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Campeonato mundial de suspense

Campeonato mundial de suspense

La primera fase de Rusia 2018 no ha destacado por la calidad del juego, pero la emoción, con el VAR y 13 partidos decididos en los instantes finales, está siendo insuperable

Jon agiriano

Enviado especial. Krasnodar

Viernes, 29 de junio 2018, 00:44

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Los paladares más exigentes, los estrictos degustadores de buen fútbol, vienen observando el Mundial con cierta mueca de fastidio. No ha habido mucho que ver durante la primera fase, lamentan. Algunos buenos ratos de Bélgica e Inglaterra, momentos de Brasil y Croacia, algunas cositas de España contra Portugal, de México contra Alemania... Poca cosa, realmente. Sin embargo, para la mayoría de los aficionados, que por encima de todo buscan en el fútbol la emoción, Rusia 2018 está resultando todo un espectáculo. Aunque no se han marcado tantos goles como en Brasil, que tiene el récord de una primera fase (136), pocas veces hemos recibido una dosis de suspense tan alta como en esta Copa del Mundo.

Un dato extraordinario. Hasta 13 goles decisivos se han logrado en eso que llamamos la zona Cesarini, en honor a aquel futbolista de la Juventus de los años treinta que tenía la rara habilidad de marcar en los instantes finales o incluso el tiempo añadido de los partidos. El marroquí Bouhaddouz se marcó en propia puerta contra Irán en el minuto 95; Cristiano empató a España en el 88; Kane se cargó a Túnez en el 91; Coutinho a Costa Rica en ese mismo minuto; Saquiri a Serbia en el 90; Kroos a Suecia en el 95; Aspas igualó a Marruecos en el 90; Al Dawsari dio la victoria a Arabia frente a Egipto en el 95; el iraní Ansarifard empató a Portugal en el 93; los coreanos Kim Young-Gwon y Son Heung hundieron a Alemania en el 92 y el 96, respectivamente; Rojo salvó la vida a Argentina en el 86; el suizo Sommer se marcó en el 90 en propia puerta y dio el 2-2 Costa Rica; y Perisic firmó la victoria a Croacia sobre Islanda también en ese minuto final.

Se trata de una estadística asombrosa, inédita en los Mundiales, que solo puede explicarse hablando de la dificultad que entraña ganar y de la enorme voluntad de los equipos, que nunca se rinden. Sea como fuere, el caso es que el aficionado ha podido asistir a un montón de partidos tan ajustados y trepidantes que, al acabarlos, tras más de hora y media de máxima tensión, únicamente le faltaba levantarse del sillón y quitarse con el sombrero el polvo de la aventura, en plan Indiana Jones. Lo último que faltaba era que se produjera un empate a todo entre dos equipos y se clasificara el que menos tarjetas ha visto. Pues bien, sucedió ayer para entusiasmo de Japón y depresión de Senegal, que perdió con Colombia y se tuvo que ir a casa por dos amarillas de más, dejando a Africa sin representes en Rusia.

Añadamos a la circunstancia explosiva de los goles sobre la bocina, la influencia del VAR, cuya aplicación puede discutirse, pero no así dos de sus consecuencias más relevantes. La primera, el suspense que aporta. Pensemos solo en los dos minutos eternos que hubo que esperar para que el árbitro diera validez al gol de Aspas a Marruecos. O para que subiera al marcador el primero de Corea del Sur contra Alemania. Solo faltó escuchar los chirridos de violín en la escena de la ducha de 'Psicosis'. La segunda consecuencia ha sido el gran aumento de los penaltis señalados. 23 en los 48 partidos de la primera fase, récord histórico. En ningún Mundial se había pasado de 18 en todo el torneo.

La situación de La Roja

La emoción está por las nubes y a ello han contribuido también las dificultades que han atravesado los grandes favoritos. Ninguno ha podido pasar el rodillo. Uno de los más reputados, de hecho, ya ha cogido el avión de vuelta tras haber protagonizado su mayor fiasco en la historia de los Mundiales. Que Alemania no pase la fase de grupos es una noticia tan potente que este Mundial, con el tiempo, y a falta de una gran gesta que se lleve los focos, se recordará sobre todo por ello. Solo Croacia, Uruguay, Bélgica e Inglaterra, pueden sentirse reforzadas de cara a los cruces.

Las demás selecciones, incluida Brasil, han generado dudas, mayores o menores. Entre las mayores se encuentran aquellas favoritas que han sorprendido negativamente por la pobreza de su juego y deberán despegar de inmediato si quieren tener opciones. Es el caso de Portugal, que todavía tiembla al recordar la ocasión final que desperdició Irán, de Francia, de Argentina y de España, cuya insospechada fragilidad le ha convertido en un enigma.

La Roja está donde quería estar, pero no de la forma en que le hubiera gustado. Sobre el papel, va por el cuadro menos complicado. De eliminar el domingo a los anfitriones rusos, que no será fácil, lo lógico es que en su camino se acabará encontrando con Croacia en cuartos e Inglaterra en semifinales. No es el K2 en invierno, pero podría serlo si los pupilos de Fernando Hierro no protagonizan algo parecido a una resurrección colectiva. Si vuelven a dar el pobre nivel que dieron ante Irán y Marruecos, son carne de cañón. Hasta podrían decir adiós dentro de un par de días en el estadio Luzhniki.

En los cruces de un Mundial, sin embargo, suele ser conveniente confiar en las selecciones con pedigrí, en la vieja aristocracia del fútbol que el miércoles asistió estupefacta al entierro del viejo mariscal germano. A la hora de la verdad, saben actuar en las grandes instancias porque están acostumbrados a hacerlo. Así se explica que el club de los campeones del mundo sea tan restringido y que el margen de sorpresa de las selecciones menos ilustres suela llegar hasta los cuartos y, solo en ocasiones muy puntuales, hasta las semifinales. Ahora bien, quién sabe si esto continuará siendo así. Y es que el fútbol está asistiendo en este Mundial a una revolución de dimensiones todavía por calcular. Que lo esté haciendo en Rusia no deja de tener su gracia retrospectiva.

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