Chupahuesos
Escribe Muñoz Molina sobre la memoria del hambre que nos dejó la generación de nuestros padres. El escritor es de mi quinta, nunca mejor dicho ... porque lo vi en el cuartel de Araca, o creí verlo entre tantos que se le parecían, desmañados con aquellos tres cuartos. Lo contó en 'Ardor guerrero', aquellas páginas que se sostenían tan bien, una por una, con un tópico de tradición oral. Todas las páginas de Muñoz Molina son buenas, lo digo con la relativa autoridad de quien ha leído todos sus libros y no se pierde sus artículos.
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Una vez cenó con nosotros en Bilbao y le dijimos a Jose, el antiguo maître del Monterrey, que se fijara bien en él porque seguramente le darían el Nobel. No estoy ahora tan seguro, puede que no se lo den por su tono de maestro republicano en tiempos de autoritarismo creciente, como no se lo dieron a Borges por conservador cuando estaba de moda ser progre. Los tiempos están cambiando otra vez, Dylan, pero hacia atrás. Querían los progres de entonces saber por saber, no tenían ambiciones mezquinas, procuraban ser decentes. Muñoz Molina ha sido siempre decente y paga un precio por las buenas intenciones en estos tiempos de nuevos jóvenes airados que admiran el matonismo, la arbitrariedad, la chulería, la falta de modales, desprecian la Historia, que desconocen, y toman a los bienintencionados por farsantes, se burlan de ellos, por ejemplo, por conmoverse e indignarse ante el uso del hambre como arma/crimen de guerra.
Ahora Muñoz Molina vive en un pueblo pequeño y cultiva su huerto como el Cándido de Voltaire al final de sus desventurados viajes por el «mejor de los mundos posibles». Un huerto en un pueblo pequeño, pero no el suyo, tan hermoso, del que salió pitando muy joven para comerse el mundo de las letras. Nuestra generación no pasó hambre, pero nos arreglábamos con lo justo, y milagrosamente pudimos estudiar. A veces nuestros padres, para corregirnos cuando hacíamos melindres con la comida, nos hablaban de los años del hambre. En Úbeda recordaban el 45, en mi pueblo el 42. Me contaron que alguien escribió en la pared del cementerio: «En Abril, todos aquí». El insulto más hiriente de nuestra infancia era 'chupahuesos'. No advertía yo entonces la magnitud del agravio, pero quienes se enfadaban verdaderamente al oírlo, y llegaban a engarrarse por ello con los insultadores, defendían el honor de sus familias, que habían pasado hambre, exigían el respeto debido por los pobres en general.
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