Escritoras que merecen ser redescubiertas
El trabajo de un grupo de investigación académica está sacando a la luz las obras de mujeres de los siglos XVI y XVII
ELISABETH G. IBORRA
Sábado, 21 de octubre 2017
Si ya era difícil encontrar lectoras en una época (larga por demás) en la que la mayoría de las mujeres no sabían ni firmar, porque el grado de alfabetización era ínfimo, mucho más lo era encontrar escritoras. Además, solo podían surgir de las clases acomodadas, ya se tratara de la nobleza o las profesiones liberales, puesto que desde los servicios al entorno rural, los porcentajes de mujeres con una actividad intelectual eran raquíticos.
La causa principal era la concepción del papel de la mujer: para qué iba a aprender a leer y escribir si su labor se limitaba a ser ama de casa, madre, limpiadora, cocinera, costurera y fiel esposa. Cuando las élites empezaron a pensar en darles cierta formación fue básicamente con el fin de que no fueran auténticas paletas las que educaran a sus descendientes, y para que pudieran administrar la casa un mínimo; en absoluto pensaron en darles cierta libertad.
Así las cosas, allá por el siglo XV, las mujeres aprendían por tradición oral y las bibliotecas femeninas contaban con entre uno y cuatro libros, algunas rondaban la decena, pero sin duda por debajo de las bibliotecas masculinas de aquellos tiempos. En un principio, las lectoras solo leían libros dedicados a la oración, la devoción y el entretenimiento, pero ya en el XVI aunque los tenían vetados, accedieron a escondidas a novelas sentimentales y libros de caballerías. Y en el XVI empezaron a leer las novelas de literatura pastoril, así como obras cortas, entre cuyas autoras destacan Leonor de Meneses, Mariana de Carvajal y María de Zayas. Ni que decir tiene que los hombres doctos de aquel siglo entraron en pánico cuando vieron la eclosión de señoras capaces de escribir y publicar sus textos. Qué aberración, cómo se atreven, venía a decir hasta Quevedo.
En el s. XVII ya había una cantidad elevada de autoras que participaban en concursos poéticosLos manuscritos que se salvaron son en casi todos los casos de monjas tenidas por santas
Todo esto es una síntesis de la publicación ‘Lecturas femeninas’, de Nieves Baranda, catedrática de Literatura Española y directora del Departamento de Literatura Española y Teoría de la Literatura de la UNED, que ha publicado varios estudios para el proyecto Bieses (acrónimo de Bibliografía de Escritoras Españolas). «Esta base de datos tiene como objetivo dar respuesta a algunas preguntas fundamentales sobre las escritoras españolas anteriores al siglo XIX: ¿cuántas fueron en total? ¿quiénes eran? ¿qué perfil social o biográfico tuvieron? ¿dónde vivieron? ¿cuánto escribieron? ¿qué tipos de obras escribieron? ¿dónde se publicaron? ¿quién las leyó?»
Ahí vamos, a responder a esas preguntas: a la primera, Baranda responde que «hay más de 400 mujeres que escribieron al menos un poema, si contamos todos los que aparecen en concursos poéticos o en preliminares a otras obras». Empezamos por sor Juana de la Cruz, «una mujer autora, escritora que no escribe, sino que sólo habla», mientras que otra monja del convento transcribe sus predicaciones bajo el título del ‘Libro del conorte’. Hubo varios casos parecidos, entre ellos el de Ana de San Bartolomé (1549-1626), compañera muy cercana de Teresa de Jesús y continuadora de su obra en Flandes. Según relata Nieves Baranda, en su capítulo titulado ‘Mujeres y escritura en el siglo de Oro, una relación inestable’, publicado en el libro ‘Litterae, Cuadernos sobre cultura escrita’, de Emilio Torné y Enrique Villalba, «no hay que perder de vista el ejemplo de Teresa de Jesús que resulta incuestionable, no solo porque quisiera que las novicias supieran leer más que tener una buena dote (eso dirá), sino porque su carisma y dedicación a la escritura hace que pase a ser habitual en la vida de muchas religiosas».
Las religiosas, pioneras
Por tanto, no resulta extraño que fueran ellas las que empezaran a escribir autobiografías, supuestamente guiadas por un don divino, excusa que alegaba la clarisa y mercedaria María de la Antigua (1566-1617) sobre sus poemas; o María de Jesús, conocida como la Sabia de Coria. Las monjas Cecilia del Nacimiento (1570-1646) y María de San Alberto, desarrollaron otros muchos géneros como «autobiografías y cuentas sobre diversos aspectos de su vida espiritual, tratados teológicos o devotos, obras históricas, epístolas y un buen número de poesías de excelente calidad aún por valorar adecuadamente», considera la experta.
Fuera del ámbito religioso, en la clase campesina era habitual que las mujeres en situaciones de extrema necesidad dictaran cartas a un monaguillo para relacionarse con su familia –como hace Teresa, la mujer de Sancho Panza–. Por eso las cartas constituyen el género más fecundo en esos siglos.
Isabel Ortiz, que sirvió en su infancia a Isabel de Aragón, fue abandonada por su marido y entonces escribió «su propio libro de devociones, que se difundió manuscrito en un círculo próximo formado por la nobleza local y personas de profesiones liberales o de los gremios», como el de plateros, al que pertenecía su familia. El contenido del libro tiene «un origen íntimo, en tanto que se trata de devociones adaptadas a sus propias necesidades, lo que la llevaría a escribirlas, si bien, después su fama y deseos de darlo a publicar le acarrearían problemas con la Inquisición».
Quizá, por esa razón y desazón, de eruditas iban escasos en el siglo de Oro. Deslumbró por encima de la media Luisa Sigea, quien, gracias a su padre, aprendió varios idiomas, partiendo del latín, en el que escribió ‘Sintra’ y el ‘Duarum virginum colloquium de vita aulica et privata’. «Otra castellana excepcional en la misma época fue Beatriz Bernal, por ser autora de un libro de caballerías titulado ‘Cristalián de España’, que se publicó en Valladolid en 1545».
Profesionales
Pero no son las únicas escritoras que surgen del seno de familias relacionadas con el ámbito de la enseñanza y la cultura, subrayando el caso de «Isabel Mejía y sobre todo Isabel de Vega, mujeres que viven en contacto con la corte; y el caso de Oliva Sabuco y su ‘Nueva filosofía de la naturaleza del hombre’ (Madrid, P. Madrigal, 1587), que pertenece a un círculo de intelectuales y médicos».
A principios del s. XVII ya había una relevante cantidad de versificadoras que emergían a la luz en las antologías de concursos poéticos, con especial participación en Zaragoza, por parte de nobles como Luisa María de Padilla, Condesa de Aranda, y Ana Abarca de Bolea. Lo cual animaba a muchas más mujeres a leer y a escribir, hasta el punto de que aparece un nuevo tipo literario, el de la mujer culta de la baja nobleza o alta burguesía, que pretende ganarse la vida profesionalmente con sus escritos. Una de sus representantes más conocidas es María de Zayas, «autora de dos libros de novelas cortas y de varios poemas, mujer de extracción hidalga conocida en su tiempo en los círculos literarios del momento».
El estudio de campo valora aún más a «la sevillana Ana Caro Mallén, porque de su actividad teatral como autora y como empresaria nos han quedado documentos que atestiguan que era ella la que cobraba y se relacionaba con el cabildo para representar sus piezas durante las festividades del Corpus. Que conste que no es la única empresaria teatral de quien tenemos noticias, aunque sí la única que además era autora».
Justamente las publicaciones de estas dos últimas autoras profesionales se conservan impresas, en concreto las colecciones de novelas de María Zayas, con mucho éxito, reeditadas mucho tiempo después y traducidas al francés, y las obras de teatro impresas de Ana Caro y Ángela de Azevedo. Aparte, hoy en día todavía se pueden tocar con las manos los manuscritos de las poesías de Catalina Clara Ramírez de Guzmán o de Leonor de la Cueva y Silva.
Sin embargo, bastantes escritoras de alta alcurnia, las mejor formadas, no se atrevían a transgredir la norma social que podía llevarlas a la exclusión social o al cuestionamiento moral, en cuanto que no se deseaba que ejercieran una autoridad que pudiera servir como estímulo a otras. De modo que tuvieron que ser otros quienes decidieron publicar sus escritos a título póstumo, como ocurrió con Isabel de Villena y Luisa de Carvajal y Mendoza. O bien recurrían a un seudónimo masculino o al anonimato: «La Condesa de Paredes, Luisa Magdalena de Jesús, publica, bajo el seudónimo de Aquiles, ‘Napolitano el Año sancto. Meditaciones para todos los días en la mañana, tarde y noche’... Por su parte, Juana Josefa de Meneses, Condesa de Ericeira, firma como Apolinario su obra ‘Despertador del alma al sueño de la vida en voz de un advertido desengaño’. Asímismo, es el fraile agustino Pedro Enrique Pastor quien rubrica, supuestamente, ‘La Nobleza virtuosa’, de la Condesa de Aranda, doña Luisa de Padilla; Leonor de Meneses, condesa de Serem y Attouguia, autora de ‘El desdeñado más firme’, prefiere un seudónimo femenino, Laura Mauricia; y María de Guevara, Condesa de Escalante, se esconde tras ‘un autor moderno’».
Leer hoy
En general, según han comprobado en Bieses, «se conservan sobre todo las obras que se imprimieron, porque son tiradas de varios cientos de ejemplares y es más fácil que quede alguno. Sobre los manuscritos, depende del valor que se les conceda para ocuparse de su custodia, por eso son más abundantes los de monjas que fueron consideradas casi santas, ya que la comunidad religiosa conserva sus papeles con veneración y mucho cuidado».
El caso es que, para la especialista, «se han editado modernamente muchas cosas, no todas, ni la mayoría, quizá tampoco interesan para el comercio, pero parte de las obras se pueden leer en ediciones anotadas y con estudios, como otros clásicos de nuestra literatura. Lo complicado es llegar al gran público, conseguir que estas mujeres pasen a un canon nacional, donde aparezcan mencionadas a la par que Lope, Cervantes o Tirso de Molina, por ejemplo».
Para quienes estén interesados en leer a estas autoras, el proyecto Bieses recomienda «como sugerencia la antología de Anna Caballé, ed., ‘La vida escrita por las mujeres’, en Lumen, donde participamos otras muchas estudiosas; la antología de Olivares y Boyce, ‘Tras el espejo la musa escribe’, editada por Siglo XXI; y varios volúmenes de teatro de mujeres (‘Teatro de mujeres del barroco’), editados por Fernando Doménech y que están en la colección de la Asociación de directores de Escena. Además, para la narración hay ediciones muy fáciles de encontrar de María de Zayas o de Mariana de Carvajal (‘Navidades de Madrid’ y ‘Noches entretenidas’)».
Y como la calidad es muy subjetiva porque los conceptos y los parámetros y las modas cambian a lo largo del tiempo y sus avances culturales, cada cual puede juzgar por sí mismo degustando «poemas de Catalina Clara Ramírez de Guzmán o de Leonor de la Cueva y Silva; leyendo novelas de María de Zayas, obras de Ana Caro o los muy comentados entremeses de Feliciana Enríquez de Guzmán, que han sido versionados y representados estos últimos años».
Todos estos nombres y géneros están recogidos en el libro titulado ‘Early Modern Spanish Women Writers’, por Anne J. Cruz y Nieves Baranda, editado en inglés por Routlegde, donde también dedican un estudio a las viajeras modernas, con las narraciones sobre fundaciones conventuales de Darcy Donahue, las Religiosas transatlánticas, capítulo escrito por Sarah E. Owens; ‘Las Escritoras Seculares en el Nuevo Mundo’ (1543-1700), de Rocío Quispe-Agnoli y, por último, los ‘Intercambios Transnacionales’, también de Nieves Baranda Leturio, quien recalca que todo el proyecto Bieses «no es una tarea personal, sino de un grupo de investigación que desde 2004 recibe financiación estatal». Un servicio público encomiable para resarcir el papel de la mujer en la Historia de la Literatura.
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