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Un vermú con mucho soul y mucho sol
El bordelés Alexis Evans ha luchado contra los elementos en la Virgen Blanca, con un concierto que bebía de clásicos como Sam Cooke o el primer James Brown
A lo mejor está feo decirlo aquí, en público, pero los conciertos del Azkena Rock Festival en la Virgen Blanca siempre han tenido un puntito de revancha, como si fuesen un incruento golpe de estado del roquerío. Por un par de mañanas, estas gentes del rock se convierten en mayoría y dominan las calles, como compensación a ese resto del año en el que tienen que reconocerse en mitad de una multitud ajena y a veces hostil. Hoy, después de dos años en blanco, daba mucho gusto ver cómo se iba recomponiendo la comunidad, fiel a la llamada: las camisetas de Ramones, Black Sabbath y Stooges (y también las de Más Birras, Pájaro o Porco Bravo) desfilaban por el 'paseo de la fama' de Postas como si fuese el camino de baldosas amarillas que conduce al corazón de Oz, en este caso una feliz utopía roquera que apenas dura unos días.
El de hoy ha sido un vermú de mucho sol y mucho soul. Lo primero casi ni hay que explicarlo: en el centro de la plaza hacía tanto calor que sudaban las estatuas, y uno miraba con cierta envidia a los críos que chapoteaban en los surtidores del suelo. ¡Qué mérito tenían hoy los ultraortodoxos del rock, esos que dicen un no rotundo al pantalón corto! Hasta Alexis Evans y su banda, que en las fotos promocionales aparecen coquetamente trajeados, han salido al escenario con camisas de manga corta, chulas pero fresquitas, aunque lo más ajustado al día habría sido rescatar del armario el taparrabos a lo Ted Nugent.
Alexis y sus cinco músicos han arrancado con un 'She Took Me Back' que bebía de Sam Cooke y un 'Chocolate Seller' que remitía al primer James Brown y ha quedado claro que este hombre es un fenómeno confundiendo las expectativas espacio-temporales de sus oyentes. Si hoy hubiésemos trasladado a la Virgen Blanca a un aficionado inadvertido y con los ojos vendados, seguramente habría creído estar escuchando un repertorio de clásicos menores de la Stax o de alguno de los otros sellos que impulsaron la explosión soul. Y, por supuesto, en la imaginación de nuestro 'espectador a ciegas' se habría dibujado un vocalista afroamericano, quizá un veterano que estaba recuperando sobre el escenario aquellos pelotazos que en su momento debieron convertirle en estrella. Pero qué va, el bueno de Evans es un blanco de Burdeos (dicho así suena a vino, sí), un vivaz treintañero de padre inglés que reproduce los códigos de aquel soul eterno y los incorpora a sus composiciones propias. Son canciones nuevas pero clásicas, una de esas combinaciones ganadoras con el público del Azkena.
Sombreros mexicanos y pistolas de agua
Ha habido baladas tórridas de herencia Otis Redding con órgano susurrante y sugerente (lo de 'tórrido' es un adjetivo tópico para los lentos del soul, pero por suerte no es literal y no suben aún más la temperatura) y números que se adentraban en el funk psicodélico, con la guitarra del propio Evans y el órgano empeñados en fraseos simultáneos y los metales puntuando machacones. Era música que habría funcionado genial en un club oscuro, pero en la plaza luchaba contra los elementos. «¡Es caliente como la puta madre!», ha sentenciado en castellano fronterizo el vocalista, y se refería al día, no a una de sus composiciones. Y un par de canciones después ha sucumbido a la duda: «¿Hace demasiado calor para bailar?».
Seguramente sí. En la batalla entre el soul y el sol, este tenía las de ganar. Aunque la mitad del público se ha aventurado osadamente al centro de la plaza al comenzar el show, el resto se ha mantenido en la franja lateral de sombra. Pero, ay, esta cada vez se hacía más estrecha, como la playa cuando sube la marea, y los resistentes que seguían allí a mitad de concierto empezaban a parecer lagartijas adheridas a la pared. Hasta había un grupo que aprovechaba la exigua sombra del letrero de Vitoria Gasteiz, y ya solo les faltaba reproducir con sus cuerpos la forma de las letras. Frente al escenario se veían muchas gorras, cuatro paraguas reconvertidos en parasoles, un sombrero mexicano multicolor y un tipo, bendito sea, que rociaba con una pistola de agua XL las cabezas de los recocidos espectadores. Incluso ha regado, a demanda, alguna axila. Pero, ojo, tampoco faltaba un caballero admirable con chaleco de cuero y gintónic en copa de cristal, irreductible frente a la relajación indumentaria que traen los festivales y las olas de calor.
Al cabo de una hora justa, Alexis Evans, que ha aprovechado para presentar varias canciones de su próximo álbum, ha puesto el punto final con uno de sus mejores temas, 'I Made A Deal With Myself'. Ha sido el momento musicalmente más animado, con un extenso desparrame que combinaba turbulencias guitarreras, radiaciones del espacio exterior procedentes del órgano, gemidos a lo James Brown y pasajes que evocaban a Steve Winwood, y el público se ha sumado a dar palmas. Después, algunos que todavía eran capaces de gritar han pedido bises. «¿Queréis una más, dos más, tres más...? Vale, una más», se ha cortado Evans. Al final han sido dos, con un resultón instrumental de la escuela Blue Note como cierre, y el artista ha invitado al público a comprarle algún disco y «sudar juntos».