Estupefacción
El caso del sacerdote guipuzcoano acusado de actos sexuales impropios supone la desmitificación de la Iglesia vasca anterior a Munilla
Joseba Arregi
Sábado, 28 de enero 2017, 02:41
Una ronda de contactos telefónicos y directos con personas del entorno, nada significativa sociológicamente, me ha confirmado en que no estoy solo en la estupefacción ... que me ha provocado no el caso del sacerdote guipuzcoano cuyos actos de pederastia han sido conocidos recientemente, sino el tratamiento que los medios de comunicación han ofrecido de los hechos. Sé que hablar de los medios de comunicación y criticarlos es algo que puede resultar peligroso en los tiempos que corren porque le pueden soltar a uno una ración de estar contra la libertad de expresión y otra de la libertad de prensa como fundamento de la democracia como para quedar atolondrado durante mucho tiempo.
Y sin embargo es preciso plantear algunas preguntas sobre el modo de tratar el tema aludido por los medios de comunicación: las fotografías del sacerdote a toda página, páginas enteras dedicadas día va y día viene a los hechos, las referencias al escándalo intra y extraeclesial producido por los hechos y su conocimiento no se pueden explicar simplemente por la avidez del público por noticias que relacionan sexo e Iglesia; mucho menos por el interés que despiertan los escándalos de sexo en las sociedades actuales: son tantos que han perdido todo interés. Ha tenido que haber algo más que pueda explicar la, en mi humilde opinión, demasía en el tratamiento de la noticia.
En la misma noticia se puede encontrar un primer camino de respuesta a las preguntas: es el primer caso que se ha dado en la Iglesia vasca! Quienes tenemos muchos años y conocemos desde dentro el ámbito eclesiástico vasco sabemos que eso es simplemente falso. Casos parecidos e incluso peores los ha habido. Punto. Lo que sucede es que para algunos, o para muchos al parecer, la historia en general, y la de la Iglesia en particular comienza con la historia de lo que llaman Iglesia vasca. Y eso es lo que permite exclamar que el caso conocido es el primero.
Para ir acotando el tiempo de esa Iglesia vasca, e ir acotando al mismo tiempo a qué Iglesia vasca se refieren las noticias, no parece que sea el tiempo de los actuales obispos de las tres diócesis vascas: los sucesos son anteriores a Munilla, centrándonos en la diócesis de San Sebastián, y parece que las víctimas no están descontentas con la actuación de este obispo. Sucedieron antes. Desde que existe la tendencia a hablar de Iglesia vasca, desde que se hizo costumbre redactar y publicar notas y pastorales conjuntas de los obispos vascos, junto con la petición de que se declarara una Conferencia Episcopal vasca. La referencia a la Iglesia vasca incluye una serie de connotaciones que la definen: su defensa radical del Vaticano II, su aperturismo a los signos de los tiempos, su denominada cercanía al pueblo, es decir, su filonacionalismo, su progresía, su oposición a la Conferencia Episcopal española, su identificación con dos figuras episcopales de relieve como monseñor Setién y monseñor Uriarte. Una Iglesia activa en sus posicionamientos políticos, sobre todo en cuestiones sociales, pero también en asuntos que afectan al derecho de los pueblos, en cuestiones de derechos políticos colectivos.
Se trata de una Iglesia en la que la gran preocupación siempre ha sido la sucesión de ambos monseñores, la voluntad y el derecho a participar en esa decisión, una Iglesia que patrocinaba el derecho y la obligación de la Iglesia, la vasca y la vaticana, a mediar en la consecución de la paz en Euskadi, una paz sin vencedores ni vencidos, ofreciéndose como espacio físico y social de reconciliación y perdón. Una Iglesia que condenaba a ETA y su terror, sin participar para nada en el discurso del valor moral de la unidad política (Cañizares), y mucho en el derecho a la autodeterminación de los pueblos. Una Iglesia vasca muy vinculada al mundo nacionalista y lejana a lo que en la sociedad vasca e incluso dentro de la propia Iglesia no olía a vasco en el sentido nacionalista. Una Iglesia, ya ha quedado dicho, que ha condenado claramente a ETA, pero que ha dado no pocas razones a la acusación de equidistancia entre el terror y sus víctimas.
Para esta Iglesia es para la que me parece que el caso del sacerdote guipuzcoano acusado de actos sexuales impropios es el primer caso, y lo es en un sentido muy simbólico, pues supone la desmitificación de esa Iglesia, supone la pérdida de la virginidad en sentido figurado, supone tener que enfrentarse a la realidad de que un firmante de la carta contra la llegada del obispo Munilla sea difícil de defender ni ante la justicia eclesiástica, ni ante la justicia civil, ni ante Munilla ni ante el juez del sistema español que corresponda.
Esta desmitificación implica que ya es muy difícil mantener el mito de la superioridad moral, creyente, eclesiástica que era elemento importante de la mística de esa misma Iglesia vasca, lejos de la carcundia y españolismo de la Conferencia Episcopal española. Es muy duro tener que llegar a decir: somos como todos los demás. Esto es, creo yo, lo que explica la dimensión mediática que han adquirido unos hechos que los medios deben dar a conocer, pero que lo han hecho de forma sobredimensionada, me temo.
Menos mal que el éxito de la visita del lehendakari Urkullu a un muy alto cargo del Vaticano, con desconocimiento de los obispos vascos, de la Iglesia local, pero, vaya paradoja, con conocimiento de la nunciatura vaticana en Madrid y en presencia del embajador español devuelve, al parecer, algo del esplendor y de la mística perdida a causa del sacerdote guipuzcoano acusado de actos sexuales impropios: ya no es la Iglesia vasca, pero el Vaticano se vuelve algo vasco, participa, o así se quiere hacer ver, en los esfuerzos de Urkullu y de su hombre para la paz Jonan Fernández para, ahora que el Estado ha obligado a ETA a cesar en su terror, facilitar «cerrar bien el problema». Aunque me imagino que no todos compartirán su visión ni del problema ni de la solución.
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