Provisiones
Este es uno de los relatos breves seleccionados para su publicación de entre los presentados al concurso 'En cuarentena', que organizan EL CORREO y la UPV. El plazo de presentación de obras ha concluido
Magiar 23
Sábado, 23 de mayo 2020, 23:24
Hacía semanas que tenía decidido decírselo.
Estaba harta de disimular, de las idas y venidas que fingía no ver, de las llamadas ocultadas a todas horas que fingía no escuchar.
Había otra, estaba segura.
¿Quién sería? ¿Tal vez la nueva recepcionista, o tal vez esa compañera de la que siempre le hablaba?
Fuera quien fuera estaba segura de que tenía una aventura.
Le conocía muy bien y rezaba porque solo fuera un rollete sin mayor trascendencia como los anteriores, pero una voz interior la torturaba a todas horas con la misma frase...Esta vez es diferente.
Había intentado enfrentarlo y preguntarle a bocajarro sobre el tema, aunque tenía mucho miedo de la respuesta.
Si se iba con ella…¿Qué haría?
Temía que la abandonara, no porque le amara. A la tercera infidelidad dejó de hacerlo, pero estaba la familia, el qué dirán y sobre todo su cómoda vida.
Sería el hazmerreir de sus amigas y la comidilla de su círculo social, aunque le constaba que muchas de ellas estaban en situaciones similares, o eran ellas las que iban del instructor de yoga, al maestro de salsa y de ahí al profesor de golf.
Su propia suegra era una. Todos lo sabían, pero en su ambiente la norma era callar, disimular, fingir una gran estabilidad y satisfacción vital y sobre todo...No dar un escándalo.
Hacía casi cinco años que estaban casados y supo de su primera cornudez al año y medio. Fue con una funcionaria de la secretaría autonómica.
Por cómo él se arreglaba y cuidaba su aspecto supo incluso lo que duró la relación. Casi ocho meses. Pasado ese tiempo, él volvió a vestir como antes, no iba tanto al gimnasio y sobre todo no tenía tantos 'compromisos' en el ministerio.
Le había dolido. Mucho. Incluso le planteó a su madre el deseo de divorciarse. La visión cruel que su progenitora le pintó si se le ocurría hacer tal cosa la desanimó. Sería una paria dentro de su círculo, y no estaba dispuesta a ser ni la burla de sus amigas ni la pobrecita divorciada.
Sabía que era ridículo, el país estaba lleno de divorciadas, pero no entre la gente del Opus, gente educada, con clase que iba a misa cada domingo y cuyos hijos e hijas juraban unos votos de por vida ante el altar y en cuyo viaje de bodas, siempre se incluía El Vaticano, y a ser posible, traerse de vuelta la foto con mantilla y el Santo Padre adosado de recuerdo.
-Cariño, encarga compra que esto del virus se pone serio- le había dicho el día anterior y por supuesto llenó las dos neveras del chalet y el congelador del garaje.
Llegó por la tarde y la saludó casi por cortesía. Fue a ducharse y al salir le dio su whiskey habitual con hielo.
-Gracias- le dijo apenas sin mirarla y se sentaron juntos en el sofá. Cada uno en su propio mundo, tan lejos como si estuvieran en galaxias distantes.
- A ver mañana qué pasa- Dijo tras ver el noticiero y se levantó para ir a picar algo a la cocina.
El virus parecía algo más grave de lo que habían dicho y al parecer había llegado incluso al país.
Él trabajaba en el ministerio y su puesto tenía que ver con el ahorro para el estado de todo lo que se pudiera recortar en personal y suministros. Se sentía muy satisfecho.
Su familia tenía clínicas privadas y muchos ya se estaban frotando las manos pensando en meterle el diente a los grandes hospitales y privatizarlos. Mis suegros se irían al caribe para celebrar los negocios de la familia.
Ambos nos quedamos de piedra. El gobierno anunciaba el confinamiento obligatorio por la pandemia.
Casi no pude contener la carcajada al ver su cara descompuesta. Tendría que quedarse en casa, con su esposa y encerrado.
Día 8- Ya no se esconde para llamarla, porque ella simplemente no le coge el teléfono. Los primeros días se encerraba en el despacho y fingía trabajar. Le he visto desesperarse de día en día.
Yo tengo que limpiar y cocinar, porque la asistenta está confinada. A él le ha tocado el jardín. Dice tacos que ni sabía que existían. Ahora está preocupado. Su padre ha enfermado y se lo han llevado al hospital solo. No dejan a nadie con él y su madre está sola en su gran ático del centro.
Las noticias son muy malas y sonrío sin disimulo. Él sabe que lo sé todo, incluyendo el final de su historia de amor.
Día 10- Su padre ha muerto. En un hospital que él mismo ayudó a hundir y atendido por un personal exhausto por falta de profesionales. Ha muerto solo. Supongo que ya no hay viaje al Caribe ni celebración por la rapiña.
Mi suegra ha dado positivo. Dice que antes se muere en su ático que hacerlo en un centro de la Seguridad Social.
Por mí que lo haga donde quiera. Menos mal que no se puede salir...
Tiene fiebre y miedo, y me ha dicho que me quiere.
Es tarde, cariño, le digo.
No es el virus pero pasará como si lo fuera. Está todo lo mal que en una UCI llena de enfermos muy graves y contagiosos le ayudará a empeorar. Se terminaron sus preocupaciones por las subidas y bajadas de las cotizaciones de sus acciones en la aseguradora privada.
Estoy deseando que me pongan en aislamiento total.
No recuerda que soy bióloga y que me traje 'trabajo' a casa y varios botes de cristal del laboratorio. No sólo llené las neveras de provisiones, sobre todo la del garaje.
Seré una viuda respetable y joven.
He llamado al hospital y se lo llevarán con lo que más asco le ha dado siempre...Los enfermos del seguro.
Mejor, podré estar en casa sola.
Estoy deseando que acabe la cuarentena.