Urgente Normalidad en el metro tras los retrasos provocados por el desmayo de una mujer que ha caído a las vías en Algorta
Una madre y sus dos hijos pequeños huyen a pie de Gaza entre los escombros en noviembre de 2023. Fotos: UNRWA
Fotografía

Imágenes que valen por mil telediarios

'Gaza a través de sus ojos'. ·

La exposición fotográfica del Thyssen permite empatizar mejor con una tragedia con muchos ángulos

Eduardo Laporte

Sábado, 4 de octubre 2025, 00:06

Contemplar viene del latín: con (junto, con)/templum (templo). Es decir, observar dentro de un espacio delimitado, pues el templum era un lugar destinado específicamente ... para el culto. Los cuatro lados del televisor apenas permiten esa función contemplativa. Vemos imágenes en movimiento pero no nos llegan a lo más profundo, al alma. Para eso está el arte, la pintura, también la fotografía. E incluso el fotoperiodismo, que combina información sobre los conflictos que marcan la agenda política sin renunciar a una carga poética, esa que hace que dicha información nos conmueva. Nos remueva. Y eso sucede con las 27 fotografías expuestas en el hall del Museo Thyssen-Bornemysza y que muestran sin paños calientes, pero sin caer en la pornografía emocional, las distintas capas del dolor que componen el mapa de los horrores que se padece, desde hace dos años, en la Franja de Gaza.

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Imágenes que se pueden ver sin pagar entrada, pero que valen más que todos los informativos porque han sido tomadas por reporteros en un territorio más que comanche, un «infierno en la tierra» en el que cada día con vida es un milagro. Tanto es así que los autores de las fotografías no las firman porque, como se aclara en el cartel explicativo de la exposición, hacerlo supondría un grave riesgo para su seguridad. Aunque no más que el mero hecho de tomarlas porque -recuerda el mismo cartel- son más de 200 los periodistas palestinos asesinados por un gobierno israelí que sigue prohibiendo, entre otras restricciones, el acceso de prensa internacional a la Franja de Gaza.

El apocalipsis es ahora

En los 365 km2 que ocupa la Franja de Gaza, parecida superficie a una de las islas más pequeñas del archipiélago canario (La Gomera, 369 km2), el horror es la rutina. Y la exposición no pone vendas gratuitas sobre la herida ni recurre al eufemismo en los textos de las cartelas. Como la que muestra a una madre y sus hijos pequeños cargando con todas sus (pocas) pertenencias por un camino tan embarrado que parece un río. Huyen a pie de la ciudad de Gaza, «asustados y obligados por Israel, en noviembre de 2023».

Si bien no se documentan los atentados de Hamás del 7 de octubre de 2023, las imágenes y sus respectivas explicaciones dejan patente que la respuesta a esos ataques terroristas está siendo, a todas luces, desmedida. Como demuestra el hecho de que los 1,7 millones de personas a las que se forzó al exilio, en noviembre de 2023, lo hayan hecho «por órdenes militares israelíes». Un escenario dantesco tanto para los que se marcharon como para los que se quedan, que, como se recuerda en la exposición, se ha acompañado también de una crisis alimentaria «provocada deliberadamente por decisiones del Gobierno israelí». Si hay quien duda de que lo que allá se está perpetrando es un genocidio, es decir, un conjunto de acciones encaminadas a arrasar con una población dada y su entorno, se le parece bastante.

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Vista aérea de un centro de salud destruido.

El alivio de la UNRWA

La erre de la UNRWA, del inglés relief (alivio), no está puesta en vano. Así, la Agencia de las Naciones Unidas para la Ayuda a los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo, como se conoce a este organismo humanitario de la ONU, se encuentra entre los promotores de esta exposición. Junto con el propio Museo Thyssen-Bornemisza y el Departamento de Protección Civil y Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea (ECHO) han querido hacer un «llamamiento a no mirar hacia otro lado». Y, de paso, recordar el necesario trabajo de la UNRWA, que ya se encontraba sobre el terreno en 1949. Fue creada para atender a los refugiados palestinos tras la Nakba (catástrofe) del año anterior.

Varias fotos ilustran la labor de esa organización, que se va convirtiendo en el único clavo ardiendo al que la población masacrada puede aferrarse. Aunque en condiciones cada vez más desoladoras, como muestra la vista aérea de un centro de salud de la UNRWA totalmente destrozado, que se suma a la casi totalidad de instalaciones de la organización dañadas por el ejército israelí. El espectador se pregunta entonces qué tiene que ver defenderse de un ataque terrorista con desmantelar esos centros creados para socorrer a la población civil más vulnerable. Como tampoco entiende el espectador con un mínimo de dignidad que las escuelas de la UNRWA hayan sido bombardeadas sin ningún tipo de discriminación. Aunque, como cantaba Dylan, ni la dignidad se puede fotografiar ni tampoco se puede destruir la solidaridad: en esas escuelas, hoy reducidas a tabiques que sirven de refugio, los niños siguen realizando actividades de aprendizaje: «Los equipos de la UNRWA siguen brindando momentos de esperanza».

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El diablo está en los detalles

Pararse a contemplar, con ese tiempo detenido que nos brinda un museo, las fotos de la masacre nos permite asimilar las distintas capas de la tragedia. Como se dice popularmente, el diablo está en los detalles. ¿O era Dios? El estatismo de la imagen nos permite trasladarnos al epicentro del dolor y empatizar mejor. La foto de la madre y los dos hijos andando sobre el barro apenas se distingue de la escena bíblica de la Sagrada Familia huyendo a Egipto de las amenazas de Herodes. Solo que un detalle la actualiza y la llena de vigencia: esta nueva Nakba no se hunde en la noche de los tiempos, sino que nos golpea dos veces por suceder en pleno siglo XXI y como consecuencia de la ira de un Estado que hasta entonces, controversias sionistas aparte, formaba parte del bloque civilizado que presumía de occidentalismo. Esa mujer carga con una bolsa enorme de 60 pañales de la marca Slipp Bene (Jumbo Economy) que muestra un bebé rubito, europeo, ajeno a las expresiones de los niños que acompañan a su madre: uno, ya resignado, o quizá alienado ya para siempre, con la mirada entre perdida y seria; el otro, aún bajo el impacto de ese desahucio ingente, roto en lágrimas.

Si quedaba alguien víctima del virus de la indiferencia, la exposición 'Gaza a través de sus ojos' es un buen remedio.

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