Pocas sorpresas
El dato más relevante de la noche electoral, la abultada abstención del 47%, no debería sorprender a nadie. La mezcla de pandemia, verano, escasa expectativa ... de cambio y campaña poco estimulante no invitaba a esperar otra cosa. El hecho, aunque preocupante, no debería juzgarse alarmante. Las extraordinarias circunstancias en que ha tenido lugar el proceso lo eximen de este segundo calificativo. La preocupación, en cambio, sería hasta recomendable. El dato no deja de ser un indicio más de la tendencia descendente que viene registrándose en la participación desde las elecciones de 2001. Denota un cierto cansancio del electorado que merece ser tenido en cuenta, aun cuando sus motivaciones sean tanto propias de nuestra política como atribuibles a un estado de ánimo extendido en las democracias tradicionales. En todo caso, no debería tomarse ni como excusa para justificar fracasos ni ignorarse para exagerar triunfos. La influencia en unos y otros, con ser real, no es exclusiva.
Los resultados han designado dos claros triunfadores. El PNV, en primer lugar, y EH Bildu, en segundo. Es decir, los dos partidos abertzales, que pasan a ostentar su mayor representación histórica en el Parlamento y a ocupar más de dos tercios de sus escaños. El dato, aunque destacable, no debería conducir a conclusiones precipitadas. Compartir el calificativo de abertzale no implica promover el mismo proyecto. Por de pronto, si nos atenemos a las promesas electorales, nada va a cambiar el resultado en las alianzas previstas. La coalición PNV-PSE sólo precisaba, para repetirse, de una mayoría absoluta que ha alcanzado con creces. Tampoco las complejas circunstancias del país aconsejan cambios de estrategias políticas, sino que confirman las existentes. La mejoría electoral de los dos socios, aunque desigual, los justifica en la defensa de la continuidad.
Elkarrekin Podemos, por su parte, ha sufrido un severo castigo. Su descenso es ya tendencia consolidada desde su irrupción en 2016. Más que en las razones que lo explican me interesa fijarme en otro aspecto que creo de interés. Los resultados dan a entender que se ha producido un trasvase casi directo de Elkarrekin Podemos, no hacia el PSE, como cabría haber esperado, sino hacia EH Bildu. Podría decirse, por tanto, que el partido de Pablo Iglesias ha servido de vehículo a un considerable número de votos de incierta procedencia para, por así, decirlo naturalizar y «blanquear» la marca de la izquierda abertzale, confirmando lo que Pedro Sánchez había iniciado con su política de acuerdos en Madrid. No habrá dejado satisfechos a los socialistas vascos.
Si algo no ha sido sorpresa, aparte de la abstención, es el golpe que ha sufrido la coalición PP y Cs. Todo ha sido un dislate en los dos partidos. En vez de sumar para sí, han regalado sus votos tanto a su adversario declarado, el PNV, como a su auténtico enemigo, Vox. Al descalabro del PP en su feudo natural, Álava, ha de agradecerle el partido de Abascal su presencia en el Parlamento vasco. Los dos líderes de tan extraña alianza, Pablo Casado e Inés Arrimadas, tendrán mucho que reflexionar. Uno, sobre su tóxica relación con la extrema derecha; otra, sobre la que ha estrenado con el PP.
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