La constelación Basterretxea
Raíces vascas y vida cosmopolita ·
La pluralidad de intereses y prácticas artísticas caracteriza la fecunda trayectoria del autor bermeotarraA la patria mitificada se la quiere más que a la propia madre. La idealización, generadora de intensas pasiones, viene favorecida por su particular naturaleza ... y se acrecienta por la nostalgia que sufren aquellos que la rememoran desde la distancia geográfica. Al final, ese proceso de extrañamiento la puede convertir en una entelequia, casi una alucinación, a juicio del historiador Ángel Duarte, experto en emigraciones y exilios. El autor de 'Republicanos, emigrados y patriotas. Exilio y patriotismo español en la Argentina en el tránsito del siglo XIX al XX' aborda el estudio de esa construcción intelectual que heredaron las sucesivas olas de quienes abandonaron su tierra, impelidos por el hambre o la represión. Néstor Basterretxea (Bermeo, 1924-Hondarribia, 2014) participó de esa íntima e impetuosa conexión con el hogar perdido, ya fuera España o el País Vasco.
La ensoñación contrasta con el pragmatismo del hombre que ha de buscar el sustento en la siempre difícil vuelta a un escenario con códigos sociales, culturales y políticos muy distintos a los de su lugar de acogida. El artista fue un hombre de múltiples intereses, capaz de conciliar ámbitos distintos y ocupaciones dispares, de ampliar progresivamente sus campos de estudio y empeñarse en numerosas causas. La trayectoria, tanto profesional como personal, del autor se halla muy relacionada con esa amplitud de miras y cierta dualidad entre el cosmopolitismo derivado de sus años americanos y la cercana conexión con la idiosincrasia vasca, eje de su actuación en el último periodo creativo.
La Guerra Civil marcó su vida. Era hijo de una familia de nacionalistas vascos que abandonó su Bermeo natal ante el avance franquista. El puerto pesquero constituyó el punto de partida de una travesía que lo condujo entre tres continentes con estancias en ciudades tan diversas como París, Marsella, Dakar, Casablanca o La Habana. México fue el destino de la mayoría de quienes cruzaron el océano. En cambio, los Basterretxea eligieron Buenos Aires. El régimen argentino puso numerosos reparos a la llegada de inmigrantes españoles, pero el influyente Comité pro Inmigración Vasca presionó para la redacción de un decreto gubernamental que facilitaba la recepción de refugiados procedentes de Euskadi.
Los años de crecimiento se relacionan con esa estancia en el país austral, donde se formó y ejerció como publicista, entre otros oficios. Aunque en formación artística es autodidacta, Basterretxea se abre a la influencia de los creadores argentinos que despuntaban en los años cuarenta: figuras de la talla de Lucio Fontana o Raúl Soldi, que habían participado en la eclosión de las vanguardias históricas y regresado a América cuando las circunstancias políticas se volvieron complejas en el corazón de Europa.
Encuentro con Oteiza
La relación del joven creador con la escena vasca resulta, sin embargo, mucho más difusa. El desarrollo de aquella atmósfera tan bulliciosa en los años treinta había quedado truncado por la Guerra Civil. La renovación estética resultó muy perjudicada por la muerte de algunos de sus mejores representantes, tal y como sucedió con Nicolás de Lekuona, o la dispersión de otros, caso de Aurelio Arteta en México o José Mari Ucelay en Inglaterra. Pero sus primeras influencias no están relacionadas con ese legado sino con la herencia expresionista de José Gutiérrez Solana, todo un crisol en el que confluyen el Barroco y el tenebrismo de Goya. Sus preocupaciones existenciales casaban bien con la mirada sombría del pintor y su mirada espacial también con su atención al muralismo mexicano. El esquematismo contundente y expresivo de David Alfaro Siqueiros, uno de los grandes representantes de esta corriente, dejó un poso en el artista.
El encuentro fortuito con Jorge Oteiza, también residente en el continente americano, implica, de alguna manera, su conexión con ese proceso bruscamente interrumpido al otro lado del Atlántico. El guipuzcoano llegó a América en 1932 y regresó al País Vasco para realizar las esculturas del santuario de Arantzazu. Basterretxea siguió sus pasos al asumir la pintura de los muros de la cripta. Una vez más hallamos esa especie de dicotomía, no buscada, que, a menudo, identifica su personalidad, en esta ocasión a través del contraste entre la modernidad de su tierra de acogida y el escenario reaccionario de la España de posguerra, tanto político como artístico.
La obra plasmada sobre la pared se hallaba cargada de la espiritualidad contemporánea, de ascética resolución, pero sus postulados no concordaban con un tiempo en el que imperaba el neoconservadurismo, sobre todo en el ámbito eclesiástico. El encargo de los dieciocho muros de la cripta del templo se vio frustrado por orden del Vaticano, que lo interrumpió aduciendo reparos estéticos y el trabajo que llevó a cabo durante un año fue destruido a brochazos.
No cejó en esa labor de cuña, a pesar de los reveses. El autor bermeotarra participó en iniciativas tan relevantes como el Equipo 57, una de las formaciones que, junto al Grupo El Paso, consiguieron romper con el canon oficial. Frente al informalismo de sus colegas, el colectivo, en el que asimismo tomaron parte Oteiza y Agustín Ibarrola, se decantaba por la abstracción geométrica.
La diversidad impregna su quehacer, sujeto a la evolución y la disparidad de intereses. La evolución de su carrera está marcada por el paso de una disciplina a otra, del dibujo y la pintura al relieve y la escultura exenta, el cine, la poesía o la fotografía experimental, pero también del trabajo creativo al comercial, o de los aspectos más cosmopolitas a su interpretación de la cultura natal. El diseño es una de las facetas que representa esa sorprendente versatilidad, una dedicación temporal en la que supo aunar creación y funcionalidad, su preocupación por lo social y la introducción de las tendencias modernas.
La década de los sesenta resultó especialmente fructífera, con numerosas exposiciones de relieve e iniciativas de toda índole. Durante estos años dio a conocer sus primeras obras tridimensionales, en las que aborda la síntesis entre los característicos elementos geométricos y otros orgánicos, y demuestra una vocación, o ambición, por llegar al espacio público. Asimismo, en otro de sus particulares cambios expansivos, realiza el paso de la plástica a la obra cinematográfica. Asociado a Fernando Larruquert, fundó Frontera Films, la productora con la que llevó a cabo varios cortometrajes, pequeñas obras que suponen el antecedente de 'Ama Lur', un largo en el que amalgama historia, folklore y cuestiones antropológicas, claves de su posterior discurrir.
El proyecto individual se concilia con el compromiso en otro de sus peculiares equilibrios. Esa inquietud guió los pasos de Basterretxea, implicado en la creación del grupo Gaur, manifestación que se encuadra dentro del Movimiento de la Escuela Vasca. De nuevo, esa pluralidad o 'constelación', como es habitualmente descrita, sigue ampliándose y sumando el ímpetu de la vanguardia estética y su preocupación por los problemas sociales y políticos propios de su tiempo.
El espíritu solidario y de comunión se expresa en cuestiones esenciales de nuestra comunidad, como el Estatuto de Gernika o la promoción del euskera, causas a las que presta su apoyo mediante el diseño de logotipos. Pero su ámbito de reflexión más importante gira en torno a la identidad vasca, la raíz antropológica y su proyección material. La Serie Cosmogónica, conjunto de dieciocho esculturas que fue presentado en 1973 en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, responde a ese afán por convertir la mitología en una sucesión de formas.
El exilio, esa circunstancia tan especial que exacerba los sentimientos e intensifica las emociones, tal y como señala Duarte, puede hallarse, en última instancia, en ese propósito de abrir el abanico y participar en todo tipo de prácticas artísticas y demandas populares. El desarraigo es, tal vez, un duelo que nunca se cierra, aunque reclama constante atención y, quizás, se convierte en el motor de una búsqueda sin fin, de un periplo no solo físico, sino también existencial.
El mito persigue al bermeotarra, ya centenario. En la monografía publicada en 1992, Juan Daniel Fullaondo y Teresa Muñoz describen al autor como «un viajero odiséico» en grande por esa larga travesía, en términos literales, que lo condujo desde el País Vasco a Argentina y, más tarde, lo impulsó a recorrer el mundo, a recalar en México, Estados Unidos, Grecia o Japón. A diferencia de otros grandes trotamundos, tal deambular tuvo éxito y Basterretxea halló su Ítaca particular. El artista volvió sobre sus pasos, regresó a esa patria mitificada y se reencontró con sus mitos e, incluso, les proporcionó cuerpo. Desde entonces, por una suerte de afortunada simbiosis, el escultor también participa de esa naturaleza intemporal.
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Néstor BasterretxeaCrónica errante y una miscelánea
Sus memorias con ilustraciones originales. (Alberdania, 2006).
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José E. PerallónNéstor Basterrechea
(Coinpasa, 1992) con estudios de Juan Daniel Fullaondo y Teresa Muñoz.
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Varios autoresForma y universo
(Fund BBK, 2013). Con motivo de la exposición antológica en el Bellas Artes.
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