Martin Scorsese, Premio Princesa de Asturias de la Artes
El autor de 'Taxi Driver' y 'Uno de los nuestros' recogerá en Oviedo un galardón que ha recaído en directores estadounidenses como Woody Allen y Francis Ford Coppola
Hollywood tardó veintiséis años en saldar su deuda con Martin Scorsese (Nueva York, 1942), los que separan la primera nominación al Oscar como mejor director por 'Toro salvaje' de la estatuilla que recibió en 2007 por 'Infiltrados' de manos de tres compañeros de generación, Spielberg, Lucas y Coppola. Los cuatro cambiaron el cine americano, pero Scorsese ha sido el único que se ha mantenido fiel a unas obsesiones que ya inspiraron 'Malas calles' en 1973: la fe religiosa y un acusado sentimiento de culpa, como seminarista que fue; una cámara siempre en movimiento que se mete por todas partes al servicio de un estilo heteredoxo y visceral; una banda sonora de canciones sin descanso.
El autor de obras maestras como 'Taxi driver', 'Toro salvaje', 'Uno de los nuestros' y 'Casino' es el ganador este año del Princesa de Asturias de las Artes, dotado con 50.000 euros. Entre las 35 candidaturas de 21 nacionalidades que optaban al premio en esta edición estaban la del cantautor Joan Manuel Serrat, el actor Antonio Banderas, el cantante Raphael y los músicos brasileños Caetano Veloso y Gilberto Gil. En 2015, el Princesa de Asturias de las Artes recayó en otro gigante del cine americano, Francis Ford Coppola. Otros realizadores premiados son Luis García Berlanga, Woody Allen, Fernando Fernán-Gómez, Pedro Almodóvar y Michael Haneke.
El jurado ha destacado la renovación cinematográfica realizada por el director estadounidense a lo largo de más de una veintena de películas que le convierten en «una figura indiscutible del cine contemporáneo». Sus filmes «forman parte de la historia del cine» y el realizador «se mantiene actualmente en plena actividad, aunando en su obra, con maestría, innovación y clasicismo».
Scorsese es quizá el cineasta más influyente de su tiempo, en pelea con unas 'majors' que conocen su condición de clásico. Su cine es ruidoso y frenético, casi histérico, a imagen de la vida americana que refleja. Sus mejores películas son crónicas de redención y gracia, en las que su autor observa con mirada de etnólogo a taxistas alucinados, púgiles en calvario y gánsteres con prejuicios burgueses. No hay un solo plano inútil, un desfallecimiento en su rabiosa energía. Scorsese es, además, un cinéfilo ilustrado que ha hecho suya la causa de la conservación de negativos y la divulgación de clásicos.
Lejos de acomodarse en ese cine de gángsters que bebe de su infancia en Little Italy, el director italoamericano acostumbra a dar quiebros en una filmografía siempre sorprendente. Sin ir más lejos, sú última película estrenada entre nosotros hace dos años, 'Silencio', narraba la epopeya de dos misioneros jesuitas que viajaban a Japón en la segunda mitad del siglo XVII, cuando los cristianos eran perseguidos y torturados.
«La iglesia y el cine eran los dos únicos sitios a los que mis padres me dejaban ir», reconoce el director, al que, de niño, le atraía tanto la iconografía católica y la liturgia dramática de la misa que acabó metido a monaguillo. Asmático desde los tres años, fue un chaval solitario cuyo destino no estaba en las bandas mafiosas de Little Italy. Porque en aquel mundo solo se iba para cura o para golfo.
Durante mucho tiempo fantaseó con la primera idea, animado por la admiración que sentía por un sacerdote al que ayudaba en misa. Fue un mentor con el que compartía la pasión por el cine y que le enseñó las primeras nociones sobre la gracia y la redención, los conceptos clave en su filmografía. Scorsese estudió en el seminario de la archidiócesis de Nueva York y como no fue aceptado en la universidad católica de Fordham acabó en la de Nueva York, donde ya desechó definitivamente la idea de vestir alzacuellos.
'Taxi driver'
«Los pecados no se expían en la iglesia, sino en la calle», le dice su confesor a Charlie (Harvey Keitel) en 'Malas calles'. Después vendría 'Taxi driver'. Para unos, una variante violenta y fascista de los más reaccionarios postulados hollywoodienses; para otros, una reflexión sobre la soledad del hombre contemporáneo, encarnado en un taxista neurótico e insomne.
Insólito cruce de géneros –cine negro, western, filme de horror–, 'Taxi Driver' consagró en 1976 a Scorsese y Robert de Niro, e hizo de Travis un nuevo icono de la cultura popular norteamericana. Ese taxista recién licenciado de Vietnam sueña con limpiar la noche de prostitutas, homosexuales y drogadictos. Y es que en los personajes de Scorsese siempre late la idea de purgar la culpa por sus pecados mediante el sufrimiento. Como Jake La Motta en 'Toro salvaje', que se duele en el ring como un mártir en la cruz. El filme termina con una cita del 'Evangelio de San Juan', en la que los fariseos interrogan a un hombre que ha sido curado de su ceguera: «No sé si será o no un pecador, lo único que sé es que antes era ciego y ahora veo».
El autor de 'La última tentación de Cristo', sin duda, la película religiosa que mayor escándalo ha provocado en las últimas décadas, sigue rodando sin descanso. El pasado mes de marzo concluía el rodaje de 'El irlandés', un regreso al cine de gángsters con un elenco estelar –Pacino, De Niro, Keitel, Pesci– que produce Netflix ya que ninguno de los estudios tradicionales quiso poner los 140 millones de euros de presupuesto.