El nuevo embajador de EE UU en México agita el fantasma de una intervención militar
Ron Johnson, exmiembro de la CIA, despierta preocupación entre las autoridades aztecas por su siniestro historial en otras operaciones en Latinoamérica
La llegada del nuevo embajador de Estados Unidos a México, Ron Johnson, ha causado gran inquietud entre los círculos políticos del país azteca, que miran ... con desconfianza la figura del exmiembro de la CIA por su siniestro historial en momentos cruciales de Latinoamérica y la creencia de que cuando él está «pasan cosas». La preocupación de que la Administración de Donald Trump pueda estar preparando el escenario para una intervención militar unilateral contra su vecino, una idea que el jefe de la Casa Blanca ha dejado flotar desde su campaña presidencial, ha aumentado en los últimos meses.
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La creación de una serie de «crisis» por parte del actual Gobierno estadounidense para intensificar la presión sobre el vecino del sur apunta en esa dirección: duras tarifas arancelarias, criminalización de la inmigración ilegal, la denominación de los cárteles de droga como «organizaciones terroristas», el aumento de tropas en la frontera, acusaciones al Ejecutivo de Claudia Sheinbaum de complicidad con el narcotráfico e incluso el rechazo de entrega de agua del río Colorado a Tijuana.
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Entonces llega Johnson. Apenas unas horas después de aterrizar en Ciudad de México a finales del pasado mayo, y contrario al protocolo diplomático, el nuevo embajador se unió a una cena organizada (en su honor) por el Trump de México, el ultraderechista y excandidato presidencial Eduardo Verástegui, un propulsor abierto de la intervención militar norteamericana para hacer frente a los cárteles.
Según el periodista político mexicano Jesús Escobar, Johnson es un operador «sumamente peligroso», a quien sería un error subestimar. Se trata de alguien salido de los aparatos de Inteligencia militares, entrenado en «generar precisamente caos internos, inestabilidad, y todo tipo de escenarios óptimos para imponer los intereses de EE UU», explica en una entrevista por teléfono para este diario.
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«Ron Johnson define a la perfección el momento que vive EE UU», dice Escobar. «Un hombre sin perfil diplomático, intervencionista, ultraconservador y antidemocrático que ha cuestionado los gobiernos progresistas de América Latina, que no ve con buenos ojos a Lula, que no puede ver ni de cerca a Gustavo Petro».
Un hombre a quien sin duda la biografía le precede. Johnson se inició en la atrocidad de las guerras sucias de EE UU en Latinoamérica durante la guerra civil de El Salvador en la década de los 80. Como boina verde fue uno de los 'asesores' militares de las unidades de contrainsurgencia del ejército norteamericano de las llamadas operaciones de baja intensidad de la CIA, que, tras el desastre de Vietnam, buscaban actuar en un segundo plano. Enviados para «ayudar» al Gobierno salvadoreño a combatir a los movimientos insurgentes, entrenaron a los escuadrones de la muerte en el terror 'crudo' que sembraron entre la población, evitando el uso de munición que pudiera delatar el uso de armamento estadounidense.
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Invasión de Panamá
Johnson aparecería de nuevo en el escenario de la invasión de Panamá por el ejército norteamericano en 1989, que logró la captura del general Noriega, quien había estado en la nómina de la CIA (cuando Bush era el director de la agencia), y que causó la muerte de unos 1.000 panameños, según las cifras independientes.
En los años 90, integrado ya formalmente en la CIA, Johnson reaparecía de nuevo en el escenario a punto de estallar de Yugoslavia, como parte de la campaña de desestabilización, justo en el momento en el que el país se desmantelaba. Un territorio en el que EE UU planeaba ya una gran base de la OTAN para empezar con su movimiento hacia el Este de Europa, cuyas consecuencias nos llevan al presente.
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«[Johnson] es un personaje que llega a México con una encomienda muy clara: defender los intereses norteamericanos cueste lo que cueste, con el intento de que México ceda en cuestiones soberanistas y de recursos naturales», señala Escobar, refiriéndose a los minerales, uranio y petróleo del país.
México es la segunda misión como embajador de Johnson, que carece de formación diplomática, aunque en EE UU no es necesaria para ocupar el cargo. Durante la primera Administración de Trump fue embajador en El Salvador (2019-21), donde se hizo gran amigo del presidente, Nayib Bukele. El hombre al que Johnson llama «su hermano», acusado de haber llegado al cargo con la ayuda de las pandillas de su país que ahora encarcela, actúa también como carcelero de los inmigrantes deportados por el jefe de la Casa Blanca.
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Coincidiendo con su llegada, y en una significativa escalada de presión, la Fiscalía federal norteamericana ha anunciado restricciones de viaje y otras sanciones a destacados funcionarios mexicanos por presunta vinculación con el narco. En su primer anuncio de aranceles punitivos en el país azteca, Washington citó «la alianza intolerable» entre el Ejecutivo de Claudia Sheinbaum y el tráfico de drogas. Una alianza que «pone en peligro la seguridad nacional de EE UU, que debe erradicar la influencia de estos cárteles peligrosos», señala un comunicado.
«Cuando hablamos de narcotráfico hablamos de un ecosistema de redes de crimen organizado conformadas por políticos, empresarios, generales, jueces y, en un menor rango, ya los propios narcotraficantes, con una influencia y una injerencia considerable en muchas entidades de nuestro país. Esa es la realidad», explica Escobar.
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La «lista» incluye a gobernadores, legisladores y políticos del partido de la presidenta Sheinbaum, así como figuras políticas cercanas a su predecesor, el expresidente Andrés Manuel López Obrador, ambos de Morena (Movimiento de Regeneración Nacional).
«Yo no sería capaz de poner las manos en el fuego por ningún miembro del Ejecutivo), con excepción del presidente López Obrador, la presidenta Sheinbaum y Clara Brugada (jefa de Gobierno de Ciudad de México), pero sobre el resto, sinceramente tengo mis dudas. Son décadas bajo el control de estas redes de crimen organizado que fueron parte del Estado criminal que estuvo en el poder hasta 2018», agrega Escobar.
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Sheinbaum, en sus primeros ocho meses en el cargo, ha mantenido la cordialidad y el pragmatismo en sus relaciones con la Administración Trump, aferrada al mantra de «cooperación, sí; subordinación, no». La mandataria rechaza «categóricamente» que su Gobierno proteja a grupos del narcotráfico, como aseguró la Casa Blanca sin presentar pruebas.
Como parte de la cooperación con Washington, el Ejecutivo azteca desplegó 10.000 soldados en la frontera norte, algo más que el número de tropas estadounidenses en el otro lado de la verja, para la contención del tráfico de drogas y la inmigración ilegal. En otros acuerdos, ha permitido vuelos de reconocimiento en la frontera para recabar Inteligencia sobre los movimientos del tráfico de drogas, personas, y migrantes, así como el entrenamiento militar conjunto con el Comando Norte estadounidense.
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Para Jesús Escobar, se trata de un «juego», ya que, según dice, EE UU sabe muy bien lo que ocurre entre los cárteles, a quienes ha utilizado en el pasado para crear inestabilidad en el país. «Es decir, no acaban con los cárteles, no los dinamitaban, sino que generan peleas internas en las que la población sufre la violencia», dice.
Diplomacia o intervención blanda, el especialista en espionaje está ya a cargo de una de las misiones diplomáticas más grandes del mundo, con 3.300 empleados, nueve consulados y nueve agencias consulares. Preguntado sobre las posibles acciones militares que Trump ha insinuado desde su regreso a la Casa Blanca, Johnson respondió: «Todas las cartas están sobre la mesa».
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