Viaje a Torquemada
Felipe el Hermoso, rey de Castilla por matrimonio, estuvo de paso en la villa de Torquemada una vez. Vino a ver cómo estaban los patios peninsulares. Su siguiente estancia en Torquemada es más sombría: la ya viuda reina Juana entró en el pueblo acompañada del féretro de su marido y a punto de dar a luz. Como el verano es buen momento para irse de viaje y los cielos azules de Castilla son una bendición -no les cuento la divertida duración del verano cantábrico donde yo vivo- a Torquemada me fui. El cronista Antoine de Lalaing dice que el puente sobre el Pisuerga es hermoso; dice gran verdad. Los napoleónicos le hicieron un buen estropicio en su día, pero sigue siendo un muy hermoso puente. Se portaron tirando a fatal, dicho sea de paso, los soldados de Bonaparte a su paso por España.
En cualquier caso, llegas a Torquemada y te detienes ante la imponente iglesia de Santa Eulalia. Gran momento. Hay un libro de la profesora Bethany Aram sobre la reina Juana, exhaustivo y espléndido, salvo cuando explica que el jesuita Francisco de Borja fue canonizado póstumamente (Profesora: las canonizaciones póstumas son una vieja práctica de la religión católica. Las canonizaciones prepóstumas son extremadamente infrecuentes). El libro narra muy bien la complejidad política con la que Juana tuvo que lidiar, también en sus días de casada en Flandes. Sigo con Torquemada. Un disco bar enfrente del río parece ser el lugar en el que la reina habría traido al mundo a su hija Catalina, andando el tiempo reina de Portugal. No hay una triste placa que lo conmemore. La Historia tiene sus magias evocadoras y hay que preservarlas ‘comme il faut’. Un poco de cuidado con esas cosas no hace daño. Pregunté a qué horas estaba abierta la iglesia. No soy católico, me dijo un funcionario del Ayuntamiento para explicarme su desconocimiento de los dichos horarios. ¿Qué te contestarán en Córdoba si preguntas por algún célebre monumento local? En las confusiones de 2017 acabas teniendo dudas sobre el multiculturalismo. Leonardo y Newton fueron premulticulturales. No sabemos cuánto se perdieron. Varios vecinos muy amables tampoco supieron decirme cuándo ver la iglesia. Y sin verla me fui. Había uno tenido la astucia de echarle un vistazo al ‘skyline’ de Santoyo a la ida, y hubo tiempo a la vuelta para detenerse allí. Y suerte con templos abiertos. Comprometo mi palabra de viajero al decírselo. Iglesias de San Juan Bautista en Santoyo y de San Hipólito en Támara de Campos: maravillas. Feliz septiembre.
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