Los ojos llenos de pájaros
José Jiménez Lozano ·
La editorial Días Contados publica una antología con 273 fragmentos localizados a lo largo de toda su obra que demuestran la pasión del escritor abulense por las avesCarlos Aganzo
Sábado, 23 de diciembre 2023, 00:08
Su cabeza no, desde luego. Pero sin duda sus ojos, sí. Y su corazón. Ojos y corazón llenos de pájaros, desde el primero hasta el ... último de los libros de José Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 1930-Alcazarén, Valladolid, 2020), en una simbiosis única entre vida, escritura y sentido de la existencia del hombre sobre la tierra. Una vez desaparecido el maestro, y muy próxima la aparición del segundo volumen de sus 'Obras completas', por parte de la Fundación Jorge Guillén, irrumpe revoloteando un nuevo libro que se adentra en uno de los muchos veneros singulares de su obra, buscando quizás uno de los motivos simbólicos que más cuadran con su labor de humildad, sencillez y, al mismo tiempo, profundidad de campo: su amor por los pájaros. Su reconocimiento en los pájaros como un signo de la palpitación del mundo en su extraordinaria levedad, en su verdad pequeña, en esa exaltación de «la lacerante alegre belleza de lo minúsculo» que tanta entidad, paradójicamente, ha dado y sigue dando a la obra del escritor abulense.
Urracas, cárabos, palomas torcaces, alondras, jilgueros, currucas, tordos, cucos, ruiseñores, vencejos, golondrinas, zorzales, petirrojos, mirlos, alcaravanes, cuervos, autillos… todos ellos avistados, recibidos, escuchados o en dulce coloquio con el poeta y congregados en el volumen 'Señores pájaros': 273 fragmentos localizados a lo largo de toda su obra y publicados con primor por la editorial Días Contados. Garzas, grullas y cigüeñas, también perdices, gallinas, patos y hasta cisnes. Pero nada de poderosas águilas ni de milanos. Si acaso la reivindicación del cernícalo, para conjurar el baldón que la lengua común ha construido sobre el nombre de esta pequeña rapaz como sinónimo de bruto o de zopenco.
Uno de esos libros, como dice Andrés Trapiello, autor del prefacio, que «se dicen solos». Que no necesitan prólogo ni reseña, porque «incluso a oscuras nos dicen algo». Un libro entresacado de otros libros «como si en realidad todas esas páginas hubieran sido escritas para figurar un día juntas». Pájaros que vuelan desde sus 'Tres cuadernos rojos', de 1986, hasta 'El viaje a Oxford' que nunca tuvo lugar, de 2021, pasando por 'El mudejarillo' (1992), 'Segundo abecedario' (1993), 'La luz de una candela' (1996), 'Pájaros' (2000), 'Elegías menores' (2002), 'Los cuadernos de la letra pequeña' (2003), 'Advenimientos' (2006), 'Los cuadernos de Rembrandt' (2010), 'La estación que gusta al cuco' (2010) y 'Evocaciones y presencias' (2020), entre otros.
El testimonio sutil y volandero de un hombre que vivió «un trato continuado con pájaros y flores, sobre todo si eran humildes, como los acianos o azulejos, como el cuco y la urraca». El retrato con pájaros de un viejo maestro de Oxford que nunca ejerció como tal. De un hermano morañego y terracampino de aquella Emily Dickinson con cuya experiencia vital siempre se sintió tan próximo el autor de la 'Guía espiritual de Castilla' («cuando Emily Dickinson pensaba en su muerte, pensaba, sobre todo en el petirrojo que llegaría al jardín no estando ya allí ella»). En la luminosa desnudez de sus textos, tan sutiles como los dibujos de Ramiro Fernández Saus que los acompañan. Y en el sentido último de esa humildad profunda del que vivió «al tanto del mundo, sin pertenecer a él».
Fragmentos de diversa textura. Desde las prosas extraídas de sus ensayos o sus maravillosos diarios, hasta poemas breves y aún brevísimos en los que sobrevuelan las figuras de Catulo o de Juan de Yepes, su paisano, o en los que compite con su eterno amigo de Langa, el poeta Jacinto Herrero, en su pasión pajarera. Un vuelo corto sobre el que se adivina, se siente, la pulsión de esos lugares viejos de Castilla la Vieja «llenos de redondeces, curvas y protuberancias, pero donde la soledad casi se hace carne, resulta insoportable».
Quizás, más que con los hombres, en su cabeza, en sus ojos y en su corazón se identificó con los gorriones
Tranca y retranca
Naturaleza a las puertas de casa. Emoción y lirismo que, en el caso de Jiménez Lozano, además se encuentran de continuo, con resultado sorprendente, con otro recurso inseparable de la figura del escritor: la ironía. Sentido del humor, tranca y retranca, quizás heredada por vía directa de los clásicos latinos. La crónica de esos acontecimientos mínimos que, protagonizados por los pájaros, se convierten en crónica del ser humano frente a su propia cultura y frente al mundo. «Le pregunté a un cuco pensativo: / ¿En qué piensas? / Me respondió: / En nada, estoy pensando. / ¡Cuánto sentí haberle interrumpido!», escribe el poeta.
Y al final, sobre las dudas, las pequeñas tragedias o las intemperies, la fe de vida en forma de señores pájaros de un autor que publicó su primer libro de poesía con sesenta años, cuando «la mayor parte de los poetas de su generación habían dejado de escribir y la nómina estaba completa». Y que quizás, más que con los hombres, en su cabeza, en sus ojos y en su corazón se identificó siempre con los gorriones. Esos pajarillos tan humanos a los que les bastan y les sobran «las migajas del mundo». Y a los que el poeta les pide una vez y otra lo mejor que pueden darle: su alegría.
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