Borrar
El actor y director Clint Eastwood, en el Tribeca Film Festival.
CINE

Tipo duro que toca el piano

Clint Eastwood Cineasta. Heredero de Gary Cooper y John Wayne como icono de las esencias yanquis, sabe conciliar la dosis justa de violencia y ternura. El martes cumplirá 86 años

MIGUEL ARTAZA

Viernes, 27 de mayo 2016, 12:34

Lacónico vaquero, pistolero redentor, sargento de hierro, cazador blanco con el corazón negro, entrenador de boxeadoras, supremacista al volante de un Gran Torino, perpetuo prototipo del ideal masculino, encarnación de la pureza WASP, republicano militante, genio, mito y leyenda yanqui. Clint Eastwood es un John Wayne postmoderno, Gary Cooper 2.0, el tipo duro y malencarado de mandíbula apretada y pelo al rape no completamente ajeno, sin embargo, a una especie de sensibilidad contenida. El próximo martes cumplirá 86 años.

Fue alcalde de su ciudad. Odia a Michael Moore. Y a Obama. Cree que Orson Welles es demasiado moderno, prefiere a Howard Hawks. Frunce el ceño, masca tabaco y, si se tercia, pone a Donald Sutherland a conducir un tanque y desvalija enterito un cargamento de oro nazi. No bromea. Lleva un Magnum 44 y jamás rehuiría una buena pelea. Sabe que el mundo se divide en dos: los que sostienen un arma y los que cavan. Ha insultado, escupido y lanzado puños como nadie. «Bebido más cerveza, meado más sangre, echado más polvos y chafado más huevos (chuta un contenedor de basura) que todos vosotros juntos, capullos».

Es, según Scorsese, «el último vestigio de la edad de oro del cine». Durante años disimuló sus carencias interpretativas gracias a papeles sin apenas diálogo, como el hombre sin nombre de la trilogía de Sergio Leone. Otras veces, compartía cartel con un orangután (Clyde) que, francamente, le robaba bastante protagonismo. Aprendió a desenfundar con estilo. Montó en mula con Julie Andrews. Se escapó de Alcatraz, viajó al espacio con Tommy Lee Jones, nos enseñó Iwo Jima y lo que ve por su mirilla un francotirador de los SEAL. Acompañó a Charlie Parker en su descenso a los infiernos del alcohol y la droga. Ganó, con Matt Damon, un mundial de rugby. Se licenció con honores en Corea, instruyó batallones de marines, salvó al presidente y, por supuesto, se quedó con la chica. Y, sin embargo, resulta evidente que algo le duele, que algo le atormenta y le impulsa a escribir cartas que son devueltas sin abrir, o a interpretar de vez en cuando unos tristísimos compases al piano. Al revisar su producción como realizador, se observan bajo una nueva luz las marcas de los conflictos que de forma recurrente ha introducido medio de tapadillo en sus películas. Las cicatrices del remordimiento y la culpa en el contexto de las relaciones paterno filiales.

Su propia productora

Impulsó su propia productora, Malpaso, para sacudirse de encima a los inversores entrometidos, y desde entonces se ha limitado a poner en pie buenas historias. A rodar con la innovadora y revolucionaria determinación de mantenerse fiel al más estricto clasicismo. Vale que hay colectivos (las mujeres, los homosexuales, cualquiera de una raza distinta a la blanca) que han podido sentirse ofendidos por algunas de las ideas o planteamientos deslizados en sus películas por personajes que se parecen sospechosamente a él. Refractario a la corrección política, ha seguido protagonizando sonoros patinazos en sus apariciones públicas a un ritmo más que aceptable.

Para ser justos, hay que admitir que la sobredosis de testosterona se suele compensar apuntalando las caracterizaciones con pinceladas de rectitud, dignidad y nobleza, y que la fascinación por la violencia está bastante justificada en casi todas sus obras mayores. Se agradece el esfuerzo, aunque tampoco era necesario. Para sus incondicionales siempre será un hombre de una pieza. Sus incondicionales, si verdaderamente lo son, saben que es el Rubio. Y Walt Kowalski, el simpático vecino de al lado. El moderado Harry Callahan y el bonachón sargento de artillería Highway, el forastero al que llamaban Predicador, el alegre camorrista Phillo Beddoe, el prudente William Munny Y le perdonan lo de aquel fotógrafo melenudo y nenaza de Los puentes de Madison.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo Tipo duro que toca el piano

Tipo duro que toca el piano