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Alba dejó su trabajo fijo en la oficina para crear joyas con más de 100 orquídeas… y hasta con piparras
Esta artesana bilbaína ha cambiado su empleo estable de siete a tres por su pasión por las flores, que hoy transforma en arte bajo la firma Kaoticat
Durante años, Alba vivió sumergida en una rutina que parecía perfecta sobre el papel. «De siete a tres, trabajo fijo, buen ambiente…», explica. Había estudiado ... Turismo en Deusto, trabajado en hoteles y agencias de viajes, hasta llegar a un puesto estable de administración. No podía quejarse, y sin embargo, algo dentro de ella vibraba de manera silenciosa, insistente. «Me gustaba mi trabajo, pero tenía esa sensación de que mi vida no estaba alineada con lo que yo era». Aquella pequeña incomodidad fue creciendo hasta convertirse en una idea imposible de ignorar: la necesidad de volver a crear. Y es que la creatividad había sido su compañera desde niña; entre los 6 y los 16 años asistió a una escuela de arte donde se enamoró del tacto de la arcilla, del olor de la pintura y de la libertad de transformar la materia en algo propio. Pero con los estudios y el trabajo, ese impulso quedó relegado a un rincón, hasta que buscando evadirse del estrés empezó a hacer velas. «Era mi desconexión, mi ratito», recuerda.
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Luego llegaron las joyas hechas con flores. «Me han gustado siempre. Las orquídeas sobre todo…» , confiesa. Ahí ya estaba creciendo la semilla de Kaoticat, que con el tiempo fue ampliando su universo floral. Ahora, no solo trabaja con orquídeas, sino también con violas, pensamientos y fucsias -conocidas como pendientes de la reina-, cada una con su propia personalidad. «Son flores preciosas, muy delicadas, cada una con su forma única; la naturaleza no se repite nunca», describe. Hoy convive con más de 120 plantas en su casa de Mungia. «Y eso que nunca había tenido ni un cactus», dice entre risas.
Esa diversidad se convirtió en una parte esencial de Kaoticat, un laboratorio de texturas y expresiones naturales. Alba comenzó a experimentar con técnicas de secado, sílice en polvo, resinas, tiempos y temperaturas sin manuales ni cursos. «Soy totalmente autodidacta. A veces te sientas con toda la ilusión, haces algo… y te sale un churro. Te levantas, te das una vuelta, vuelves a intentarlo. Así es este mundo». Las flores la obligaban a un trato paciente: una mínima humedad y se pudrían; un secado incorrecto y perdían su forma. Pero cuando una orquídea quedaba perfecta dentro de la resina, la emoción era indescriptible. «Es mágico», confiesa.
Alba empezó creando joyas para sí misma, luego para amigos, después para pequeños mercados donde llevaba unas pocas piezas. La reacción del público fue inmediata. Algunos pensaban que los pendientes eran de cristal; otros no podían creer que piezas tan ligeras fueran flores reales. «La gente me decía: 'Pero esto será muy frágil, ¿no?'. Y yo les decía: ¡para nada! No pesa nada y no se rompe ni de coña». En uno de sus primeros mercados llevó hasta pendientes hechos con piparras. «Hice ocho pares. Volaron. Yo estaba flipando. Fue una señal». Poco a poco, ese hobby que usaba para respirar se convirtió en una posibilidad real. Empezó a participar en más mercados de artesanía, metiendo horas hasta tarde, combinando la oficina con la producción de joyas.
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Velas de soja
Ver la reacción del público se convirtió en un motor que ya no podía ignorar. Entonces surgió la pregunta que cambiaría todo: «¿Y si lo intento? ¿Y si no lo hago y me arrepiento?». Su pareja, su madre y su círculo cercano la animaron: «Tú inténtalo, si te gusta tanto… Si no va bien, ya volverás a buscar trabajo». Hasta que llegó el momento: Alba dejó su empleo estable el pasado mes de febrero, se lanzó de lleno a Kaoticat y se sacó el carnet de artesanía en Joyería y Cerería. «Me alegro muchísimo de haber tomado esta decisión. Necesitaba este cambio. Ha sido radical, sí, pero ahora siento que estoy donde tengo que estar», admite. Su taller, donde además hace velas de soja naturales y pendientes de arcilla, está en su propia casa y lleva orgulloso la esencia del nombre de la marca. «Es un caos absoluto, de ahí el nombre», explica entre risas. En una misma mesa conviven arcilla, moldes, flores secándose, resina endureciéndose y, por supuesto, sus siete gatos y dos perros adoptados, que se pasean, observan y reivindican su lugar entre herramientas y bocetos. «Son mis becarios. Los mejores compañeros de oficina que he tenido en mi vida». Aunque ahora trabaja más horas que nunca, lo afirma sin dudar: nunca ha sido tan feliz.
Su trabajo la ha llevado a mercados cada vez más grandes, y ahora se prepara para uno especialmente importante: el Mercado de Navidad de Bilbao, del 5 de diciembre al 5 de enero, en el Parque de Doña Casilda. «Es un mercado intenso, pero pasan muchísimas personas. Para mí es un paso enorme». Mientras tanto, continúa con los encargos, las ventas por Instagram y algunas piezas expuestas en una tienda de Mungia. Y aunque Kaoticat ya tiene alma propia, Alba sueña con un espacio más amplio donde poder organizarse mejor para crear. «Me imagino un taller grande, cómodo, con mis plantas, mis herramientas, y por supuesto todos mis animales… Ojalá llegue pronto».
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