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Por un momento, Juan Carlos Jiménez se temió ayer que San Juan de Gaztelugatxe se le iba a escapar una vez más. Este segoviano tenía un empeño especial y un poco inexplicable por conocer la pintoresca ermita vizcaína, pero, cada vez que se ponía a ... ello, algo se cruzaba en su camino: «Primero por la pandemia y después por el desprendimiento, esta es la cuarta vez que lo intento. Alguna de las anteriores ya tenía el hotel reservado y lo tuve que cancelar. Hasta ahora nunca había puesto los pies en el País Vasco: de joven pasé en tren hacia Francia, pero nunca lo había visitado. Y me está encantando: el Guggenheim, San Mamés, Santurtzi..., ¡pero yo he venido por San Juan! Así que hoy, como era el primer día que abrían, hemos venido prontito», explicaba en el control de acceso.
Y, vaya por Dios, se lo encontró con la persiana bajada. La apertura al público de San Juan, que no se ha podido visitar durante algo más de un año por culpa de un desprendimiento, estuvo marcada por cierta incertidumbre. A las once se pudo emprender el camino desde el parking, pero hubo que esperar casi una hora más hasta que los técnicos forales dejaron pasar por fin hacia la ermita al medio centenar de personas que se había reunido allí. «Esto está siendo decepción, alegría, decepción, alegría», resumía una chica en francés. Ayer no se exigió ticket, pero los fines de semana será obligatorio reservar la plaza (y, en verano, todos los días).
Los primeros de Gaztelugatxe fueron un grupo la mar de variado, una mezcla de locales que arrastraban la añoranza por su ermita y de turistas de lunes de abril. Había, por ejemplo, un autobús con personas de Valencia y Zaragoza: «Estamos dando vueltas por los parques naturales», aclaraba María Dolores Sanz, de Vall d'Albaida, aunque algunos miembros de la expedición prefirieron quedarse en el bar que emprender la subida a la ermita, por muy maravilloso que fuese el paisaje. Los jóvenes María García y David González venían de Extremadura, del Valle del Jerte. Su perra se llama Arya, un detalle que los delata como fans de 'Juego de tronos', pero aseguraban que la visita no se debía a esa doble personalidad de Gaztelugatxe como el 'Rocadragón' de la serie televisiva. Con lo bonito que tiene que estar el Jerte con los cerezos floridos, ¿no? «Ya no: ahora empieza el curro, ¡por eso nos hemos marchado, ja, ja...!».
«¡Allá vamos! Salimos como toros en Sanfermines», proclamó un visitante guipuzcoano cuando el grupo pudo emprender por fin la ansiada ascensión de los 241 escalones. La gente empieza con mucho brío, pero se va ralentizando a medida que avanza: lo mejor es que siempre pueden pararse a sacar una foto, o a fingir que la sacan, y así recuperar discretamente el resuello. Todavía había operarios trabajando en los accesos, pero el resto del paisaje estaba en su punto máximo de perfección, reluciente al sol bajo un cielo totalmente despejado. El islote de Aketxe, la plataforma de La Gaviota... y algo más que redondeaba el espectáculo: «Mira la flota de bajura -destacaba Jon Ander, un bermeano-. Está toda la flota del Cantábrico aquí mismo, ¡hacía muchos años que no había tanta anchoa tan cerca!». Y su amigo Josu asentía: «Yo tan pegado no lo había visto en mi vida».
Los dos saben del tema, porque desembarcaron hace un par de meses: Jon Ander viene de faenar en el Golfo de Guinea y Josu, del Índico. «Trabajamos en el atún y la tradición de la cuadrilla es venir a San Juan cuando se puede. Es el ritual: cuando se va para la mar se le suele pedir y, al volver, se dan las gracias. Ahora hacía dos años que no podíamos venir», explicaba Jon Ander, bien provisto de vino y viandas para almorzar. También de Bermeo es Jon Astuy, que nada más llegar arriba echó de menos la cuerda de toda la vida para hacer sonar la campana: «La tradición es tocarla tres veces, pero se supone que la quitaron por el coronavirus. Bueno, mi padre dice que ellos tocaban trece veces». Mejor tres, para agilizar, ¿no? «Él, cuando venga, tocará trece, aunque haya cincuenta personas esperando».
Pero también había visitantes extranjeros: franceses o italianos como Giulia, «de cerca de Venecia», que saludó las vistas con un entusiasmado «¡lindo panorama!». Gabriela Ormeño, peruana, se sacaba las dos variantes obligadas de selfi: unos con la ermita detrás y otros, con el inabarcable paisaje como fondo de lujo. La había llevado hasta allí su amiga Jessica López, también peruana, residente en Urretxu y apasionada de Gaztelugatxe: «Con esta son ya tres veces que he venido. Me encanta la mística que tiene este camino, te transporta».
Un paraje tan singular como este da lugar a este tipo de devociones. Como la de Juan Carlos, nuestro segoviano del primer párrafo, que por fin pudo visitar el lugar por el que sentía tanta fijación. ¿Satisfecho? «¡Ya lo creo! Ha sido larga la espera, pero ha merecido la pena».
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