«Artemisa 2 será una misión más simple»
Sueño. «Soy un chico de Alcobendas que ha llegado a trabajar en el programa de vuelos tripulados de la NASA», dice Eduardo García Llama, el jefe de guiado y control de la nave Orión
Han sido veintiséis días muy intensos. No nos esperábamos que lo fueran tanto», confiesa Eduardo García Llama, director del equipo de guiado y control de ... la nave Orión de Artemisa 1. Después de semanas de «vida monacal», con jornadas de trabajo de diez a catorce horas, el domingo disfrutó de la vuelta a casa de la cápsula tras orbitar la Luna. «Ya no tenía nada que hacer y viví la reentrada con mucha emoción. La seguí desde la Sala de Control de la Misión del Centro Espacial Johnson, en Houston, con responsables del programa Artemisa y el administrador de la NASA, Bill Nelson», recuerda el ingeniero español. Nada que ver con el despegue.
García Llama asistió tenso el 16 de noviembre al lanzamiento de Artemisa 1. Cinco años después de unirse a lo que hoy es el programa de la NASA de vuelos tripulados a la Luna, había llegado la hora de la verdad para él y su equipo, compuesto por cuarenta personas. Dieciocho minutos después de que la estela ardiente del cohete más grande jamás construido rasgara la noche de Florida, se desplegaron los paneles solares de la nave, su equipo probó que funcionaban correctamente y, a partir de ese momento, tomó el control de la Orión para corregir su trayectoria y lanzarla hacia la Luna. «Las primeras horas de vuelo fueron muy intensas: hubo muchos primeros pasos».
Otra nave con capacidad para llevar astronautas ponía rumbo hacia el satélite cincuenta años después de la última visita humana, la de Eugene Cernan y Harrison Schmitt en el Apolo 17 en diciembre de 1972. Sin tripulantes, la Orión de Artemisa 1 pasó el 21 de noviembre a solo 130 kilómetros de la Luna, se alejó de nuestro planeta casi 434.000 kilómetros -mil veces más que la Estación Espacial Internacional- y viajó en total 2,2 millones de kilómetros. «Ha funcionado perfectamente. Pero ha habido algunas cosas, soprendentemente pocas, que tenemos que investigar porque no acabamos de entenderlas bien», reconoce García Llama, quien después de las vacaciones de Navidad, empezará con su equipo a preparar el informe del vuelo. «Tenemos trabajo adelantado porque documentamos los hechos según iban pasando».
Él ahora solo piensa en descargar la tensión acumulada desde que se hizo cargo de la nave el 16 de noviembre hasta que esta se zambulló en la atmósfera terrestre a 40.000 kilómetros por hora el 11 de diciembre. «Han sido días muy duros. No sabía en qué día vivía, sino solo si era el decimoctavo de vuelo y qué maniobras o pruebas había que hacer». Cuando de repente apareció la foto de un jamón en su grupo de amigos de WhatsApp, no daba crédito a lo que veía. «Ah, ¿pero es hoy?», preguntó a sus amigos, sorprendidos de que se hubiera olvidado de la fiesta de Acción de Gracias.
«La misión ha sido como tener un niño. Tienes que estar pendiente de él las veinticuatro horas»
Eduardo García Llama
Ingeniero de la NASA
«La misión ha sido como tener un niño. Tienes que estar pendiente de él las veinticuatro horas», dice el físico e ingeniero madrileño -nació en Valencia en diciembre de 1971, pero se crió en Madrid, su «ciudad natal»-. Él estaba pendiente desde casa cuando no se encontraba en la Sala de Evaluación de la Misión del Centro Espacial Johnson, contigua a la llena de pantallas que hemos visto mil y una veces en la televisión y en películas. Allí, apartados de las cámaras, García Llama y su equipo tomaban las decisiones técnicas que luego se ejecutaban en la sala de al lado.
Todo fue «tan bien» que la NASA decidió abrir la misión «a pruebas adicionales que no estaban en el plan de vuelo original». Algo que no se haría nunca en una tripulada como Artemisa 2, la que despegará en 2024 con el mismo plan de vuelo, pero con astronautas. La última de preparación antes de que una mujer pise la Luna en 2025. «Artemisa 2 será una misión muchísimo más simple que esta, que ha sido mucho más larga y en la que se han probado muchísimas cosas», adelanta García Llama, que se acordó de sus raíces en momentos clave. «Soy un chico de Alcobendas que ha llegado a trabajar en el programa de vuelos tripulados de la NASA», dice desde su casa de Houston como quien todavía no acaba de creérselo. «La nave es casi perfecta. Si pudiera, no lo dudaría, volaría en ella».
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