Un mero trámite
Este es uno de los relatos breves seleccionados para su publicación de entre los presentados al concurso 'En cuarentena', que organizan EL CORREO y la UPV. El día 17 de junio se dará a conocer el nombre de los ganadores
Jannes
Martes, 9 de junio 2020, 00:20
No sabía que no se podía salir, yo simplemente decidí no hacerlo antes de lo que ocurrió. Bajé la persiana un 9 de octubre en el que ella me dijo que no y, simplemente, escribí a la luz de la pantalla porque recordaba que de pequeño era feliz así. Palabras verdes sobre fondo negro, igual que hace tanto, mi último gozo. Y es cierto que escuché los gritos ahí fuera una semana después, que esas luces extrañas destellaron un instante entre las rendijas y bailaron en la penumbra del salón antes de apagarse de nuevo, pero es que a los siete días de encierro se me había olvidado todo eso que antes me parecía tan importante, así que no me molesté en mirar. Tenía que seguir trabajando, perseguir mis sueños pero no para cumplirlos, sino para acabar con ellos de una vez y que me dejaran dormir por las noches.
Tac, tac, otra página más, pronto terminaré mi historia y no tendréis más remedio que quererme.
Abrí la puerta a los quince días porque me caducaban los libros de la biblioteca y no cogían el teléfono, como siempre. Está bien, podía ir y volver en siete minutos porque mi única bendición ha sido vivir siempre cerca de un montón de libros.
Y cuando salí, me pude acostumbrar enseguida al sol, pero no al silencio.
¿Dónde estáis? ¿Dónde los pájaros y el rumor de los coches en la avenida? ¿Y la cola que siempre hay en la panadería? Estaba cerrada como todo lo demás, las chapas bajadas a mi alrededor, las ventanas a cal y canto y el cielo limpio. Ya no recordábamos que era azul, pensábamos que eran historias de viejos.
Algo bueno había pasado y todos se habían marchado montados en eso y dejándome atrás. Estaba seguro. Pero a los siete minutos me di cuenta de que en realidad debió ser algo grave, porque la biblioteca también estaba cerrada sin aviso alguno. Volví con ese miedo tonto a que ya verás la multa por no devolver los libros a tiempo, porque el mundo quizá hubiera terminado, pero no era excusa.
Al subir otra vez las escaleras, lo noté cuando pasé por delante de la puerta tres. Era ese olor sutil e inconfundible, que prometía empeorar con el verano a las puertas. El olor de mamá cuando la vi por última vez.
No os habéis ido, os habéis convertido en mí y estáis todos encerrados y ya muertos, porque el olor no miente. Internet no funcionaba y no supe por qué os habéis cortado las venas o colgáis del techo. A algunos os veo por los prismáticos cuando me asomo al balcón y apunto a vuestras ventanas. Se cumplió el gran miedo de mi madre: «Por favor, hijo, no te quedes solo». Pero es que verás, mamá, yo ya lo estaba, esto ha sido un mero trámite.