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Protestas en Nicaragua. EFE

Cantos de vida y esperanza

Jueves, 5 de julio 2018, 00:26

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En 1905 escribió Rubén Darío un poemario con este título que poco tiene que ver con la situación de la Nicaragua actual. El pasado 18 de abril se inició en el país centroamericano una insurrección pacífica, al menos al principio, y una protesta social contra el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo (enero de 2007), liderada por jóvenes universitarios a la que con el paso del tiempo se sumaron ciudadanos de otros sectores sociales y económicos. Lo que en principio era una simple algarada se ha transformado en enfrentamiento y ha sumido al país en una profunda crisis política, social y económica, tanto por las dimensiones y consecuencias del estallido social como por el grado de represión y terror. Más de dos meses después de su inicio, el descontento se incrementa, tal y como reflejan las numerosas manifestaciones que exigen justicia por los muertos y un cambio de gobierno. Managua está bloqueada y las principales arterias de la capital permanecen cerradas. Los muertos y heridos se suceden en las principales ciudades del país (Estelí, Chinandega, Granada, Jinotega, León, Managua, Masaya, etc.) dejando constancia de una violencia desconocida en la historia reciente nicaragüense. Violencia feroz protagonizada por hordas de esbirros a sueldo que disparan a los manifestantes y que saquean, con el beneplácito de las autoridades, las empresas de quienes discrepan con el régimen tal y como los reportajes gráficos y las fotografías demuestran.

La población asiste atónita ante los métodos represivos utilizados y la cantidad de víctimas que estos están generando en la pequeña nación centroamericana, incluso partiendo de la base y conocimiento del autoritarismo y la corrupción que impregna un Frente Sandinista que antaño encarnó la esperanza de un pueblo y que ahora se manifiesta degenerado y prostituido. Los miles de muertos de la revolución sandinista, que lo fueron para crear un país mejor, sirven ahora de argamasa de un régimen no mucho mejor que el de Somoza. La lucha y las protestas en el país son generalizadas y aparecen encabezadas por los que lucharon en la revolución contra Somoza y los sandinistas depurados por el Frente antes de convertirse en una guarida de autoritarismo y corrupción repartidora de migajas y sobras (comandantes como Dora Téllez Argüello, Hugo Torres, Henry Ruiz, Javier Carrión, Mónica Baltodano; etc.; exministros sandinistas como Sergio Ramírez y el hermano de Ortega, el general Humberto Ortega; los Mejía Godoy; etc.). El control que sobre los medios de comunicación independientes (Canal 100 de Noticias, Radio Darío en León, etc.) ha ejercido y ejerce el Gobierno de Ortega pretende ocultar la realidad de lo que ocurre y convertirla en lo que se dice en los afines (Canales 2, 9, 10 y 11 de Ángel González) o controlados por el Gobierno a través de los hijos del presidente (Canales 4, 6, 8 y 13).

Claro que para justificar la situación siempre podemos echar mano, como hacen los defensores furibundos de la sinrazón, de conspiraciones imperialistas (cuando no campañas de odio) como a las que nos tiene acostumbrados EE UU, pero que en estos momentos, e incluso aunque existieran, no justifican la respuesta brutal frente a unos actores que apelan a la no violencia. Aunque el Imperio siga interactuando en Nicaragua, al igual que en el resto del continente, lo que es una realidad es que el régimen hace aguas y desprestigia sus orígenes y a quienes dieron su vida por cambiar las cosas. Y que no nos confundan nuestras simpatías o antipatías, la denominada familia Ortega-Murillo, utilizando este hipócrita discurso antiimperialista (solidario, cristiano y socialista) ha acumulado riqueza sin cesar, creando un 'imperio económico' en la línea de sátrapas como Somoza y otros dictadores del orbe, desviando masivamente fondos públicos (alimentación, construcción, energía, petróleo, prensa, turismo... Corporaciones Albanisa y Caruna) y recibiendo prebendas y dinero de los grandes proyectos que se llevan a cabo en el país (canal interoceánico de pacotilla). Controlan sin resquicio alguno los poderes del Estado, el partido sandinista se depuró a conciencia, el control comunitario de unos ciudadanos por otros está al orden del día, el acceso a numerosos puestos de trabajo está dirigido con toda desvergüenza a los afectos al régimen, los partidos de la oposición son una pantomima como confirma su pacto con el expresidente Arnoldo Alemán, condenado por corrupción y perdonado tras su colaboración, y son los responsables de la quiebra del Seguro Social.

Por otra parte, recordemos que hasta el 18 de abril, fecha de inicio del movimiento de social, el Gobierno nicaragüense había llegado a un acuerdo con el Gobierno estadounidense asentada en tres puntos principales: servir de muro para emigrantes, apoyar la lucha contra el narcotráfico y mantenerse dentro de los parámetros del neoliberalismo. Aunque en los años noventa del pasado siglo hubo un período de resistencia a las políticas neoliberales que pretendían privatizarlo todo y a la demolición de las transformaciones que había hecho la revolución en ámbitos como la reforma agraria, después de perder las elecciones de 1996 se produjo el giro de Daniel Ortega y el pacto con el entonces presidente, el citado Arnoldo Alemán, para repartirse las instituciones y para entrar de lleno en el capitalismo más extremo. Todo esto son realidades y no conspiraciones. Al menos con tanto valor como las conexiones de diversas fuerzas del país con Washington, que obviamente están presentes. No se trata sólo de una estrategia para crear un clima de violencia tal que resulte intolerable y que obligue al Gobierno de Ortega a renunciar o que desencadene una guerra civil. Se trata también de solucionar las lacras internas para caminar hacia lo que manifestaba Darío en la 'Salutación del optimista': «y en la caja pandórica de que tantas desgracias surgieron/ encontramos de súbito, talismática, pura, riente,/ cual pudiera decirla en su verso Virgilio divino, /la divina reina de luz, ¡la celeste Esperanza!».

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