Adiós a Raúl Ramírez, el líder silencioso
Deportista integral como futbolista, estudiante y formador de niños, su carácter alegre le concedió ese don de ganarse el respeto sin alzar la voz
Marcos Menocal
Miércoles, 1 de octubre 2025, 08:52
Los hombres de fútbol buscan para sus pizarras un portero que mande. A Raúl Ramírez, el futbolista del Colindres fallecido el lunes tras sufrir un golpe fortuito en un partido ... , nunca le hizo falta elevar la voz para cumplir con ello. Tiró de carisma. De esa virtud que no se entrena; que se tiene o no. Era el destino, el mismo que le traicionó este sábado, el que hizo el resto. Le dio la camiseta con el número 1 y le convirtió en el líder silencioso. Lo fue en el vestuario de sus equipos, donde el brazalete de capitán oficializaba lo que todos sabían. Lo fue en la universidad, donde nada más llegar y sin conocerle sus compañeros le eligieron como representante estudiantil y lo fue en 'El Veranuco', un grupo que organiza campamentos estivales en Santoña y del que Raúl fue monitor. Muchos de esos chavales a los que formó y con quienes retorció el cuello a la pena cuando hizo falta montaron el último campamento el lunes en el Hospital Valdecilla para estar lo más cerca posible de su persona especial.
Con 19 años da tiempo para lo que da y siempre es pronto para marcharse. En ese tiempo a Raúl, casi sin pretenderlo, le bastó para ganarse el cariño de los vecinos de Santoña que ayer dejaron pequeño el tanatorio para despedirle. Por allí pasaron los que le vieron romper los pantalones en la Plaza San Antonio lanzándose a lo Iker Casillas y los padres de tantos chavales a los que enseñó a cantar, jugar a las cartas y divertirse bajo el sol de los meses sin colegio. Chistoso, desenfadado y atrevido, como las murgas de la Peña Galipoteros, a la que pertenece su padre, Emilio, a Raúl le gustaba sacarle el jugo a los ratos. Lo mismo se calzaba los guantes de boxeo y organizaba un ficticio combate que se vestía de improvisada vaca y arrancaba la sonrisa a los más pequeños.
Nació y se crió en Santoña, la localidad cuyas calles andan huérfanas esta semana. Nunca le gustó dar vueltas y desde siempre lo tuvo claro: el deporte y, en cierto modo, la docencia y el trato personal serían su carta de presentación. De carnaval en carnaval cruzó la bahía de Santoña para aterrizar en Laredo, donde se fue forjando ese carácter tan especial que le convertiría con el tiempo en un joven líder silencioso. No tardó el Perines en echarle el ojo y durante años a sus tardes de libros le siguieron las de coche y campo de fútbol. La carretera de los Puentes, de ida y de vuelta, cinco días a la semana, fue la canción diaria que le daría forma a su pasión por el fútbol. Lo tenía claro y no le amilanó el llegar a casa cuando la medianoche pedía paso.
Ocupó la portería del popular club santanderino donde fue maquillando casi sin querer su estilo atrevido, seguro y sobrio de portero que manda. Este verano dejó de ser juvenil y firmó por el Colindres. Al otro lado del puente de Treto le esperaba lo que para él «era una oportunidad» recuerda su entorno. El acuerdo se cerró en una conversación. No hizo falta más. Educado y respetuoso, dijo sí y entró en un vestuario donde su carisma rivalizó con la veteranía de los futbolistas ya curtidos. En septiembre faltó el entrenador de porteros de los pequeños y levantó la mano: 'Ya lo hago yo'.
Así fue. Por la mañana a las clases de Cafyd en la universidad, por la tarde al campo, primero con los pequeños, y luego con los mayores. Y por la noche, de vuelta a casa. A ese piso de estudiante donde los 'tuppers' de su madre, María José, a buen seguro se mezclaban con la tortilla de última hora entre pantallas de ordenador y apuntes. Sabía a qué quería dedicarse.
«A partir de ahora una estrella nos guía», dice el mensaje de despedida de El Veranuco, su grupo. Su equipo. Su gente: 'A partir de ahora te prometemos hablar de ti siempre, entre nosotros y a tus niños, siempre vas a estar con nosotros'.
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