Ser nominado es ser premiado
Análisis ·
La notable presencia vasca en la XXIV edición acredita la vitalidad de la escena local alternativa, que ha sabido resistir en esta revuelta temporada
Los premios Max son la más significada cita anual de las artes escénicas. Diferencian veinte categorías, intérpretes, técnicos, grandes nombres y hasta esos otros nombres ... en la sombra que son la sangre de la escena. Si para competir es preciso ser socio de la SGAE el requisito no es difícil, porque en la práctica el gremio depende de la Sociedad. Veinte distinciones consiguen un provechoso eco si se cuenta con que se exige inscribir las candidaturas, la selección, la votación popular de un galardón, ceremonias y galas con invitados de nota, la difusión... Sonar en los Max supone participar de su aureola.
A la amplitud de epígrafes a concurso, los Max añaden el mérito de su transversalidad. La XXIV edición reúne individualidades, grupos, oficios, empresas. Y ello con atención al teatro de todos los días y a proyectos arriesgados, a géneros y estilos, a firmas a veces orilladas por su etiqueta (merecida la Medalla de Honor al autor Alfonso Sastre a título póstumo), y hasta tareas tras el telón. La escultura del indefinible Joan Brossa como símbolo del Max es un índice. Incluso los jurados son diversos porque no es fácil ver todo en un mercado autonómico con varias lenguas, y deciden en un juego de encuestas delegadas, con equilibrios y ajustes que salven la dispersión de la liza.
En una mirada al conjunto es llamativa la ausencia de grandes teatros. Son mayoría los grupos más o menos vinculados al apoyo oficial, poco prescindible, pero no hay muestra directa de producción de los teatros públicos. La coartada posible es que las compañías pequeñas se mueven mejor y por esas giras se las conoce más, pero con una réplica clara: los teatros llamados nacionales no viajan bastante.
Un título repetido en varias categorías, incluso la máxima de mejor espectáculo, es 'El bar que se tragó a todos los españoles', cuyo autor y director es Alfredo Sanzol, nacido en el teatro navarro y hoy responsable del Centro Dramático Nacional que produjo el trabajo. Su pieza casi biográfica está en la línea de Sanzol, conocido por títulos como 'En la luna', 'La calma mágica', 'La respiración' o 'La ternura' que, por demostrar la tesis anterior, han viajado y se han visto. El teatro no es cine o TV y los espectáculos no se copian.
Es llamativa la ausencia de grandes teatros nacionales, que no viajan bastante
Emergentes son 'Nise, la tragedia de Inés Castro' de la compañía segoviana Nao d'amores, con dirección de Ana Zamora, ya bajo amparo institucional, y la preciosista 'Por los ojos de Raquel Meller' de Tribueñe SL, con un pequeño local estable en Madrid y premiada en la última edición de La Garnacha en Haro. Igual vocación itinerante tienen Nueve de Nueve y su musical 'Con lo bien que estábamos (Ferretería Esteban)', o 'Glubs' de Nacho Vilar Producciones e Yllana.
Entre notables de encargo mixto, la impactante 'Prostitución' de Check-in y el Español de Madrid.
La importante presencia de etiquetas vascas en las primeras selecciones pudo tener que ver con cierta cortesía hacia los anfitriones, pero acredita la vitalidad de la escena local alternativa que ha sabido resistir en esta revuelta temporada, y se ha adaptado. Así han quedado Lucía Lacarra e Iratxe Ansa en danza, y 'Kutsidazu Bidea Ixabel Musikala' de Demode Produkzioak, 'UniKo' de Teatro Paraíso, 'Psike' de Markeliñe, además del 'Symfeuny' de Deabru Beltzak y nuevos prestigios como María Goiricelaya por 'El patio de mi casa', que confirman el impulso de la danza y los musicales, la fuerza del teatro infantil y juvenil, del teatro de calle, y de las mujeres creadoras.
En un premio de renombre, ser nominado es ser premiado.
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