El juego de un gran tímido
Erotismo ·
Era un especialista en la literatura de ese género, pero en sus películas apenas se encuentran escenas que puedan considerarse de alto voltajeEl director de 'La vaquilla' estableció que la diferencia entre erotismo y pornografía no era más que una cuestión de clases sociales. Así, decía, a ... la pornografía se le llama erotismo cuando la (lo) hacen los ricos. Y citaba a Cela, quien precisaba que el erotismo es pornografía vestida por Dior. En todo caso, Berlanga aceptaba para sí mismo el término de erotómano aunque no fuera de su gusto ser etiquetado, ni siquiera como ácrata. Se reconocía fetichista clásico de ligueros, corsés y zapatos de tacón de aguja (al igual que Buñuel, para quien sin embargo erotismo y pornografía sí eran dos mundos distintos). También, dirigió la colección de libros de narrativa erótica La Sonrisa Vertical, en la que se publicaron obras de tan proceloso título como 'El bajel de las vaginas voraginosas', de Josep Bras, o 'Ligeros libertinajes sabáticos', de Mercedes Abad. Poseía una considerable biblioteca de género venéreo con tres mil volúmenes y en lugar casi oculto al que tenía prohibido que se entrara a limpiar, como mandan los cánones rituales del disfrute íntimo. Una novela del ramo que apreciaba especialmente era 'Historia de O', de Dominique Aury (que publicó con el pseudónimo Pauline Réage). Berlanga consideraba que el tórrido erotismo sadomasoquista de una novela como esta era imposible de llevar a la pantalla con buenos resultados y sin caer en lo ridículo. La adaptación que realizó Just Jaeckin protagonizada por la bella Corinne Cléry parece darle la razón. Quizá sea por el convencimiento de esta imposibilidad el que en la filmografía del erotómano Berlanga apenas haya erotismo. O la razón resida en que el esperpento, que con tanta brillantez recreó, casa mal con el enfoque erótico. O tal vez en lo que dijo Marisol Carnicero, su directora de producción: que para don Luis el erotismo no era una pulsión, sino el juego de un gran tímido, y el cine otra cosa, o al menos otro tipo de juego.
Sea por lo que sea, la escasez erótica en las películas de Berlanga es palmaria. Incluso en la más atípica de las suyas, 'Tamaño natural' (1974, guion de Azcona), una historia de nihilismo y remedo de amor entre un hombre y una perfecta muñeca de ese tamaño real y con todo atributo, se atisba una cierta misoginia. Según Berlanga, se trataba más bien de la sublimación de una soledad y del miedo, el que a Berlanga le infundía la clara superioridad de las mujeres en todas las facetas, empezando por la sexual. Sí me resultó erótica la secuencia con una atractiva Amparo Soler Leal en el rol de dueña lesbiana de una 'boutique', con una blusa transparente que muestra sus lindas tetas, que en vano pretende quedarse a solas con la muñeca. Y en 'Tamaño natural' hay una escena de sexo esperpéntico y brutal que es la negación del erotismo. En la salvaje secuencia, un obrero español ha robado la muñeca del piso de Michel Piccoli y se la lleva al sórdido barracón donde duerme con sus compañeros. Los inmigrantes montan una procesión con la muñeca en un improvisado trono y la jalean y le cantan saetas. Después, la bajan del trono y coronan la celebración con un entusiasta 'gang bang' de la subclase fornicio de borrachos en cadena. La película, de producción francesa, estuvo prohibida en España hasta la desaparición de la censura.
En las que me parecen las dos obras maestras de Berlanga, 'Plácido' (1961) y 'El verdugo' (1963), no hay ni pizca de erotismo. Si acaso, en la primera, cuando Antonio Ferrandis, antes de que su personaje de Chanquete lo dejara asexuado, está salido y molesto porque la pobre que le ha tocado aguantar durante la cena en casa de su amante, de nuevo Amparo Soler Leal, le obliga a reprimirse. Como un niño ilusionado, pregunta a Amparo si se ha puesto eso que tanto le gusta. Ella le dice que sí, se levanta la falda y le muestra una historiada liga muslo muy arriba.
El esperpento que tanto recreó en su cine tal vez casaba mal con el enfoque erótico
Fetichismo piloso
'La escopeta nacional' (1978) cuenta con una famosa humorada de índole fetichista de especialidad pilosa. Al marqués de Leguineche, Luis Escobar, le tiran su numerosa colección, fruto de décadas de rijosidad clasificada, de pelos de pubis en tubitos, pertenecientes a todas las mujeres que ha conocido bíblicamente a lo largo de su vida. Cada tubito está etiquetado con el nombre de la fémina donante y con el número de coyundas. Dos de las invitadas a la cacería, Mónica Randall y Rosanna Yanni, se prestan a que el atribulado Escobar, que ha amenazado con morirse por el disgusto, reinicie la colección con ellas. El marqués les corta él mismo los pelitos precisos con tijera y alaba la calidad, finísimos ambos, y diferencias de cada uno: los de Yanni le parecen visón y los de Randall marta cibelina.
Como suele suceder a los tímidos, Berlanga podía ser osado o cohibido en las exteriorizaciones de su culto al erotismo que estuvieran fuera de sus placeres solitarios bibliófilos y pornográficos. Y casi siempre, juguetón. Por ejemplo, regalaba tanto a hombres como a mujeres del equipo de rodaje condones de colorines con cabezas de dragón. La osadía podía ejercerla preguntando a una mujer que acabara de conocer si le gustaba que la ataran, si le iba el 'bondage'. O mostrarse vergonzoso. Su productor de Jet Films, Alfredo Matas, contó que a Berlanga y a él los invitaron en París a participar en una orgía. Ambos permanecieron vestidos y azorados, procurando pasar desapercibidos. Lo probable es que consiguieran lo contrario: dos señores con chaqueta y corbata, sentaditos muy formales en una esquina, rodeados de cuerpos desnudos enlazados en una gimiente geometría coral.
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