Si los más jóvenes dejan de invertir su tiempo en sus tareas habituales... ojo, las redes sociales pueden estar detrás
Un 33% de los estudiantes de ESO estarían comenzando a desarrollar un problema real debido al abuso de pantallas
Un chaval pasa a diario casi las mismas horas enganchado al móvil que en clase o durmiendo. Vamos, que si tenemos en cuenta que, en teoría, deberían destinar ocho horas al descanso y otras ocho las pasan en clase, las restantes las gastan prácticamente en su totalidad delante de esas pequeñas pantallas. Es decir, poniendo un ejemplo práctico, si nuestro día lo dividiesemos en un quesito de tres porciones, la red se está comiendo cada vez más cacho de la rutina de nuestros peques. Pero eso no es lo peor. La realidad nos demuestra, lo que es aún más alarmante, que en algunos casos internet amplía su 'banda ancha' a costa de las otras dos porciones. Se engancha a la fibra de los chavales descargando en algunos casos, además, cuadros graves. Más de un 11% de los jóvenes que sufren adicción a las redes sociales derivan en una depresión.
Y el peligro ya nos aceha. Un 33% de los estudiantes de ESO estarían comenzando a desarrollar un problema real con el uso de Internet y las redes sociales. Basta con un simple ejercicio para corroborar si nuestro peque (los padres también pueden mirarse en este 'espejo) se asoma al avismo. Desbloquee su dispositivo móvil y revise las horas que ha destinado en el último día a las redes sociales; empezando por la más consultada, como podrían ser Facebook o Instagram, pasando por Youtube o Twitter y terminando en las más recientes como podrían ser Tik Tok o Twitch. Un amplio abanico que consume nada más y nada menos que más de cinco horas de su día a día. Según el estudio sobre el impacto de la tecnología en la adolescencia elaborado por Unicef, el 31,6% de los jóvenes de entre 11 y 18 años destina más de cinco horas al día a internet.
¿Por qué? Por una sencilla razón, porque creen que la realidad se corresponde a los que ven al otro lado de la pantalla. Y claro, el no conseguir asemejarse a esos 'influencers' o creer que su vida está lejos de lo que su entorno muestra lleva a muchos jóvenes a la depresión, a no estar contentos con su vida. Un ejemplo muy común se puede ver en Instagram, donde las personas a las que siguen los chavales pueden llegar a conseguir transformar y moldear su forma de ser y su vida, 'engañando' en cierto modo al resto. En el rango de 13 a 18 años es donde más fuerte late este tipo de cuadros depresivos.
Ese reloj de dependencia a la red echa aún más humo cuando llega el fin de semana. El sábado y el domingo la cifra se dispara a la mitad -¡uno de cada dos!-, cuando cierran por completo los cuadernos y queman sus 'smartphones'. La penetración de las redes sociales entre los perfiles jóvenes (16-24 años) ya alcanza el 92%, tal y como revela un estudio elaborado por IAB Spain, la mayor asociación mundial de comunicación, publicidad y marketing digital. Y detrás de esos datos se esconde el fin con el que abren la puerta. El trabajo publicado por Unicef, en el que han participado 50.000 menores, revela que más de cuatro de cada diez jóvenes entra en internet para no sentirse solo. Entre varias opciones escogidas, cerca de un 30% de los chavales sostienen que las redes sociales les ayudan a ser aceptados por los demás.
«Una de las grandes y complejas labores, que cobra especial importancia en el campo de la salud, es la detección de las señales que indican el posible inicio de una patología y conocer estos indicadores nos puede ayudar a la detección», señala la psicóloga Clara García, especializada en adolescentes del Instituto Brain 360 detalla. Este es uno de los principales centros en España en el uso de la estimulación cerebral no invasiva, en combinación con otras disciplinas neurocientíficas, como la psiquiatría, la psicología y la neurología para los trastornos psiquiátricos y neurológicos con el que combatir, entre otras patologías, la depresión. La duración media de cada sesión es de unos 45 minutos.
Claves para detectarlo
¿Y cómo podemos detectar cuando nuestro hijo empieza a mostrar los primeros síntomas? Desde el instituto han detallado una serie de conductas que permiten atajar el problema con antelación. Lo primero sería observar si el adolescente presenta cambios significativos a nivel conductual: si deja de salir con su grupo de amigos, acudir a actividades extraescolares, asistir a clase u otras actividades con las que antes disfrutaba. Es decir, en ese quesito, las redes sociales empiezan a ganar más terreno.
Eso será solo el comienzo, luego aparecerán las secuelas. «El estado de ánimo de tristeza puede enmascararse o combinarse con la rabia en el caso de niños y adolescentes. Otras emociones acompañantes habituales son la culpa y la ansiedad», apuntan los expertos. A nivel cognitivo, es frecuente que el adolescente presente dificultades para concentrarse, para recordar e incluso la toma de decisiones puede verse afectada. En cuanto al aspecto físico, el joven también pueden empezar a experimentar cambios como la pérdida de energía, dificultades para dormir, de pérdida de apetito, dolores de cabeza, estómago, entre otros malestares corporales.
La mejor 'medicina' para prevenirlo se centra en un mayor control parental, algo no muy frecuente; basta con salir a la calle para ser testigo de ello. Según el informe de Unicef, «se constata una escasa supervisión parental: sólo el 29,1% de los adolescentes señala que sus padres les ponen algún tipo de normas o límites sobre el uso de Internet y/o las pantallas; sólo el 23,9% limitan las horas de uso y el 13,2% los contenidos a los que pueden acceder». Y cuando sí se pone límites, el problema aparece por la respuesta contraria de los chavales. «Los datos indican que un 25% tiene discusiones en casa por el uso de la tecnología al menos una vez a la semana». De manera que la tarea no es sencilla, y menos si se espera para actuar.