Viaje vasco a donde aceleran partículas
Diez universitarios alaveses pasan dos semanas en el CERN suizo, la organización europea para la investigación nuclear
iratxe bernal
Jueves, 27 de diciembre 2018, 00:46
¿Puede una manzana convertirse en un cuaderno? ¿Puede una vivienda plegarse hasta poder meterse en una maleta? No. O mejor dicho, hoy no, porque quizá lo que ahora nos parece absolutamente descabellado sea mañana tan factible como volar en avión o hacer la reserva para el vuelo desde un móvil. «Siempre hay que intentar pensar de una manera disruptiva y no dar ninguna idea por mala, porque hasta de las que fracasan y no llegan a nada se aprende algo y eso quizá luego tenga grandes aplicaciones». Eso es lo que han aprendido en Ginebra los diez universitarios alaveses que han pasado dos semanas en las instalaciones de la Organización Europa para la Investigación Nuclear, el CERN, el centro de investigación popularmente conocido por albergar el acelerador de partículas que permitió descubrir el bosón de Higgs.
Y eso, que era donde se había descubierto 'la partícula de Dios', era lo poco que Maialen Moreno, Mikel Valderrama, Xabier Uralde o María de Mar Rigo sabían antes de llegar a Ginebra gracias a esta iniciativa del Campus de Álava de la UPV/EHU y BIC Araba, surgida un tanto inesperadamente. «En una visita que realizamos al CERN en marzo con un programa para 'startups' conocimos la posibilidad de que grupos multidisciplinares de estudiantes pudieran tomar parte en unos talleres de innovación junto a técnicos del propio centro. Y como colaboramos desde hace años en el fomento del emprendimiento y este ejercicio hemos podido disponer de unos fondos adicionales gracias a una aportación extraordinaria del Departamento de Educación del Gobierno vasco, decidimos destinarlo a esto», explican David Montero, director de BiC Araba, y Arantza Beitia, directora de desarrollo de campus y relaciones externas del Campus de Álava de la UPV/EHU.
Efectivamente, el CERN desarrolla un programa (IdeaSquare) con el que quiere demostrar el impacto de la investigación fundamental en nuestro día a día y en el que ofrece a estudiantes de toda Europa la posibilidad de conocer sus instalaciones. «Allí estudian la física de neutrones para comprender cómo se forman los elementos químicos en el Universo, pero eso después tiene muchas aplicaciones. Puede servir, por ejemplo, para desarrollar tecnología para el diagnóstico y el tratamiento del cáncer», señala Maialen, estudiante de Ingeniería de Energías Renovables. «Allí, en una de las cafeterías, se inventó la World Wide Web -las tres w que nos mueven por Internet-, que originalmente estaba pensada para que los investigadores compartieran información», añade Mikel, alumno de Ingeniería Mecánica. Es una buena prueba de que la primera intención del programa, demostrar que estudios que de primeras parece cosa de ciencia ficción, pueden acabar siendo más que reales.
Ahora toca abordar la segunda; hacer una propuesta, por disparatada que parezca, para una posible investigación. «Te dan unos conceptos de los que partir y tienes que dejar volar la imaginación. Te dicen, por ejemplo, naturaleza y sociedad y a partir de ahí, de ver qué te evocan esos conceptos, imaginas. No hay más límites que los de la física. Podíamos proponer cualquier cosa, aunque la tecnología que hiciera posible la realización del proyecto aún no exista. De hecho, a mí eso es lo que más me ha llamado la atención de cómo trabajan; cómo proponen las ideas. Las posibles aplicaciones de los distintos desarrollos no son el punto de partida, sino el final. Quien tiene una idea la propone y si gusta, se desarrolla aunque de primeras parezca no tener una aplicación concreta», explica Xabier, también alumno de Ingeniería Mecánica.
«Ellos nos invitan a buscar soluciones a cualquier cuestión. Soluciones en plural. De hecho, uno de los límites que dicen que tenemos que olvidar es el de dejar de buscar nuevas formas de arreglar un problema porque ya hayas encontrado una manera de que las cosas funcionen. No, eso es lo que hace la industria, pero no vale para la investigación; hay que seguir probando porque una idea puede llevar a otra y nunca se sabe dónde puede acabar cualquiera de los proyectos que ponen en marcha», explica María del Mar, estudiante del Máster de Finanzas y Dirección Financiera.
«La primera semana te enseñan lo que es el pensamiento disruptivo y preparan para eso, para que poco a poco vayas rompiendo con tu propia manera de pensar, para que busques fuentes de información fiables y vayas derivando a maneras de solucionar las cosas», coincide Maialen, quien reconoce que vuelve tan encantada que «me planteo apuntarme para un programa de prácticas que tienen con veinte plazas para alumnos españoles». «Además, te meten en grupos de trabajo en los que no conoces a nadie, porque incluso los que íbamos de Álava nos habíamos visto sólo un poco antes de empezar, y que ha estudiado otras cosas y tiene otra manera de pensar y afrontar las cuestiones que a ti no se te habrán ocurrido. Nosotros coincidimos con un grupo de italianos y desarrollamos el proyecto con otro de finlandeses y, claro, lo primero que hay que hacer es poner en común qué nos evocan los conceptos con los que tienes que trabajar. No todos tenemos la misma idea de lo que es la sostenibilidad o la tecnología, por ejemplo», recuerda Mikel.
Y allí, en la parte final de la estancia, el pensamiento disruptivo llevó al grupo de María del Mar y Xabier a ir desde «fronteras, comida e innovación» a pensar en la creación de una máquina capaz de descomponer un objeto para, a partir de sus moléculas, crear otro. «Toda la materia está compuesta finalmente por las mismas partículas así que, en teoría, se podría convertir una manzana en cualquier otra cosa», explican. Por su parte, a partir de «libertad y comunidad» el grupo de Mikel y Maialen pensó en la posibilidad de construir casas portables construidas «con un material inteligente aún inexistente y el origami (papiroflexia japonesa). Que primero se pueda plegar hasta caber en una maleta y, después, desplegar para levantar una vivienda robusta». Casi nada.
«Nosotros valoramos la experiencia de manera muy positiva. Los participantes han quedado muy satisfechos y con ganas de repetir. Dependerá de la disponibilidad de nuestros recursos y de la agenda del CERN, pero estaríamos animados no sólo a volver a participar sino incluso a buscar otros centros de investigación de referencia con programas similares», dicen David Montero y Arantza Beitia, animando a los estudiantes del año que viene a ir pensando en la posibilidad de ir a aprender a pensar de otra manera allí donde se aceleran las partículas.