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De vocación relativamente tardía, empezó a estudiar chelo a los 15 años y se decantó por la viola de gamba cuando ya había cumplido 24. ... De jovencito trabajó en una fábrica de jerseys y aquello le enseñó a lidiar con un patrón. Entre los 14 y 19 años se curtió mucho. Lo necesario para romper amarras nada más terminar la mili. Fue entonces cuando Jordi Savall (Igualada, 1941) apostó por la música. El niño que cantaba en el coro de las Escuelas Pías de Igualada estaba llamado a romper muchas lanzas en favor de la música antigua. Tenaz y combativo, se mantiene en la brecha con 80 años recién cumplidos.
Esta tarde pondrá el broche a los Ziortzako Kontzertuak en la colegiata de Zenarruza, junto a Xavier Díaz Latorre (tiorba y guitarra). «No es la primera vez que voy. Ya he estado allí un par de veces y siempre es un placer», apunta el músico catalán. En esta ocasión abordarán un programa que lleva por título 'Folías & Romanescas. Del Antiguo al Nuevo Mundo', que les permitirá dar rienda suelta a la improvisación y las variaciones. «Son piezas que dejan mucho margen a la creatividad. Se pueden tomar riesgos y eso me gusta. Hemos elegido obras de Diego Ortiz y Gaspar Sanz, sin olvidar a los autores sudamericanos y a Antonio Martín y Coll, un compositor muy importante del siglo XVII».
La acústica de la colegiata de Zenarruza contribuirá a reforzar el impacto de la música, « porque es ideal para nuestros instrumentos, que tienen un sonido menos potente que los modernos». Savall usará en esta ocasión dos violas de gamba -«una soprano y otra baja, de los siglos XVI y XVII»- que tienen el don del claroscuro y la intimidad. Las domina a placer para proyectar el sonido justo en cada momento. «En todos los puntos de la iglesia se conseguirá un sonido envolvente. Eso hay que vivirlo. ¡Es como bañarse en el mar!».
La pandemia no ha mermado sus energías. El año pasado cayó enfermo por el coronavirus y se restableció plenamente en 21 días. Listo para recuperar el tiempo perdido. «Hemos dejado de ganar mucho dinero. Yo estoy acostumbrado a tener más de 150 compromisos al año. Ahora, por fin, tengo súper llena mi agenda para los próximos dos años». Ya de entrada le espera un otoño a todo tren: al frente de Le Concert des Nations, recorrerá media Europa con las sinfonías 6, 7, 8 y 9 de Beethoven.
«La gira culminará el 15 de diciembre con la Novena en Barcelona, un día antes del nacimiento del genio de Bonn. ¡Será un gran momento! Así celebraremos con un año de retraso el 250 aniversario», explica con ilusión. Se siente muy motivado porque, como paladín de los criterios historicistas, puede ofrecer una visión distinta. Menos ampulosa y contundente, con una sonoridad fiel al pasado, como si el tiempo se hubiera detenido. «La variedad de enfoques siempre enriquece. No hay que ser excluyentes». En esa línea ya se plantea seguir con Schubert, Mozart, Mendelssohn, Schumann, Bruckner...
No le faltan proyectos y no para de estudiar, sin descuidar su vida privada. Dice que el equilibrio siempre ha sido el secreto de su energía: «Estoy disfrutando de un momento personal y profesional muy dulce. Me casé de nuevo (con la filósofa holandesa María Bartels) y miro hacia adelante con entusiasmo. Trabajo con mucha intensidad».
- ¿Por qué está usted tan obsesionado con el pasado?
- No, no es así. Yo vivo el presente con los cinco sentidos. En el fondo, lo que busco es un futuro mejor. Esa es mi meta y para alcanzarla -lo tengo clarísimo- todos debemos conocer en profundidad el pasado.
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