Cuando Loroño empezó a ser un ídolo
El ciclista de Larrabetzu, de cuyo fallecimiento se cumplen hoy 25 años, fue recibido en Bizkaia como un héroe tras sus éxitos en el Tour de 1953
El 29 de julio de 1953, Bizkaia se echó a la carretera para aplaudir a Jesús Loroño, que acababa de ganar una etapa en el ... Tour y de lograr el reinado de la montaña, y a Dalmacio Langarica, entonces la gran referencia del ciclismo vasco. Recorrieron Bilbao subidos en la baca de un coche y fueron recibidos en el Ayuntamiento por el alcalde, Joaquín Zuazagoitia. Los dos héroes de la Grande Boucle saludaron al gentío desde el balcón. Esta semana que ha fallecido con 95 años Federico Martín Bahamontes, se cumplen 70 años de aquel recibimiento y, hoy, 25 de la muerte de Loroño. El toledano, el vizcaíno y su rivalidad impulsaron como nunca el ciclismo en España. De aquella generación de oro sigue en pie con 98 años Bernardo Ruiz, el primero que llegó al podio de París (tercero en 1952).
Antes de que Bahamontes derribara la puerta y ganara el Tour de 1959, Ruiz, Loroño y Langarica pelearon contra aquella carrera feroz, casi inhumana. Durante el recibimiento en Bilbao, Loroño describió así la ronda gala en EL CORREO: «Allí todo es malo. Se ha ido a una velocidad tremenda y no ha habido un momento de sosiego. En la última etapa, por ejemplo, los belgas se pusieron a tirar como locos en el llano. Y bajaban como condenados. Aquello era terrible». El corredor de Larrabetzu resumió el Tour con esta frase: «Más vale estar toda la vida en la cárcel que tener que aguantar aquello».
Como si volvieran de la guerra. En cierto modo, lo fue. La selección española resultó un polvorín. Loroño, debutante, era tratado como el último de la fila por Mariano Cañardo, el seleccionador. Al vizcaíno le dieron una bicicleta casi inservible y tuvo que alquilar otra algo más decente. Cañardo, encima, le prohibió atacar. Su misión era esperar y remolcar a Gelabert, Serra, Massip y Trobat cuando pinchaban. Y pinchaban a menudo. Loroño, con fuerza a rebosar, mordía su bozal. Rabioso. Langarica, que ya tenía 34 años, era su compañero de habitación y le calmó.
A punto de retirarse
Y le salvó, como confesó Loroño camino del Ayuntamiento de Bilbao. «Si no es por Dalmacio hubiera estado en Larrabetzu hace ya tiempo». ¿Y eso? «Fue en la etapa en que Cañardo me mandó parar para esperar a Victorio García. Pero no llegaba nunca. ¿Cómo iba a llegar si se había retirado? Yo, impaciente, ya me había quedado en la cuneta con la intención de abandonar, pero apareció Dalmacio y me animó a continuar». Entonces no había pinganillos. Los corredores se valían de su instinto. Iban a tientas. Aupado por Langarica, Loroño terminó aquella etapa. Y ahí, de la decisión de continuar, nació su victoria en Cauterets días después y su reinado de la montaña.
Bizkaia devoraba los periódicos para buscar a sus ídolos en las clasificaciones de la Grande Boucle. Así supieron del ataque de Loroño camino del Aubisque. Se marchó mientras bajaba la barrera de un paso a nivel y ya no le vieron más. Su gran triunfo en el Tour. Y el motivo por el que tantos seguidores se arrimaron a las cunetas de Bizkaia para aplaudirle. En el Ayuntamiento le preguntaron por su planes: «Correr el viernes el Circuito de Getxo. Tomar un avión el sábado para el Campeonato de España de Barcelona... Y luego, correr cuanto se pueda. Ya vendrá el invierno para descansar».
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