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Colbrelli se convierte en el señor del 'Infierno' al ganar la París-Roubaix
En una clásica extrema, llena de lluvia, barro y caídas, el italiano bate en su debut al joven Vermeersch y a Van der Poel
Bernard Hinault odiaba la París-Roubaix. «Esa carrera de mierda», maldijo. Y para olvidarla tuvo antes que ganarla en 1981. Para que nadie dijera nunca ... que no había podido con el 'Infierno del Norte'.
Muchos son como el campeón francés. Le tienen alergia a esta clásica salvaje, sobre adoquines y esquivando caídas y averías. Otros, en cambio, la adoran. A esa especie pertenecen el holandés Mathieu Van der Poel, el joven belga (22 años) Florian Vermeersch y el veterano italiano Sonny Colbrelli, tres debutantes en esta clásica. Los tres que llegaron primero al velódromo de Roubaix, templo ciclista. Vermeersch activó el sprint en contrameta; Colbrelli defendió su posición y no se dejó rebasar ni por el belga, sorprendente segundo, ni por Van der Poel. Nada más cruzar la línea, Colbrelli saltó de la bicicleta, la alzó al cielo y se tiró al césped para llorar y gritar. Boca abierta, roja, en un rostro marrón de barro. «¡Es mi sueño! ¡La París-Roubaix es mi sueño!», repetía. Soñaba con despertar en el 'Infierno'. Hecho.
Llovía en la salida de Compiegne. Malo. El termómetro rondaba los 10 grados. Los corredores, ya mojados, no hablaban. Masticaban tensión. En las manos, como los pelotaris, algunos tenían los dedos envueltos en protecciones para amortiguar el impacto de los botes sobre los cantos rodados. La París-Roubaix es la carrera que recuperó los viejos caminos mineros del norte de Francia. Por allí circulaban las carretas con mineral empujadas por aquellos obreros esclavizados y con las caras negras. Por allí pedalearon en esta edición de barro y lluvia los ciclistas más brutos. Surfeando sobre las puntas de las piedras.
Como si quisieran acabar cuanto antes este 'infierno', aceleraron desde la salida. Enseguida hubo caídas, como la de Kung y la de Sagan. Todo patinaba incluso antes de entrar en los 30 tramos adoquinados. En ese inicio nació la fuga de treinta corredores que marcó la carrera. En ella iban Vermeersch y Gianni Moscon, un chico fuerte de Trento con cilindrada para cualquier escenario. También para rodar por el infierno. Es puro carácter. Le puede el mal genio, que le ha valido alguna que otra expulsión de carrera. Pero es un talento. Mientras las caídas iban deshojando la lista de favoritos, Moscon se atrevió a fugarse en solitario con los peores tramos aún sin pisar.
Detrás, Colbrelli, campeón de Italia y de Europa, aprovechó la salida del Bosque de Arenberg para distanciar a Van der Poel y Van Aert, que empezaba a flojear. 'Sálvese quien pueda'. Las ruedas perdían tracción. Los ciclistas, desequilibrados, salían disparados hacia los maizales. Las motos de carrera terminaban en las zanjas. El caos. Desde 2021 no se vivía una 'Roubaix' sobre este barrizal. Ha tenido que trasladarse de abril a octubre, por culpa de la pandemia, para recuperar sus fotografías más añoradas. Las cámaras recuperaban las imágenes de ciclistas sin rostro, cada uno con su máscara de tierra, sudor y babas.
Moscon pincha y se cae
En el tramo de Mons-en-Pevele, que comienza con un descenso sobre pavés, charcos y barro, Moscon parecía tener la carrera en sus piernas. Pero hasta en el 'Infierno' hay que tener suerte. Y no la tuvo. Primero pinchó. Y luego se cayó. Aun así, ingresó en cabeza en el Carrefour de l'Arbre, otra catedral de piedra. Ahí le cazaron... y le enterraron sus tres perseguidores. Tres supervivientes de la carnicería: Vermeersch y Van der Poel, dos especialistas en ciclocross que disfrutan en caminos así, y Colbrelli, que vale para todo. Primero fue velocista, en 2017 ganó una clásica como la Flecha Brabançona y ahora hasta tutea a los escaladores en muchos puertos.
El italiano era de los tres, el más entero. Había economizado a la perfección sus fueras, sin caer en el cebo de Van der Poel. El holandés buscaba el riesgo en cada segmento adoquinado. Colbrelli le dejó hacer, trazó su propio camino y salió entero de cada trampa. Sabía que era el más rápido. Aunque eso, tras más de 250 kilómetros y seis horas de calvario en el 'Infierno', no es definitivo. Todo empezaba donde iba a terminar: en la vuelta y media final al velódromo.
Tres ciclistas de barro. Piernas de arcilla. Colbrelli no soltó la cabeza en ese anillo. No se dejó rebasar y logró un triunfo que justifica una carrera deportiva. Ya es suyo el 'Infierno', el paraíso ciclista para los de su especie.
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