Un show heterodoxo con un Bilbao abierto al mundo
El espectáculo concebido por Calixto Bieito mezcló vanguardia y tradición sin rendirse a nostalgias ni localismos
El patio de butacas del Arriaga iluminado durante la gala de los Max revelaba lo más destacable de la noche: la ausencia de limitaciones de ... aforo. La emoción surgía de ver al público hombro con hombro en sus butacas en esta nueva normalidad, eso sí, todavía con mascarillas. Por ese patio de butacas entró precisamente Asier Etxeandia para abrir el show con una particular versión de la 'Bilbao Song' de Bertolt Brecht y Kurt Weill. Mientras su 1,88 llenaba el escenario con ese dominio escénico que bebe a partes iguales de Broadway y el punk, una pantalla recuperaba imágenes documentales del Bilbao de los txikiteros en blanco y negro y un paseo nocturno por la ría.
El espectáculo concebido por Calixto Bieito, director artístico del Arriaga, apostó por la reivindicación del talento local y la heterodoxia. Ahí es nada mezclar los versos de Joseba Sarrionandia con Yogurinha Borova, que cosechó la mayor carcajada de la noche al definirse como «travesti, disléxica y autónoma». Desde un palco, los bertsos de Jon Maia resonaban solemnes, aunque por desgracia no fueron subtitulados en la retransmisión televisiva por La 2.
Reivindicación de lo local pero sin nostalgias y con un Bilbao abierto al mundo. La bailaora Adriana Bilbao, nieta del mítica Zarra, ondeó su mantón bajo la voz de Beñat Achiary y las notas de la guitarra de Pedro Soler. La algorteña de origen guineano Afrika Bibang cantando en euskera simbolizó a la perfección la imagen de la cultura vasca que los Max quisieron vender al mundo.
Un Pierrot demente
En euskera también se escuchó 'Lady Macbeth' en boca de Miren Gaztañaga, mientras el 'In Memoriam', que recuerda a los profesionales fallecidos en el último año, desechó la tradicional música conmovedora y apostó por el dodecafonismo de la Bilbao Sinfonietta a la batuta de Iker Sánchez Silva. Lo más Bieito de la gala fue, sin duda, el 'Mendi Mendiyan' de Usandizaga en crispada y potentísima interpretación de la soprano lituana Ausrine Stundyte. También tuvo su punto Bernardo Atxaga leyendo la autobiografía de Emilio Aragón, Miliki, en la que comparaba al Arriaga bilbaíno con otros grandes templos teatrales en el mundo.
La hipnótica actuación de la bailarina Paula Parra moviéndose como un robot espasmódico brilló en la serie de interludios musicales entre premio y premio que fueron los Max, que para el espectador televisivo no interesado en el teatro tienen que luchar contra la falta de emoción a la hora de dar a conocer a los ganadores. Asier Etxeandia, vestido como un Pierrot demente, recordó que un artista es una «espejo limpio de la sociedad» en una loquísima versión del 'Baga Biga Higa' de Mikel Laboa, rodeado de los niños del Coro Infantil de la Sociedad Coral de Bilbao. Queda la duda de qué habría pasado si el bilbaíno hubiera actuado como maestro de ceremonias de la 24 edición de los Premios Max.
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