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Pío García
Miércoles, 7 de agosto 2024, 07:52
Imane Khelif no es una mujer trans o al menos no hay noticia de ello. Nació en Tiaret (Argelia) en 1999 y tiene un currículum respetable como boxeadora amateur. Sin embargo, la Federación de Boxeo decidió descalificarla en los últimos mundiales, celebrados en Nueva Delhi en 2023, por no haber superado los test bioquímicos. Khelif tiene hiperandrogenismo, un exceso de hormonas sexuales masculinas en la sangre.
En su mismo caso está otra boxeadora, la taiwanesa Li Yu-ting, de 28 años, a la que le retiraron la medalla de bronce que había ganado en el último Mundial y que también peleará en el torneo olímpico. El COI ha decidido que ambas cumplen los criterios de elegibilidad y que pueden participar en la cita parisina. Sin embargo, la Federación Internacional de Boxeo insiste en que no deberían pelear con el resto de las mujeres porque, según su presidente, Umar Kremlev, los test de ADN «habían probado que tenían cromosomas XY». Desde Argelia se habla, en cambio, de conspiración y de «una campaña racista lanzada por los medios extranjeros».
El Comité Olímpico Internacional suele dejar en manos de las federaciones los criterios de exclusión de deportistas por estos motivos, pero la Federación Internacional de Boxeo ha estado involucrada en varios escándalos de corrupción y el torneo olímpico lo organiza directamente el COI, cuyas normas en este aspecto son diferentes. Khelif, apoyada con algarabía y ondear de banderolas por el público argelino, competirá por la medalla de oro después de ganar en semifinales a su oponente húngara.
Khelif y Yu-ting no son las únicas mujeres hiperandróginas que compiten en París. La delantera de la selección de fútbol de Zambia Barbra Banda se vio en la misma situación en el año 2022, cuando se prohibió su participación en la Copa de África. Sí estuvo, sin embargo, un año después en el Mundial y ahora en los Juegos Olímpicos. El caso de Banda, que también había sido boxeadora en su juventud, llegó incluso a merecer las críticas de las organizaciones humanitarias. Human Rights Watch consideró su exclusión «una violación manifiesta de sus derechos fundamentales».
Pero rematar balones es una cosa y golpear la cara de las rivales, otra. Los deportes de contacto suelen establecer reglas de selección más duras. World Rugby determinó en 2020 que las mujeres transgénero que hicieron la transición después de la pubertad no podían participar en categorías femeninas. La evidencia científica apunta a que quienes atraviesan la adolescencia como varones ganan una fuerza y una velocidad superior a la del resto de las mujeres, por más que luego sigan tratamientos hormonales, lo que les genera una ventaja competitiva. Son fronteras inciertas, muy difíciles de trazar, en territorios resbaladizos que mezclan la ética, la biología y el deporte, más aún en el caso de las mujeres que, sin ser trans, tienen hormonas masculinas en cantidades muy superiores a la media.
Imane Khelif se ha convertido ya en uno de los símbolos más controvertidos de los Juegos de París y aún lo será más si consigue ganar medalla. En Tokio ese papel divisivo le correspondió a la halterófila trans Laurel Hubbard, que no siguió tratamiento hormonal hasta los 35 años. Pese a los augurios de los expertos y a las protestas de algunas de sus rivales, quedó la última clasificada de su concurso, con tres nulos.
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