Una historia bien contada requiere de pocos elementos. Pero esos elementos, bien empleados, construyen un recuerdo imborrable. 'La excavación' es una película de Netflix que ... no parece rendir pleitesía a ningún algoritmo. Es bella en la forma y en el fondo. Bella como una frase bien escrita. Bella como la palabra exacta. Bella como el primer sonido del bebé al descubrir la esencia de la vida.
Basil Brown, interpretado por un Ralph Fiennes deslumbrante, es un excavador con inquietudes. Edith Pretty (Carey Mulligan), una viuda heredera, le contrata para que levante la tierra de su casa porque sospecha que podría haber algo; un tesoro. Y así, con un sencillo planteamiento cercano al drama del teatro, se construye un relato mágico, apasionante e inspirador. Un juego entre la fe ciega, el legado y la tierra aparentemente muerta, desamparada, yerma. Yerma. Precisamente yerma.
Hay algo en la película que derrocha una poesía honesta, como si sus versos hubieran pasado por el filtro de un niño asombrado por todo. El director es el 'desconocido' Simon Stone, un australiano de 36 años (nacido en Suiza) que viene arropado por varios premios de esos que se dan a jóvenes promesas. Esta es su primera gran película -no será la última-. Pero antes había realizado, curiosamente, un filme para la televisión británica: 'National Theatre Live: Yerma' (2017). Billie Piper hace de 'Ella', la protagonista de la obra escrita por Federico García Lorca.
Les juro que cuando descubrí esta peculiar conexión entendí un poco más por qué me gustó tanto 'La excavación'. Esa tierra por florecer, ese soñar como forma de estar en la vida, esa ambición por conocer el mundo, esa inocente mirada del niño que descubre, bajo sus pies, el legado de sus padres.
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