Isabel, la camarera bilbaína que mira a los ojos de los clientes
«El trato con los usuarios se ha perdido completamente», lamenta una de las hosteleras más reconocidas de la capital vizcaína
Isabel Menéndez se ha convertido en una de las hosteleras más reconocidas y codiciadas de Bilbao. Empezó a trabajar con solo 16 años. Ha pasado ... por mucho locales, ha trabajado de día y de noche y está a punto de embarcarse en una nueva aventura profesional tras permanecer cinco meses en el Perita, el bar de las gambas. «Aquí hay un fallo. Se está sirviendo sin conectar con los clientes. Ni se les mira a los ojos, ni se les sonríe. Ya no hay un mínimo de atención», explica René Jiménez, dueño del exitoso local de la calle Diputación.
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– Isabel, ¿comparte lo que dice su jefe?
– Totalmente. Igual es porque desde que hay tantas redes sociales ya no es importante el contacto visual ni el personal. Al final, todo se reduce a publicar en las redes sociales. Y ya está, eso es lo importante ahora, ¿no?
Isabel se conoce el Bilbao hostelero de arriba abajo. Empezó a trabajar con 16 años recién llegada de una aldea «profunda» de Galicia. Nacida en Francia, se puso a trabajar para «ayudar» a su madre. Salvo la apertura de una tienda de decoración, que compaginó muy poco tiempo con la hostelería, jamás se ha desvinculado de este sector. «Mi madre vino antes y fue trayendo a sus hijos. Yo llegué y me puse a trabajar interna», recuerda. La camarera vivió con los dueños de la tasca Bikain, en Juan de Ajuriaguerra, esquina con Heros. «Era una tasca de poteo», dice. De ahí pasó al Kamin de Manuel Allende, «el Kamin de toda la vida», donde trabajaba de noche. «Empecé haciendo extras y luego ya trabajaba todos los días. Los mismos clientes han estado viniendo 11 años», se felicita. Prueba de que empezaba a dejar muestras de su profesionalidad.
Después pasó por el Descendere de General Concha, donde permaneció «un año o así». La siguiente parada fue en Le Club, enfrente del Mercado de la Ribera, desde donde dio el salto a Madrid. «Estuve seis años en el Shoko, un local muy grande. Era una sala de eventos. Es gracioso. Ahí empecé de camarera y en menos de dos años acabé de directora».
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– ¿Siempre ha trabajado de camarera?
– He trabajado 23 años de noche y ahora llevo 11 o 12 de día.
– ¿Cuál es mejor?
– Es una hostelería muy diferente, claro, la de noche tiene menos trabajo, es más fácil. Es mucho más sencilla. La de día es mucho más dura, se trabaja mucho más. Es una hostelería muy distinta, también los clientes.
– A sus 53 años, ¿cuál es la clave para mantenerse tanto tiempo en la brecha y, además, haciéndolo tan bien?
– Ja, ja. Pues no pegarte la fiesta con tus clientes, eso es muy importante. Te lo debes tomar como un trabajo, porque es un trabajo, claro. La diferencia es esa, para mí es mi trabajo. He salido de fiesta como todo el mundo, evidentemente, pero para mí siempre ha sido mi trabajo. Y bueno, me encanta el contacto con el público.
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– ¿Cómo se relaciona con el cliente?
– Siempre soy muy amable. Intento verle sonreír a toda horas, si tiene un mal día. Recuerdo el caso de un cliente en el Kapikua. Estaba ya en la hostelería de día.
– ¿Y?
– Venía todos los días a desayunar a primera hora. El bar estaba en la esquina de Correo con Víctor. Siempre entraba de muy mal humor. Nunca me miraba la cara. ¡Qué desastre! Nunca me decía nada, no me daba ni los buenos días. Tomaba café con leche. Yo, a todas horas, le repetía '¡buenos días!'. Siempre le sonreía. No cesé hasta que conseguí que ese cliente me mirase y me sonriese.
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– Bravo.
– Hoy es el día que me lo encuentro por la calle y me saluda, claro. ¡Y me sonríe!
– ¿Le preguntó por qué era tan agrio?
– No, no, no suelo meterme en la vida de los clientes. No es como antes, que los clientes venían al bar y te contaban toda su vida.
– ¿Eso pasaba antes?
– – ¡Toda su vida! Mis clientes del Kamin... Venían todos los días y me contaban lo que habían hecho, cómo había sido su día... ¡To-do! Todos sus problemas me los comía yo.
– ¡Es lo que tiene la amabilidad!
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– Soy muy abierta.
– ¿Le queda mucha tela por cortar?
– Me imagino.
– ¿Le gusta la hostelería?
– A mí me gusta mi trabajo por el contacto con el público. Al tratarse de ocio, el cliente debería estar relajado, tranquilo. Tendría que mostrar otra actitud. Pero eso también se ha perdido mucho. Los clientes ya no son como antes. Ya no vienen...
– ¿Son peores?
– Rara vez dicen algo. Se sorprenden cuando ven a una camarera que les sonríe o les trata con un mínimo de cercanía.
– ¿Ha tenido alguna vez local propio?
– No, nunca he querido. Prefiero trabajar para otros. Cuando me canso y me aburro, zanjo la situación y me voy.
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– ¿No tiene alma de empresaria?
– Trabajo como una empresaria, como si fuese mío el negocio. Donde trabajo, trabajo como si fuese mío. Pero cuando quiero irme, me voy. Nunca miro atrás.
– ¿Por qué le fichó el Perita?
Media René Jiménez. «Está muy reconocida. Está entre las cuatro mejores camareras. Siente el local como suyo, aunque esté trabajando para otros, luchándolo todo al milímetro. Si hay que quedarse o hacer un poco más, se queda».
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– Una profesional, en definitiva.
– Yo me considero una profesional. Pero también te digo que, claro ya tengo 50 años y quiero también una vida un poco más tranquila. No busco locales grandes donde dejarme la vida porque no puedo evitarlo.
– ¿El qué?
– A mí me dan un local y me vuelvo loca. Para mí es un reto. Hasta que consigo que funcione y sea la bomba, no paro.
– ¿Es dura la vida de la hostelería?
– Si no las sabes llevar, sí. Si te lo tomas como un cliente y te dedicas a beber y divertirte... No vas a durar muchos años. En menos de dos años, estás quemado. Es lo que lleva a la mayoría de los hosteleros a la perdición.
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– ¿Qué es lo más duro de esta vida?
– Trabajar los fines de semana. La hostelería ahora ya está cambiando. Los empresarios se están dando cuenta y te dan un fin de semana al mes para que puedas disfrutar un poco.
– ¿Es inasumible si no?
– Claro. Yo nunca me he casado y no tengo hijos. No sé si tiene que ver con la vida que he llevado. Ignoro si tiene que ver con mi profesión o mi manera de pensar. Yo no podía conciliar trabajando los fines de semana hasta altas horas de la noche. Para mí no era compatible. Nunca lo ha sido.
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– ¿A qué hora salía?
– Me podían dar las 7 de la mañana tranquilamente. Entre que recoges, haces cajas y demás...
– ¿Y luego a qué hora entraba?
– Al día siguiente igual no trabajaba o entraba a las 10 de la noche. Por eso quise montar una tienda de decoración. Para cambiar mi vida.
– ¿La montó?
– En la calle Uhagón.
– ¿Cuánto estuvo al frente?
– Nada, la tuve tres años. Llegó la crisis del 2008 y dije 'tengo que cerrar'.
– ¿Es peligrosa la noche?
– Depende de lo que hagas, claro. A mí no me lo parece. He vivido en ella y de ella. He sabido... Yo no me he perdido en la hostelería. 23 años de noche no lo aguanta cualquiera. ¿Qué si he pasado miedo?
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– Sí.
– Antiguamente la gente se tomaba muchas libertades. Yo siempre he sido una mujer muy fuerte. Si me tengo que enfrentar a alguien, me voy a enfrentar. Siempre me he enfrentado a todos.
– ¿Han cambiado los tíos?
– Los hombres se tomaban muchas libertades, pero, obviamente, ya no es tanto. Igual por la edad que tengo ya no soy objetivo. He tenido momentos un poco tensos pero siempre me he defendido muy bien. Nunca he sufrido algo grave que no haya podido controlar.
– ¿Cómo está ahora la noche?
– No tiene nada que ver con la de hace años. Ha cambiado muchísimo.
– ¿Cuáles han sido los cambios más importantes?
– El trato con el cliente se ha perdido completamente.
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