Los hermanos pequeños del Guggenheim

El panorama vizcaíno resulta heterogéneo y escapa a la visión tradicional, abundante en vitrinas y ujieres ojo avizor. Algunas ofertas resultan tan atractivas como la de la ferrería de El Pobal, en Muskiz, que se abrió al público hace quince años, aunque en sus talleres se ha modelado el hierro desde el siglo XVI. «Somos la infantería de los museos, la que creamos territorio museístico», aduce Marta Zabala, su directora, y señala que nuestra historia no se puede desligar de es mineral. «Nos gusta conocer la identidad de los lugares que visitamos y no podemos ignorar que la economía y la vida de quienes nos precedieron giró en torno a los talleres. Hubo más de 200 y quedan restos de 70 y esta aún se halla en activo».

Hoy, la música de la dulzaina acompañará al ritmo del martillo sobre el yunque, el ruido del agua contra la rueda de madera y el silbido del aire de las toberas. Zabala asegura que los museos, convencionales o singulares, intentan prestar un servicio acorde con los tiempos. «Todos, en función de sus recursos y dotación, hacen un esfuerzo enorme por reinventarse», afirma, y alega que la difusión de este pasado fabril se complementa con otros vestigios notables, caso de la fábrica textil de La Encartada, «de una importancia a escala europea», y el Horno Alto de Sestao.

Los prejuicios parecen haber quedado atrás. «Antes se hablaba de paisaje o arqueología industriales y los términos parecían chirriar para muchos, pero hoy se reconoce que complejos como el Pobal son joyas tan significativas como las iglesias y los palacios, y que la hermosura no solo sigue el canon clásico. Este tipo de lugares también educa para ver la belleza en la tecnología. ¿Déficits? Con la importancia de nuestro pasado se echan de menos más elementos. ¿Que si deberíamos contar con un Museo de la Industria del País Vasco? La respuesta es bastante obvia».

La Ría es casi un museo al aire libre, punteado por entidades como Rialia, donde se recoge el testimonio de las fábricas y obreros que reemplazaron a las ancestrales ferrerías y sus abnegados ferrones. El edificio, situado en el portugalujo Paseo de la Canilla, reúne elementos que documentan el trabajo siderometalúrgico, pero también información sobre las condiciones de vida de quienes durante los siglos XIX y XX participaron en la construcción de navíos. «A veces, olvidamos que ese legado se ha vuelto prácticamente invisible y nuestro objetivo es recuperar esa memoria», explica Mariví Sáenz, su coordinadora, que aboga por una mayor comunicación con un proyecto económicamente viable. «Quizás no podemos acceder al turismo que llega a Bilbao para una breve visita, pero, curiosamente, existe un visitante específico que llega desde lugares tan lejanos como Estados Unidos, Japón y China».

La placidez conventual se contrapone con la agitación de los trenes de laminación. El Museo de Arte Sacro se erige en el antiguo convento dominico de Atxuri y, a pesar de sus escasos medios, está dispuesto a osadías como la que supone romper con el ambiente de duermevela que padecen estos espacios. «Hemos creado una sala de escape para atraer a otro tipo de espectadores. Nos visitan los grupos escolares, un público cautivo, y las personas mayores, pero sufrimos el déficit del tramo situado entre los 25 y 50 años», explica Juan Manuel González Cembellín, su director.

El proyecto también quiere romper con otros tópicos, como que al arte religioso culmina en el periodo neoclásico -«llegamos hasta 2004»- y que el Bilbao visitable se agota en la iglesia de San Antón. «Estamos en el Casco Viejo y, desgraciadamente, también fuera», admite su responsable. Entre sus fondos, la orfebrería es, literal y figuradamente, la joya de la corona.

El Guggenheim y el Museo Arqueológico, situado en las Calzadas de Mallona, se antojan actores contrapuestos. El primero se esfuerza en enseñar las vanguardias plásticas; el segundo se afana por descubrir las primeras manifestaciones del hombre. Cuenta, además, con el escenario excepcional de la cueva de Santimamiñe, a cuyo vestíbulo aún se puede acceder. «Es una de las pocas visitables en Europa y ya constituye toda una marca, como Altamira y Ekain, que atrae a públicos de Francia y Reino Unido», apunta Iñaki García Camino, su director.

«Tenemos que formar con ilusión e imaginación, y, por otra parte, seguir siendo una referencia de la disciplina dentro del País Vasco y España, combinar la función didáctica con la investigación». Las excavaciones prosiguen y las salas de exposición tan sólo acogen un 2% de lo hallado. La difusión no supone necesariamente un fin en sí mismo. «La arqueología llega donde llega y muy puntualmente nuestras actividades generan la atención de los medios, pero también es cierto que, a menudo, esos titulares no se corresponden con el interés científico», confiesa García Camino.