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Dos agentes de una unidad de seguridad de la Guardia Civil salían de la subdelegación del Gobierno, en la Plaza Moyua, sobre la una de ... la tarde: «Tenemos que ir a custodiar el Banco de España, porque no sabemos cuánto puede durar esto, claro», explicaban antes de subir al coche patrulla. En el interior del portalón del palacio, nerviosismo por la duración de los generadores. «Estamos en contacto con la Ertzaintza y la Policía Local, para coordinarnos y atender a todas las llamadas de emergencia que pueda haber, hay mucha gente encerrada en los ascensores, estamos disponibles para ayudar en lo que sea».
Cerca, en la calle, enormes colas para coger los autobuses, el único medio de transporte en funcionamiento. En la parada de Gran Vía frente al edificio Sota, muchos coincidían en el análisis: «La gente comenta que habrá sido cosa de Putin», decía con cierto escepticismo Marta Arias, trabajadora de Azkuna Zentroa que cada día coge aquí el bus para Gallarta: «Están tardando mucho porque los semáforos no funcionan». Detrás de ella en la fila, Juan Manuel Lago, empleado de la limpieza del Guggenheim: «Estaba con unos cristales y de pronto se ha ido la luz en todo el museo. Ya terminaba mi turno y me he marchado. ¿Que qué creo? Ha sido en media Europa, dicen, así que he pensado, 'ya está, vamos a la guerra'».
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Llegaba el autobús 38, que hace el recorrido entre Otxarkoaga y la Intermodal, y la gente se agolpaba para subir. Conducía Paula, que se levantó del asiento para dejar su puesto al relevo: «Yo he tenido suerte, otros conductores tendrán más problemas para terminar su jornada porque sus sustitutos no están llegando«. Ella iba conduciendo »y de pronto se han apagado los semáforos. He pensando, será solo en Maurice Ravel, pero no. Enseguida han empezado a llegar las noticias por el wasap. Y claro, los peatones esperan para cruzar pero tienen que pasar. Y yo me detengo, pero el coche que viene detrás igual no y los que van a cruzar no lo ven, es mucho peligro, puede haber atropellos. Tenemos que ir muy lentos, dejar cruzar, por eso los retrasos, hay un grave problema de seguridad, mira cómo está todo esto. Ha tenido que ser un hacker a nivel global«.
Allí al lado, en el bar Coffela, Jon Zaballa, de la farmacia del mismo nombre, hacía una pausa en el trabajo con el deseo de que todo recobrase la normalidad cuanto antes: «No es solo que se te estropeen vacunas, medicamentos... y que los pierdas por haberse roto la cadena del frío, pues en un momento dado tenemos seguros que cubren todo esto. El problema es que la gente viene a por sus fármacos y no puedes dárselos porque pueden haberse estropeado. Además, ni siquiera puedes entrar con la tarjeta sanitaria, donde están las recetas. Es todo un desastre. A la gente que conoces y le puedes dar lo que necesita se lo das, pero...».
En el bar, opiniones para todos los gustos, alarma por la gente encerrada en el metro, en los ascensores... y el fantasma ruso sobrevolando. Nerea Campillo, miraba la cafetera apagada: «Tenemos cosas en la nevera que se van a estropear, claro. A ver si se arregla». La música sigue sonando como si nada pasara gracias a unos altavoces con pila y al bluetooth del móvil. «Pero la batería se acabará, aquí no tenemos generadores». En la tienda de Forum Sport les «duraron 25 minutos», explica Aitor Porras Olaiz, su gerente. «Vender, nada, no podemos sin las cajas. Ha sido en media Europa, aquí estamos esperando todos, hablando de que habrá sido un gran ciberataque, no sé, los rusos... ».
«Voy a la ferretería a comprar una cadena y un candado. No funciona la llave de la persiana y no sé cómo vamos a cerrar la puerta». Lo contaba Olga, trabajadora de una tienda de Yves Rocher cercana a la Gran Vía, todavía con la mascarilla puesta y el uniforme de trabajo. «Acabo de mandar a casa a una clienta. Le estaba haciendo un tratamiento facial para estimular el colágeno y la elastina pero, como toda va enchufado, la hemos dejado a medias».
Y a medias se iban también las clientas de Rivera porque las bolsas se quedaban en la tienda de ropa. «Es raro que aquí alguien pague en metálico. Una mujer ha ido al cajero pero, claro, no ha podido sacar dinero. Así que les guardamos la compra con el nombre y el número de teléfono y, cuando vuelva la luz, las llamaremos para que vengan a recogerla», contaban Arantza y Susana, y mostraban una bolsa junto al mostrador. «Otra la tenemos en el almacén. Entramos con linterna a buscar las tallas».
- Ay, perdona, que te he sacado la M pensando que era la L, si es que está tan oscuro…
Daban gracias porque el apagón les había 'respetado' la mañana: «Las ventas gordas ya las habíamos hecho. Los lunes es buen día porque la gente 'ficha' prendas en la web el fin de semana y viene el lunes a probarse». También se alegraban porque tienen un local muy luminoso donde no se echaba en falta la luz eléctrica a esas horas. «Si llega a ser por la tarde tenemos que encender velas».
Y dos velas entró a comprar precisamente a Casa Viva un chico que se vio en un apuro. «Le hemos hecho un recibo en papel, a la vieja usanza. El resto de clientes ha dejado las cosas y se ha marchado sin comprar, han sido muy respetuosos», agradecían Nekane y Sonia mientras se preguntaban «cómo cerrar una persiana que no tiene modo manual…».
En Pepe Jeans (Gran Vía) tienen «un gancho» para bajarla, así que, un problema menos. El otro problema, el de las pérdidas, lo veían más crudo. «Qué pena, porque estaba siendo un día muy bueno de ventas, con este sol, la gente habiendo cobrado ya y la vuelta a la rutina… Porque los turistas vienen a Bilbao, sí, pero a comer. A las tiendas solo entran si el tiempo cambia y, de repente, necesitan algo de ropa para la lluvia o para el sol», contaban Melani y Dorleta, que se daban a esa hora de mediodía el testigo del cambio de turno. «La otra compañera de la tarde viene de Santurtzi, pero no sé si llegará, no podemos hablar con ella».
Antes de lo previsto se volvía a la oficina de Mazarredo una repartidora de Correos: «Me llevo la mitad de correspondencia en el carro porque no funcionan los porteros automáticos de las casas. Así que solo puedo dejar cartas en las tiendas».
Poco, pero algo, podían hacer en las oficinas del IMQ. «El apagón me ha pillado justo cuando acababa de imprimir un informe, así que yo al menos puedo seguir trabajando porque tenía que leérmelo», se felicitaba Raquel Emperador. Y explicaba que habían cambiado la rutina sobre la marcha para no perder mucho trabajo. «A nuestros documentos del portátil podemos acceder, así que hemos aprovechado para hacer reuniones, que para eso no necesitamos luz».
Todo lo que podían hacer ya lo habían hecho en la primera media hora las trabajadoras del supermercado BM de la calle Doctor Achúcarro. A Inés Vázquez le pilló con tres clientes a la cola en la caja. «Como todos los artículos hay que escanearlos, nadie se ha podido llevar nada. Ni los que suelen venir a comprar un bocadillo para comer, que son muchos». A ellas les tocó devolver cada producto a su sitio y fueron unos cuantos. «Las neveras tienen un aguante de muchas horas, así que si no va para largo no se estropeará nada de género. Damos gracias que, al ser lunes, no tenemos pescadería, porque eso sí hubiera sido otra cosa…». Estaban en la calle porque el supermercado tiene unas escaleras de acceso y, pese a que estaba oscura como boca de lobo, la gente se aventuraba a entrar. «¿No se puede comprar?». «No, no se puede». «¿Estáis cerrados vosotros también?». «Sí, claro». Acabaron por poner dos cajas a modo de pequeña barricada en la puerta. Afortunadamente, las pudieron retirar pronto, porque antes de las dos regresó la luz.
«Uff, qué alivio. No ha sido para tanto». Les había cambiado la cara a Melani y Dorleta (Pepe Jeans), que según se arregló el problema empezaron a recibir clientes. Si no se daba mal la cosa y todo quedaba «en un sustito», igual podían salvar el día...
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