Urgente Normalidad en el metro tras los retrasos provocados por el desmayo de una mujer que ha caído a las vías en Algorta
La Guardia Civil dirige el tráfico en la Operación Salida de Semana Santa de 1973, una imagen que refleja otro ritmo y otra sociedad. José Sánchez Martínez
Territorios de la cultura

El espejo

En aquel otoño famoso hacía falta paciencia. Las carreteras servían como escuela de estoicismo y la competencia entre discos y libros era menos atronadora

El 20 de noviembre de 1975, Bob Dylan dio un concierto en el Harvard Square Theatre de Harvard, Massachusetts. Varias canciones de ese concierto aparecen ... en el volumen 5 de las famosas 'Bootleg Series' dylanianas, y el escritor Sam Shepard escribió una crónica de esa gira por Nueva Inglaterra que refleja muy bien lo que debió de ser aquello. En un lugar que nos queda mucho más cerca que Harvard, y conocemos mejor, había ese mismo día preocupaciones muy distintas de las de un concierto de rock. Aquel mundo de entonces era más grande, todo iba más despacio, comparar las carencias -algunas muy esenciales- del patio propio con los logros del patio ajeno no era tan sencillo. Había menos conciencia de lo que hacían otros.

Publicidad

Y se sabían menos cosas. Es difícil recrear cómo hablaba la gente en aquellos tiempos porque el lenguaje humano está impregnado de lo que en ese momento se conoce. Lo que sabemos queda reflejado en lo que hablamos, y en aquel otoño famoso el paisaje era muy diferente del de hoy. La gente necesitaba dinero para hacer una llamada telefónica desde una cabina. Hacía falta paciencia para esperar que llegara una carta, a veces muy anhelada. Y para que te recogiera un coche en la carretera si viajabas en auto stop. Las carreteras, por cierto, eran un dolor; la que recorría la costa cantábrica servía como escuela de estoicismo. Naturalmente, esas austeridades no eran del todo percibidas como tales porque no se sabía que el futuro las haría parecer penosas; no se conocía el lujo de la inmediatez. Como tampoco se daba importancia al hecho de fumar en cualquier parte; enternece ver las humaredas del Congreso de los Diputados en la Transición. El culto al cuerpo no era lo que es; no abundaban los gimnasios, no se hablaba tanto de carbohidratos ni de proteínas, quienes hacían deporte corriendo por la calle parecían excéntricos. Había fútbol en la tele, pero no en tantos canales, ni con un césped tan bueno, ni con un balón tan ligero, ni con cámaras que ahora multiplican las jugadas y los goles. La campeona del mundo era Alemania Occidental, que se llamaba así porque el Muro de Berlín gozaba de buena salud. Los dogmas políticos eran otros, y se discutían de otra forma también, quizá más convencida y más ingenua.

Y no había Internet. En aquellos tiempos de lentitud, la gente se sentaba a escuchar un vinilo de principio a fin. Ese disco costaba su dinero, se le sacaba partido y sonaba en una habitación durante semanas. Discos y libros tenían una extraña singularidad, la competencia era menos atronadora. El conocimiento humano se parece un poco a la fruta prohibida del Génesis; una vez la muerdes, te vuelves más sabio-yendo todo bien- y menos inocente. Los estruendos de las redes sociales son el envés de la información vertiginosa de un teléfono móvil que alberga los contenidos de una biblioteca. En fin. Me río de verme tan bella en este espeeeejo, canta la Castafiore de Tintín. Nosotros tenemos espejo nuevo y todo se ve mucho mejor. Feliz fin de noviembre.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad