La violación que acabó con el sueño olímpico de una prometedora gimnasta
La aspirante olímpica Lucia Osborne-Crowley tenía 15 años cuando sufrió una agresión sexual y 20 cuando su cuerpo comenzó a romperse por el trauma vivido. Ahora cuenta su historia en 'Yo elijo a Elena'
La australiana Lucia Osborne-Crowley iba para estrella de la gimnasia artística. Se entrenaba para las Olimpíadas cuando, una noche que había salido con sus amigos, un hombre adulto (ella tenía 15 años) la apartó del grupo y la violó a punta de cuchillo en el baño de un McDonald's en la ciudad de Sidney. La experiencia resultó tan traumática para ella que decidió eliminarla de su mente. Hasta que pasado año y medio, de repente, comenzó a perder el equilibro y su cuerpo empezó a presentar síntomas extraños, como si ya no le perteneciera. Tras muchas idas y venidas de consulta en consulta, acabó con varios diagnósticos: padecía una endometriosis severa (que posteriormente requeriría varias cirugías), enfermedad de Crohn y un gran síndrome postráumatico derivado de aquella violación sepultada a conciencia en su memoria.
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Lo escribe todo en un ensayo autobiográfico, 'Elijo a Elena', editado por Alpha Decay. Ella lleva años volcada en el periodismo y en la investigación jurídica y éste es su primer libro. En él evoca aquel episodio de forma valiente y objetiva y ahonda en un tema que, aunque reconocido, todavía no ha sido muy tratado. El de cómo el trauma afecta al cuerpo y la salud física de las personas hasta tal punto que puede derivar en enfermedades crónicas, y cómo en el proceso de superación hay que hacer frente a una amalgama de creencias y tabús profundamente arraigados. Un camino en el que Osborne-Crowley encontró consuelo en escritoras como la italiana Elena Ferrante, de aquí el título del ensayo, que en sus libros habla de «aceptar la vulnerabilidad propia, desarrollar la indulgencia hacia uno mismo, aprender a no cargar con la culpa y fortalecerse con palabras honestas», en palabras de Osborne-Crowley.
La historia que cuenta es, de forma resumida, ésta. Lucia aún era una adolescente cuando un médico especializado en la enfermedad de Crohn le preguntó si alguna vez le han agredido sexualmente. Lucía, que ahora tiene 27 años, mintió y le dijo que no. Tampoco había sido capaz de ser más explícita con sus amigos cuando se reencontraron con ella aquel fatídico día. Todo lo que les dijo fue «duele». Y esto fue lo máximo que Lucía contó sobre su agresión durante años, manteniendo el trauma de esa noche encerrado dentro de ella hasta que comenzó a destrozar su cuerpo y la obligó a dejar la gimnasia. Aunque una y otra vez, a Lucía, los médicos le dijeron que sus síntomas estaban en su cabeza. Hasta que a los 20 años su cuerpo comenzó a colapsar. Sus órganos empezaron a fallar; primero su vejiga, luego su apéndice, útero e intestino.
Vieron, entonces sí, que había una conexión entre la agresión sufrida, el trauma psicológico no tratado y su salud física. «Cuando la mayoría de la gente piensa en el impacto físico de un trauma le vienen a la cabeza moretones y huesos rotos, no años de problemas de salud crónicos que se niegan a desaparecer», argumenta ella, ahora que ya no es reacia a revelar los detalles sobre su agresión y no teme que no le crean o le acusen de mentir. Porque, como otras mujeres víctimas de abusos, Lucía se planteó «por qué iban a creerme acerca de una violación que había ocurrido hace años, sin informe policial o «evidencia» más que mi cuerpo devastado por el trauma«. »Todo se alimenta de un ciclo de incredulidad en el que las mujeres tememos hablar sobre nuestras agresiones, luego no creen en los síntomas, lo que nos hace menos propensas a abrirnos y, a su vez, es menos probable que obtengamos la ayuda que necesitamos para recuperarnos«, sostiene.
En su caso, dice, «no fue la valentía sino el puro agotamiento» lo que la impulsó a revelar su violación. Rompió con «la idea de que había hecho algo terriblemente mal» y se puso en manos de especialistas. Lucía conoció entonces un mundo de recursos y apoyo para las víctimas de agresión sexual que ni sabía que existía. Fue, no obstante, una experiencia «agridulce». Finalmente estaba obteniendo la ayuda que necesitaba, pero se sentía desconsolada porque este mundo estaba oculto a la sociedad y, por extensión, a otras víctimas. «Hacer más visible el apoyo a la agresión sexual significaría obligar a la sociedad a reconocer el problema que hace que estos recursos sean tan vitales; agresión sexual y violación. Es un tema que muchas personas todavía consideran tabú, y aunque estamos en la era del #MeToo, las conversaciones que estamos teniendo sobre la agresión sexual aún no abordan temas complejos como los efectos de por vida del trauma sexual«.
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Ella cree que incluso muchos médicos a día de hoy pueden tener dificultades para empatizar con su condición. Y en suma, ha escrito su historia. El asalto, los estragos que causó en su cuerpo y su eventual viaje de recuperación. Lucia Osborne-Crowley anhela que su experiencia ayude a guiar a otras mujeres hacia la ayuda que necesitan. «Solo espero que se den cuenta de que nunca estarán solas si están luchando con las consecuencias de las agresiones sexuales, los abusos o el acoso. Quiero que sepan que hay ayuda, y que hay todo un mundo más allá del autodesprecio, castigo y vergüenza«.
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