Federica Montseny, la ministra arrepentida
Aniversario ·
Se cumplen 120 años del nacimiento de la primera mujer que dirigió un ministerio en España. Su nombramiento, lejos de ser un hito, cuestionó su compromiso con el anarquismoIratxe Bernal
Sábado, 15 de febrero 2025, 00:01
«Hazte a la idea de que estás siendo movilizada. Unos van al frente y otros, al Gobierno». Así, a regañadientes, se produjo el nombramiento de la primera mujer a cargo de un ministerio en España. Ella era Federica Montseny, una de las voces más reconocibles del anarquismo en aquel momento, noviembre de 1936. Una de las más ortodoxas, encima. Defensora a ultranza del abstencionismo y contraria, por tanto, a la participación en cualquier estructura política, su designación chocaba con su ideario y comprometía una reputación labrada poco menos que desde su nacimiento, el 12 de febrero de 1905.
De hecho, este fue anunciado en 'La revista blanca', una referencia para el pensamiento libertario de principios del XX. Y no porque en ella hubiera hueco para la crónica social, sino porque causó el retraso del número de aquella quincena; sus padres, maestros casados por lo civil previa firma de un acuerdo por el que se comprometían tratarse como iguales, eran los editores y, en ocasiones, únicos redactores de la publicación. Bajo seudónimos varios, eso sí, porque se habían instalado en Madrid saltándose una condena de expatriación.
En 1912, un nuevo destierro lleva a la familia a Barcelona, donde compagina el trabajo en el campo con la publicación en su propia editorial de novelitas rosas, folletines cargados de crítica social que salvaban la censura gracias a su apariencia romanticona. Con solo quince años, la niña educada en casa «para evitar su institucionalización», como recordaba ella, se une al negocio escribiendo sobre obreras tan pobres como honradas.
Hervidero revolucionario
A los 18 se afilió al Sindicato de Oficios Varios de Cerdanyola, integrado en la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Su primera detención animó a Joan a reeditar 'La revista blanca', lo que convirtió la casa en un hervidero revolucionario al que un día llegó el que sería su compañero sentimental toda la vida, Josep 'Germinal' Esgleas, entonces secretario del comité regional de la CNT de Cataluña.
En 1931, se afilió a la Confederación, donde su vehemencia y potencial para llegar a otras mujeres la llevaron a protagonizar giras propagandísticas por toda España logrando una notoriedad que pronto la aupó a cargos representativos. Al estallar la Guerra Civil ya estaba en los comités nacionales de la CNT y su ala más radical, la Federación Anarquista Ibérica (FAI), por lo que su nombre sonó en cuanto Azaña encargó a Largo Caballero formar un gobierno de unidad con todas las fuerzas antifascistas.
Aquel reparto, en el que a los cenetistas les correspondían cuatro ministerios, abrió un cisma entre los anarquistas. Quienes rechazaban integrarse en el Gobierno y seguir luchando por la revolución obrera frente a quienes entendían que los ideales debían sacrificarse o, al menos, posponerse. Finalmente, el secretario general de la CNT, Horacio Martínez, acepta la propuesta y decide repartir las cuatro carteras entre ambas corrientes. A la renuente Federica la pone al frente del recién creado Ministerio de Sanidad y Asistencia Social. «Hazte a la idea que estás siendo movilizada», le dice. «No tendríamos que haber aceptado. Hay que oponerse a las concesiones. Si no hubiésemos entrado en el Gobierno todo se habría mantenido exactamente igual, pero nos habríamos salvado de decepcionar a todos nuestros compañeros militantes. Es sin duda una decisión que me sigue deshonrando», recordaría en su vejez.
Primera ley del aborto
Sólo ocupó el ministerio siete meses, desde noviembre de 1936 hasta la caída de Largo Caballero en mayo de 1937, y en unas circunstancias en las que nada era viable. Pero, aun así, con ayuda de la doctora Mercedes Maestre, redactó la primera ley del aborto española -que fue rechazada por el propio Gobierno- creó casas de acogida para prostitutas en las que se les enseñaba un oficio y organizó comedores infantiles. También puso en marcha la evacuación de niños, otro gran motivo de arrepentimiento. «Lo hicimos con la mejor intención, pero impusimos la orfandad a muchos que se podían haber quedado en España», lamentó.
Continuó colaborando con el Gobierno de la República hasta la caída de Barcelona en 1939, momento en el que huyó a Francia. Se libró de los campos de concentración gracias a su pasaporte diplomático -suerte que no tuvo Germinal, enviado al de la playa de Argelès-sur-Mer- pero no de la persecución franquista. En 1941, las autoridades españolas pidieron su repatriación al Gobierno colaboracionista de Vichy y fue encarcelada junto a Largo Caballero. Sus abogados tuvieron la picardía de hacer que ella, embarazada de seis meses, compareciera en primer lugar ante un tribunal que, incapaz de firmar la entrega de una mujer en estado, tampoco pudo después aprobar la extradición del líder de la UGT.
Al finalizar la guerra se trasladó a Toulouse, donde compaginó escritura y activismo con la esperanza de cruzar pronto la frontera de una España libre. No lo hizo hasta 1977 en un viaje en el que lamentó «cómo Franco había destruido el espíritu del pueblo» y se mostró muy crítica con los Pactos de la Moncloa y lo que ella consideraba «una falsa democratización». Falleció en Toulouse el 14 de enero de 1994.