sus ventajas, «un sistema de funcionamiento muy sencillo, es muy ligero -poco más de 3 kilos- y cuenta con muchos y muy baratos complementos», dice el experimentado militar.
Viento, solo, humedad, nervios…
¿Qué es lo que pudo suceder entonces? «Parece fácil pero no lo es. El disparo es lo último», explica el instructor. «Influyen muchos factores. El nerviosismo, porque no es lo mismo disparar a una figura inerte o un objeto que a una persona; el viento -pueden soplar ráfagas o no ser el mismo donde se sitúa el tirador y donde se encuentra el objetivo-; el sol -le daba en el ojo derecho, el del disparo-; la temperatura; el canteo -que el bípode donde se apoyaba estuviera bien colocado-...», asegura el especialista policial, que añade un factor más: el arma tenía que estar bien calibrada. «Con el arma tal cual no se le da a nada. Hay que prepararla para la distancia a la que se vaya a disparar, tener en cuenta los centímetros que separan el cañón de la mira, ajustar esta, el tipo de bala… Todo esto los cazadores en Euskadi lo tienen más que superado. Lleva una mañana». Incluso existen apps gratuitas para ajustar los valores.
Aunque Trump aseguró que le salvó un giro de su cabeza en el último instante, ambos expertos apuntan más a la «deriva, la desviación a la derecha o a la izquierda, porque el alcance, el arriba-abajo, era el correcto». «Pudo ser un error de juventud, haber visto muchas películas en Netflix o haber jugado mucho al Call of Duty. Cuando se dispara a la cabeza, se apunta siempre a la glándula oblongata, situada más o menos detrás de la nariz y la boca. Pero es más seguro hacerlo al pecho. En ese caso habría acertado dos o tres veces casi seguro», explica el policía. «Siempre disparamos al centro de masa, al cuerpo. Blanco grande, error pequeño», corrobora el militar.
Inexplicable fallo de seguridad
«La verdadera cuestión es cómo es posible que alguien trepara con una escalera a un tejado armado con un rifle y no fuera visto ni por los policías ni por los agentes del Servicio Secreto desde otro tejado a 100 metros de distancia. Es un fallo de organización total. Son errores de libro», subraya el especialista policial. «¿Dónde estaban los drones?», se pregunta. El instructor comparte esta opinión: «Los dispositivos de seguridad tienen tres anillos: el de protección inmediata -los escoltas que se abalanzaron sobre Trump-, el de seguridad y bloqueo, y el exterior. Alguien falló en estos dos últimos».
En el centro de la crítica está Kimberly Cheatle, directora del Servicio Secreto. Desde la extrema derecha se la ha criticado por la inclusión de mujeres en la escolta de Trump al no poder cubrir del impacto de una bala dirigida al candidato republicano, que mide 1,90 metros -»Tener una persona pequeña como cobertura corporal para un hombre grande es como llevar un bañador pequeño en la playa: no cubre el tema», ha dicho Elon Musk- y por el papel de una de ellas, que no pudo enfundar su arma en el momento de introducir al magnate en el coche. También se la ha vilipendiado por haber trabajado como jefa de seguridad de Pepsi obviando su experiencia de dos décadas en el Servicio Secreto. Cheatle ha asegurado que el control del cobertizo al que se subió Crooks era responsabilidad de la Policía de Butler, la localidad de Pensilvania donde se desarrolló el mitin. Incluso ha apuntado que los agentes podían estar en el interior mientras el joven subía a la parte superior. Testigos de los hechos aseguraron que avisaron a los policías. Al parecer, uno de ellos se asomó para comprobarlo, pero reculó al ser encañonado.
«Tenían que saber en cada momento quién estaba en cada sitio y por qué», insiste el instructor del Ejército. Incluso en el caso de que no se podría haber apostado a ningún tirador policial en ese tejado - «como en las vías ferratas, se pueden instalar líneas de vida para poder apostarse en techos»-, se puede «saturar» la zona con patrullas, añade el agente de las Fuerzas de Seguridad.
Este fue el principal error, pero no el único. Tras los disparos, los escoltas se abalanzaron sobre Trump. «Tirador abatido, tirador abatido. ¿Podemos movernos? Despejado, despejado», se les escucha decir en un audio. «¿Y si llega a haber habido un segundo tirador?», se preguntan ambos expertos. La estrategia de proteger con sus cuerpos tampoco es garantía de seguridad. «Las balas del tipo AP (siglas en inglés de perforadoras de blindaje) puede atravesar el chaleco antibalas, el cuerpo de los escoltas e impactar en el objetivo». Fallaron también «en la reducción del VIP -Trump insistió en llevarse sus zapatos- y en el traslado». Y, por último, la bandera que aparece en la foto que ha pasado ya a la historia: «A un tirador le sirve para saber desde dónde sopla el viento».
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