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Jo van Gogh-Bonger, con algunos cuadros de su cuñado.  

Jo, la cuñada de Van Gogh

y su mejor aliada

Mujer de Theo, hermano del pintor, enviudó pronto, heredó 400 cuadros y construyó desde cero la fama del artista

Lunes, 14 de noviembre 2022, 00:24

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Jo van Gogh-Bonger (1882-1925) enviudó a los veintiún meses de casarse y se quedó con un hijo a su cargo, además de con 400 cuadros de quien entonces era casi un desconocido, Vincent van Gogh.

Se había casado con su hermano Theo, marchante y célebre destinatario de las cartas del pintor. A su fallecimiento, su cuñada se propuso situar su obra en el lugar que se merecía y dejar un rico legado a su hijo. Con la disciplina de su educación protestante, consiguió ambas cosas. Sin ella, hoy Van Gogh no sería, ni de lejos, el mismo.

Su historia era conocida pero no con el rigor, alcance y detalle que aporta Hans Luijten en su nueva biografía, titulada 'Jo van Gogh-Bonger: The Woman Who Made Vincent Famous' (la mujer que hizo famoso a Vincent). En sentido estricto, es la primera sobre ella y acaba de salir en inglés.

El autor viene acreditado por los 25 años que se pasó estudiando las cartas del artista, publicadas en 2009 en seis volúmenes. Ahora Luitens traza la trayectoria de esta mujer, hija de un corredor de seguros, graduada en el equivalente a la carrera de Filología Inglesa, que aprendió rápido las reglas del comercio del arte y las aplicó con éxito.

Colocaba las obras en venta al lado de las mejores piezas, que guardaba para ella. Aunque el comprador no pudiera adquirir el cuadro más preciado, se contentaba con llevarse uno que se le pareciera. Así consiguió dejar a su hijo 200 cuadros, que en su mayoría permitieron erigir el Museo Van Gogh de Ámsterdam, hoy una atracción global que en 2017 atrajo a 2,4 millones de visitantes, su récord.

Johanna Bonger conoció a Theo Van Gogh en 1885, cuando tenía 22 años. Era el más centrado de los hermanos Van Gogh. Sin embargo, después de dos citas con Jo, le pidió matrimonio. La primera negativa no frenó a Theo y en 1888 se casaron.

A ella le esperaba un mundo deseado y desconocido, el París de la Belle Époque, el teatro y los intelectuales, el arte y los cafés de Pigalle. Theo trabajaba allí de marchante, tratando de vender obras de unos artistas poco conocidos a los que no aceptaba el academicismo, nombres como Gauguin, Pisarro y Toulouse-Lautrec.

Theo le hablaba continuamente de su hermano. Sus cuadros llegaban en cajas e iban ocupando las paredes y rincones de la casa. Vincent viajaba por Francia, Bélgica, Inglaterra y Países Bajos, pero no dejaba de pintar. Su salud mental estaba ya muy deteriorada. Había dormido al aire libre durante las noches de invierno para mortificar su carne. Bebía y fumaba. Había contraído gonorrea, no se aseaba y su dentadura había comenzado a pudrirse.

Uno de los cuadros que había llegado, 'Noche estrellada', rompía de una manera más radical con el realismo que los anteriores. «Me parece que eres más fuerte pintando cosas reales», le escribió Theo en una carta, dentro de un sobre en el que incluyó 150 francos para sus gastos. Vincent fue a visitarles en París. Jo esperaba encontrarse con un enfermo. Al contrario, saludó a un hombre fuerte de buen color, a pesar de todo lo que le había pasado.

El pintor se fue al norte de Francia para recibir un tratamiento homeopático del Paul Gachet, al que inmortalizó en dos retratos, uno de los cuales se vendió en 1990 en una subasta por casi 90 millones de dólares. Semanas después se suicidaba con un tiro en el pecho. A los tres meses moría Theo por las consecuencias de una sífilis que había contraído en sus visitas a los burdeles antes de casarse. Sólo había logrado vender algunas obras de su hermano.

Un hostal lleno de arte

Jo volvió a Holanda. En la localidad de Bussum, hoy una ciudad satélite de Ámsterdam, abrió una casa de huéspedes. Antes de dejar París, se entrevistó con el artista Émile Bernard, uno de los escasos amigos de Vincent, y le pidió ayuda para montar una exposición con las obras de este.

Le dijo que dejara los cuadros en la capital francesa porque así los interesados tendrían más facilidades para verlas. Ella se negó y llenó su hostal con cuadros de Van Gogh. 'Los comedores de patatas' estaba encima del fuego bajo.

Empezó a leer las cartas a Theo, en las que Vincent explicaba detalles técnicos y revelaba sus fuentes de inspiración. Devoraba las páginas de la revista belga 'L'Arte moderne'. Jo se iba convenciendo de que su obra era oro y no dejó de insistir tanto en ella como en el valor de las cartas a su hermano para explicarla.

Cuando veía una galería importante en Ámsterdam, se presentaba con un cuadro bajo el brazo y su hijo al lado. Consiguió que el importante galerista Ambroise Vollard incluyera 20 óleos en una exposición. Dosificaba las ventas, que servían no sólo para ganar dinero sino también para que se ampliara el conocimiento sobre el pintor que se mutiló la oreja. No todas las obras se podían comprar. El plan era mucho más refinado.

En 1905, logró que el Stedelijk de la capital holandesa le dejara exponer, previo alquiler de las salas, 484 obras. Imprimió los pósters, hizo la lista de invitaciones e incluso compró pajaritas para los camareros de la inauguración. Incluyó obras que habían sido severamente juzgadas por los críticos, como la citada 'Noche estrellada'.

Como resultado, la fama de Van Gogh aumentó, lo mismo que los precios de sus cuadros, que en unos meses se multiplicaron por tres. A partir de ese momento, comenzó a recibir una avalancha de peticiones de las grandes ciudades europeas y estadounidenses.

Su lucha consolidó su conciencia feminista. Ser mujer fue para ella una dificultad en unos círculos vanguardistas que aceptaron el machismo de la época. Peleó por Van Gogh porque en su éxito palpitaba una cuestión social: el reconocimiento de los marginados y de los que no pertenecían a las clases burguesas.

Murió en 1925, a los 63 años. Su hijo, que también se llamaba Vincent, continuó con su labor. En 1959 comenzó las negociaciones con el gobierno holandés para abrir el Museo Van Gogh, al que aportó 200 cuadros.

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