Alaphilippe descorcha su genio en la capital del champán
Con una exhibición, el francés se viste de amarillo al ganar en Epernay, donde se mueve Landa y se coloca Mas
En Epernay, meta de la tercera etapa, los tesoros están ocultos en más de cien kilómetros de galerías subterráneas. Silencio. Allí duermen 200 millones de ... botellas del mejor champán francés. Pero para disfrutar de las burbujas hay que salir al exterior y ver cómo por la avenida donde están las sedes de las grandes marcas, Moet Chandon, Perrier-Jouet, sube feliz, inquieto, desbordante, Julian Alaphilippe, con su porte de espadachín sin miedo. Ha descorchado sus piernas de dinamita a 18 kilómetros del final, en el muro de Mutigny, donde nadie se atrevía, y llega a Epernay desencadenado. Feliz. Pura emoción. «Julian es muy cabezota. Quería esta etapa. Sabía que tenía que atacar ahí, donde más tocaba sufrir», cuenta su compañero Enric Mas, que ya es octavo en la general. Alaphilippe hizo trizas la carrera y se bebió las dos mejores copas de la velada: en una se tragó la etapa y con la otra se vistió de amarillo. Amarillo champán. El color de su sueño. Francia y el Tour brindan por él.
La carrera se dislocó en la cota de Mutigny, apenas 900 metros pero al 12 por ciento de desnivel. Vertical. El equipo Deceuninck (Alaphilippe) y Omar Fraile (Astana) se volvieron como locos. Pedalearon a muerte. Y cuando todos tenían la cuerda al cuello, solo uno tuvo aire para respirar. Alaphilippe. Era su plan. Todos le esperaban más tarde, en el repecho final, ya en Epernay. Pero el francés sabía que la cuesta del champán no era suficiente para ahogar a Sagan, Van Avermaet, Stuyven o Matthews. Así que puso a sus dos últimos gregarios a tirar en Mutigny, como si allí estuviera la meta. «No esperaba que Alaphilippe atacara tan lejos», confesó Valverde. Nadie lo pensaba, salvo el francés rebelde, ganador este año de la Milán-San Remo, la Strade Bianche y la Flecha Valona. Coleccionista de botellas de podio.
Sus dos gregarios fueron como las dos hojas de una tijera. Chas, chas. Cortaron el aliento de todos. Alaphilippe salió a flote en pleno remolino de jadeos. Coronó la cota, se colocó en ángulo agudo para bajar y, lengua afuera, comenzó a desplegar su cabriolas. Más que pedalear, juega con la bici. Le persiguieron un rato Woods, Schachmann, Lutsenko y Mikel Landa, que llegó al Tour desencanchado, tras un mes sin competir, y que ya se siente a gusto con sus piernas. «Cada día voy mejor», comentó. Se metió en ese grupo de caza para que allí hubiera un dorsal del Movistar. No se arrimaron a Alaphilippe, que iba descosido a por el champán amarillo. «Nos ha sorprendido su ataque. Bueno, el jueves hay montaña. Tengo ganas de que llegue», avisó al alavés.
Ni ellos ni nadie volvió a ver a Alaphilippe, que botó por los adoquines de Epernay con Francia de rodillas a su paso. Le adoran. El ciclismo también. Es un campeón generoso, expansivo, necesario. Lo da todo y todo el año. Moduló su esfuerzo en los tramos llanos y llegó con gas a la ciudad de las burbujas. 'Champán' viene de campo, de campo de batalla. La hubo por detrás, a 26 segundos de distancia. Matthews, Stuyven, Van Avermaet y Sagan se pelearon por la segunda plaza. Con ellos llegaron dos candidatos al podio, Bernal y Pinot. Cinco segundos después, cortados, apareció el resto, Thomas, Kruijswijk, Landa, Quintana, Bardet, Urán, Fuglsang, Yates, Nibali, Enric Mas... El mallorquín comienza a notar en la piel el efecto del Tour. «Es una carrera loca. Un caos. Menos mal que ahora, con Alaphilippe de líder, nos tocará ir todo el día delante», resoplaba. Y esto no ha hecho más que empezar. Apenas tres etapas. La tercera acabó en Epernay, en Francia, y empezó en Binche, Bélgica.
Dice el belga Tim Wellens que en su casa apenas se hablaba de ciclismo. Suena raro. Su tío Paul fue el más combativo del Tour de 1978. Su otro tío, Johan, también corrió como profesional. Igual que su padre, Leo. Pero, al parecer, ninguno se llevaba el trabajo a casa. Todos eran gregarios. Tim ha querido ser algo más. Lo ha logrado a medias. Ha ganado una etapa en el Giro y la Flecha Brabanzona. Y en Bélgica le colocan siempre como aspirante a la Flecha Valona y la Lieja-Bastogne-Lieja. «Acabar mi carrera deportiva sin un triunfo así sería una decepción», asegura este flamenco al que encantan las clásicas valonas.
Como el Tour dejaba Bélgica desde la salida en Binche, punto de partida de la Flecha Valona, Wellens se fugó en busca de su gran día. Una victoria en el Tour. Lo mismo pensaron Rossetto, Offredo, Delaplace y Ourselin. Ya eran cinco y uno más: el viento de cola. A volar raso hacia la Champaña francesa. Bienvenidos al norte. Eso sí, con temperatura del sur. Los corros blancos que el sudor dibujaba en el culotte negro de Wellens daban testimonio del castigo. El viento no tenía filo. No cortó a nadie. Y a 40 kilómetros de la meta en Epernay, en cuanto Wellens olfateó las colinas que rodean a la 'Capital del Champán', se largó solo. Empezaba su clásica. Vio al frente la cota de Mutigny y arremetió a zapatazos contra ella.
Lo siguiente que vio fue la estela que dejaba Alaphilippe cuando le rebasó. Wellens, con la rueda pinchada, echó pie a tierra. Alaphilippe desplegó las alas. «He ganado por huevos», declaró en la meta y entre lágrimas. «Hacía cinco años que un francés no era líder del Tour. Es el sueño de todos los niños». Y volvió a llorar burbujas.
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