Ernst Jünger, el 'pensador de acero'
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Se cumplen 25 años de la muerte del cronista de la vida europea más importante del siglo XX, un autor que despierta admiración y repulsaTal día como ayer, hace 25 años, fallecía Ernst Jünger, el escritor alemán más importante del siglo XX. La larga vida del cronista europeo más ... destacado de dicho siglo y los acontecimientos históricos de los que fue testigo privilegiado avalan una obra compleja dirigida a todos aquellos que viven en un mundo sin referentes morales y donde reinan el derrotismo y la incertidumbre. Comenzó como escritor de guerra y se transformó en un taumaturgo moderno. Agasajado por los nacional-revolucionarios, como ensalzador de las experiencias del campo de batalla, pretendido vanamente por comunistas y nacionalistas, criticado por considerarlo responsable ideológico en la barbarie del Tercer Reich, condenado al ostracismo desde 1945 hasta 1949, y honrado con premios literarios y la edición de su obra completa más tarde, Jünger sigue despertando la admiración más elevada y la repulsa más acerada de muchos de sus lectores y de los que hablan de oídas.
¿Por qué ocurre esto? ¿Está justificada esta dicotomía? Jünger es un escritor difícil de etiquetar y clasificar en las diferentes etapas de su vida, con sus cambios y mutaciones, y conocer cuál de ellas se aproxima más a la sustantividad de su pensamiento es una labor complicada. El autor cuya producción literaria, así como su ideario, se nutrió de dos componentes esenciales, el asco hacia el insustancial y vacuo mundo burgués y el desprecio hacia la educación de tradición estrictamente positivista, regó su obra de numerosos matices que conformaron un inventario/crónica/diario del conflictivo siglo XX.
Nacido el 29 de marzo de 1895 en Heidelberg, forjó su carácter con la dureza y claridad de su padre y la fascinación maternal plasmada en su interés por las fiestas antiguas, las grandes comunidades y lo arcaico de la naturaleza. Soñador impenitente a pesar de su formación pragmática y atraído por aventuras y héroes literarios, moldeó un espíritu aventurero que le llevó con 18 años a la Legión Extranjera y un año más tarde a la Primera Guerra Mundial. En su obra 'El corazón aventurero' (1929), y otros libros sobre África, encontramos una de sus antítesis más significativas, el orden burgués y el Humanismo. En ella se plasma el intento de realización de la filosofía de la vida de Nietzsche y la elección de Jünger del 'culto al poder', estéticamente ornamentado. El entusiasmo general por la primera conflagración mundial le imbuyó de tal forma que exacerbó un ideal sangriento de las batallas que solo podría sustentar un Estado autoritario. A este período se remontan trabajos literarios como 'Tempestades de acero' (1920), 'La lucha como vivencia interior' (1922) y 'El bosquecillo' (1925), relatos de las trincheras y de la glorificación de la guerra. En 1932 publicó el polémico libro titulado 'El trabajador' en el que presenta la nueva dimensión de este manifestada tras la Gran Guerra.
«Para renacer, el orden humano debe sumergirse de vez en cuando en el fuego», escribió
Etapas
Fue un decidido defensor de la integridad del hombre y de su relación armónica con el mundo circundante, a lo largo de una vida que como él mismo señaló pasó por diferentes etapas, pero sin variaciones bruscas. Cambiará con el tiempo, pero conservando el ideal del 'hombre de selección' que exalta y glorifica la guerra, y el ideal del sentido caballeresco de la misma. En los años de la República de Weimar estudia Zoología en la Universidad de Leipzig y trabaja posteriormente en el Instituto Zoológico de Nápoles, iniciando un período de observación y descripción de la Naturaleza y de narraciones de viajes ('De la concha dorada', 1944; 'Paseo atlántico', 1947; etc.).
Sigue escribiendo y publicando artículos cuya principal temática será el nacionalismo alemán. Se relaciona con la Unión de los Soldados del Frente y colabora como editor en la revista 'Standarte. Semanario del Nuevo Nacionalismo', que coincide con un período histórico de rebeldía del militarismo, del nacionalismo y del enaltecimiento de la guerra, y que luego se transformó en 'Arminius' y más tarde en 'Avance'. Llega la proscripción, su cercanía y rechazo al NSDAP y a Hitler, sus entrevistas con Goebbels, el repudio del acta de diputado por este partido y el desprecio por un nacional-socialismo impregnado de un espíritu plebeyo, opuesto a su instinto aristocrático, y del que se separa definitivamente en 1934. De lo publicado entre 1933 y 1945 conviene destacar 'Juegos africanos' (1936), 'Los acantilados de mármol' (1939), su obra simbólica más difundida, y 'Jardines y calles' (1942), primera parte de sus voluminosos diarios de guerra y ocupación, reunidos posteriormente bajo el título general de 'Radiaciones' (1949).
El periplo intelectual de Jünger e incluso el propio itinerario filosófico de la modernidad se pueden resumir en una frase del autor: «El orden humano se parece al cosmos en lo siguiente: para renacer es preciso que se sumerja de vez en cuando en el fuego». Si la modernidad nihilista representa el 'fuego', la tradición de la sabiduría representa el 'renacer'. Jünger, en definitiva, era un reaccionario, un romántico y un tradicionalista convencido. Las guerras no se evitan, las guerras solo se ganan o se pierden: «La guerra es un acontecimiento espiritual, un encuentro de fuerzas físicas». La filosofía del pensador alemán es el reflejo de un anhelo intelectual por superar el pensamiento moderno nihilista, por evitar el dominio de la técnica sobre lo humano y por salvar el conocimiento profundo de los antepasados. Reivindicó la acción como supremo valor de la vida y ante la amenaza de caos y la decepción caminó hacia un heroísmo sobrehumano.
Enigmático, polifacético, turbador y subversivo, sus ensayos utilizan un lenguaje profético, el aforismo y la manipulación ('Más allá de la línea', 1950; 'Aproximaciones', 1970; etc.) y sus novelas utópicas están impregnadas de una atmósfera misteriosa y enrarecida, que al final conecta con la realidad de cada cual. De este modo, crea una mitología en movimiento para comprender las rápidas vicisitudes del siglo XX, empujadas por una tecnología que aceleró su flujo continuo. Jünger desempeñó el papel de testigo sincero de un siglo de horror que, en alianza con la técnica, convergió en el mayor genocidio del hombre y de la naturaleza.
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