El suizo Hirschi derriba su primer Muro en la Flecha Valona
Medallista de bronce el pasado domingo, domina la subida final a Huy y bate a Cosnefroy y Woods
Aunque sólo tiene 22 años, Marc Hirschi habla de cuando era joven, más joven aún, y estaba obsesionado con el ciclismo, con la perfección. Quería saberlo todo. Cuando no pedaleaba, navegaba por internet en busca de conocimientos sobre entrenamiento, dietética, aerodinámica... Su vida de adolescente era puro estrés. Autodisciplina. Ahora ya no es así. «Si me apetece un poco de Nutella en el desayuno, pues la tomo», asegura. Ha encontrado el equilibrio y por ese camino se llevó una etapa en el pasado Tour, fue medallista de bronce el domingo en el Mundial y acaba de ganar su primera gran clásica, la Flecha Valona, por delante del francés Cosnefroy y el canadiense Woods. A falta de los dos últimos dueños de esta carrera, los ausentes Valverde y Alaphilippe, el ciclismo confirma que Hirschi ya forma parte de la cima de este deporte.
La Flecha Valona, que roza una central nuclear y unos cuantos castillos medievales, tiene por costumbre resumirse en el kilómetro y 200 metros del Muro de Huy, donde está la meta. Pocos kilómetros son más largos y apasionantes. Rodado a cámara lenta. Para cuando ese punto llegó a la carrera, Dumoulin y Landa, que piensan más en la Lieja-Bastogne-Lieja del domingo, ya se habían apartado. El colombiano Henao, gregario de Pogacar, abrió la puerta con una arrancada. Porte, tercero en el Tour, impuso el ritmo que iba a forzar la selección. Y Woods, antiguo atleta, echó a correr hacia la última raya a menos de 300 metros del final, de la iglesia que corona esta colina gris de las Ardenas.
Omar Fraile, como tantos, se ahogó justo ahí. Sólo uno fue capaz de sobrepujar la apuesta de Woods. Hirschi, claro. Aceleró la cámara lenta. Cosnefroy, otro ciclista con esas veinte pedaladas de fuego, quiso ponerse a su altura. No pudo. Tampoco Kwiatkowski, ni Barguil, ni Daniel Martin, ni Pogacar. Nadie podía. Y Hirschi, como una lagartija sobre el Muro, culebreó y le sacó el espacio suficiente para su primera diana en el calendario de clásicas. Es vecino y amigo de Cancellara, su asesor. Quiere ser clasicómano y, quizá, corredor de grandes vueltas. «Ya veremos. Pero no creo que valga la pena centrarme en el Tour para acabar el quince. Significaría renunciar a muchas cosas», dice. Joven y suficientemente equilibrado. Una estrella ya.
Vansevenant, de nombre Mauri
El Muro es un invento de los años ochenta, de cuando la afición belga reclamó un recorrido a la medida de su ídolo, Claude Criquielion, un gran corredor pero habitualmente batido al sprint. Acabar en el Muro solucionó eso. Criquielion ganó en 1985 y 1989. Y la cuesta de las siete capillas ya se quedó como sello de la Flecha Valona. En esta edición había que subir tres veces. De los dos primeros pasos se encargaron los cuatro fugados, Van Poucke, Paasschens, Gaillard y Vansevenant, que es hijo de Win, tres veces farorillo rojo del Tour y que se llama Mauri porque a su padre le encantaba Melcior Mauri, ganador de la Vuelta a España 1991.
En la cuesta final sobre los prados de las Ardenas y las fábricas concentradas en los alrededores de Lieja, los equipos Sunweb (que apostaba por Hirschi), UAE (Pogacar), Education First (Woods) e Ineos (Kwiatkowski) archivaron la escapada. Pero antes de caer, Mauri Vansevenant, ganador del Giro de Aosta amateur, dejó claro que él no será farolillo rojo. Se quedó solo ante las cámaras en la cota de Ereffe y en la de Gueusses. Que le vean. Otro joven de la camada que viene. Llegó, atrapado por Urán, al inicio de la subida final a Huy. Allí le pasaron todos, incluido Hirschi, el vencedor, que cuando era más joven aún recurrió a un amigo suyo, 'entrenador mental', para matar su estrés y comenzar a disfrutar de su talento. Qué mal puede hacer una rebanada con Nutella en el desayuno de día que vas a ganar en Huy.