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Un duelo que no vio la luz. A la izquierda Karpov, a la derecha Fischer.

La gran final que nunca se jugó

Ajedrez ·

Hace hoy 45 años, Anatoly Karpov fue proclamado campeón del mundo después de que Bobby Fischer se negara definitivamente a defender su título

Viernes, 3 de abril 2020, 00:09

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Cada 3 de abril, el ajedrez celebra un aniversario triste y extraño que marcó su historia. Fue un día como hoy, hace 45 años, cuando Anatoly Karpov fue proclamado campeón del mundo después de que Bobby Fischer se negara definitivamente a defender su título. Aquel duelo que todo el planeta esperaba y que nunca llegó a disputarse ha quedado en la historia del ajedrez como un vacío cósmico. O como algo parecido a la ausencia traumática y frustrante de un miembro amputado. Desde entonces, ha sido imposible para los aficionados no especular sobre lo que pudo haber sido y no fue. Y también sobre las verdaderas razones por las cuales Fischer, convertido tras la victoria en 1972 ante Spassky en un icono mundial, en el héroe estadounidense de la Guerra Fría, renunció a enfrentarse al aspirante, un joven ruso de 23 años en quien su país había depositado todas sus esperanzas de venganza.

En sus primeras declaraciones tras ser proclamado campeón, Anatoly Karpov fue sincero. «No creo que Fischer estuviese en condiciones de defender su título. Han pasado tres años desde la anterior serie de partidas por el título, y en ese lapso, bastante largo, el ajedrez cambia y progresa», dijo. El ruso nunca ocultó su íntima decepción por no haber podido jugar contra el estadounidense. Por entonces no había aparecido en su vida Kasparov, con el que mantendría una rivalidad legendaria, de manera que Fischer era su gran reto, la inmensa cima que debía escalar. Y lo cierto es que hizo todo lo que estuvo en su mano para que se celebrara ese gran duelo al que el dictador filipino Ferdinand Marcos, como anfitrión desmesurado, quiso regar con un premio increíble: cinco millones de dólares. Ahora vendrían a ser unos cincuenta. Una locura, en fin.

Ya en su casa de Irun tras una viaje homérico desde Ekaterimburgo, donde estuvo cubriendo el torneo de candidatos hasta que fue finalmente suspendido por la pandemia del coronavirus, el periodista Leontxo García alaba la actitud de Karpov en aquellos días. «Hizo todo lo posible por jugar la final, incluso tensando sus relaciones con el Gobierno soviético. Me consta que se vio hasta tres veces con Fischer, una en Japón, otra en Estados Unidos y otra en Córdoba. En un momento dado, estuvieron a punto de firmar un acuerdo en un papel, pero Fischer se descolgó a última hora con una petición disparatada: que el duelo entre ambos se llamase campeonato del mundo profesional de ajedrez. Karpov le hizo ver que eso era imposible porque en su país estaba prohibido el deporte profesional y ahí se acabó todo», explica.

No hubo manera de convencer al norteamericano, a quien la celebridad acabó de desequilibrar más de lo que ya estaba antes de convertirse en un ídolo de masas. No sólo Karpov hizo lo posible para enfrentarse a él. También la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) trabajó a destajo en todos los frentes.

«Fischer fue un caso clínico de miedo patológico a perder», dice Leontxo García

Las razones

Una propuesta de su vicepresidente, Fred Cramer, provocó una discusión tan fuerte en el seno de la organización, por entonces un mundillo de conspiraciones y alianzas secretas en el que John Le Carré hubiera disfrutado como un niño, que obligó a convocar un congreso extraordinario. Se trataba de que la final se jugase a diez victorias con un número de partidas ilimitadas y sin tener en cuenta las tablas, pero que en caso de empate a nueve el campeón retuviera el título. Con estas condiciones, Karpov hubiera necesitado diez victorias para ganar mientras que a Fischer le hubiera bastado con nueve. Aunque la FIDE la acabó rechazando tras una votación reñidísima (35 contra 32), su voluntad de hacer todo lo posible para convencer a Fischer era más que evidente.

Llegados a este punto es obligado preguntarse por las razones profundas de la negativa del campeón del mundo a defender su título. ¿Cuáles eran las condiciones que, a juicio de Karpov, le faltaban a Bobby Fischer para poder jugar? En el bando soviético siempre lo tuvieron claro. Había una palabra que lo explicaba todo, la misma que tres años antes estuvo detrás de las múltiples trabas en forma de caprichos y manías que el genio de Chicago puso a su histórico duelo contra Spassky en Reikiavic. Miedo. Alexander Bakh, miembro del equipo técnico de Karpov, nunca tuvo la más mínima duda. «Fischer no sabía perder», sentenció hace unos años.

Leontxo García, que se aficionó al ajedrez gracias a Fischer, le conoció en persona y hasta se ganó su respeto, también habla de miedo. «Aunque a muchos les duela, el suyo fue un caso clínico de miedo patológico a perder. Hay que tener en cuenta, además, que a nivel psicológico en 1975 las circunstancias no eran para él la mismas que tres años antes. En Reikiavic lo tenía todo por ganar. Podía ser campeón del mundo y acabar con la supremacía soviética. Contra Karpov, en cambio, podía perderlo todo», comenta.

¿Qué hubiera ocurrido en aquel duelo? Cuarenta y cinco años después, los expertos siguen sin ponerse de acuerdo. Sucedió lo mismo hace casi un siglo con la revancha que Alekhine no concedió a Capablanca. Hay quienes siguen confiando en la genialidad de Bobby Fischer, que tras aquella espantada se acabó adentrando para siempre en ese sumidero de soledad y paranoia que acabó siendo su vida. Están convencidos de que en un torneo largo no hubieran sido un factor decisivo en su contra los tres años que llevaba sin competir, justo desde su última y memorable victoria con negras ante Spassky. Otros están seguros de que se hubiera impuesto la juventud, la fortaleza y el hambre de gloria de Karpov, que durante la década siguiente lo ganó todo. Leontxo García sonríe y se encoge de hombros. «No lo tengo claro».

El dato

  • 5 millones de dólares ofreció el dictador filipino Ferdinand Marcos como premio, dos tercios para el vencedor y el otro para el perdedor.

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