Transversalidad
Se trata de una palabra de connotaciones positivas, opuesta a la unilateralidad. Precisamente por ello tiene gran aceptación entre los comentaristas políticos
Joseba Arregi
Miércoles, 5 de octubre 2016, 02:10
Ya se han celebrado las elecciones al Parlamento vasco. Pronto se constituirá éste y comenzará con sus trabajos. Se formará nuevo Gobierno con Urkullu de ... lehendakari. Y ya tenemos la palabra que parece que va a definir el quehacer de la próxima legislatura: transversalidad. No es que sea una palabra desconocida. Ya en tiempos de los gobiernos de coalición entre PNV y PSE fue una palabra muy utilizada. Da la sensación de que en una sociedad tan plural como la vasca la única forma legítima de hacer política es practicando la transversalidad.
Se trata de una palabra de connotaciones positivas, opuesta a la palabra unilateralidad. Precisamente por esta oposición goza de gran aceptación entre los comentaristas políticos, especialmente en los medios de Madrid, quienes subrayan que la voluntad de transversalidad junto con la intención de moverse dentro de los cauces legales hacen que el planteamiento del PNV y del lehendakari Urkullu se separen radicalmente de los planteamientos independentistas de los nacionalistas catalanes, y por ello deben ser saludados con regocijo.
No es cuestión de poner en duda la intención de atenerse a la transversalidad y a la legalidad del lehendakari y de su partido. Se da por supuesto, la intención. Pero ello no debe suponer obstáculo alguno para analizar qué se quiere decir con transversalidad y qué significa atenerse a la legalidad. Sobre todo cuando parece que todo el mundo sabe lo que significan las palabras convertidas en clave de discurso; es necesario acercarse más a su contenido y analizarlo, pues no pocas veces resulta que se usa una determinada palabra pero con significado distinto al que le corresponde.
Transversal significa que algo afecta a más de un conjunto, que lo que se pretende llevar a cabo no se conforma con representar la voluntad de un individuo, de un grupo, de un conjunto de ciudadanos, sino que se abre a recoger, al menos en parte, lo que quieren y pretenden individuos distintos, grupos y conjuntos de ciudadanos distintos, de forma que en el resultado puedan verse representados todos o una gran mayoría.
Normalmente se aplica esta idea de transversalidad partiendo de la idea de conjuntos homogéneos, sean individuos o grupos. Eso sucede, por ejemplo, cuando se habla de gobiernos transversales cuando están formados por el PNV y por el PSE. En este mismo sentido se ha hablado en los últimos meses de acuerdos transversales en la política española: entre el PSOE y Ciudadanos, entre Ciudadanos y el PP etc.
Pero quizá convenga, para entender plenamente el significado de transversalidad, poner en duda la homogeneidad de partida de los individuos o conjuntos que participan en la misma. En el caso de la política española se ve con claridad que ni el PSOE ni Podemos son conjuntos homogéneos. Mirando a la realidad vasca habría que decir que sería peligroso que alguien partiera de asumir que el conjunto de los votantes que ha tenido el PNV en las últimas elecciones conforma un conjunto homogéneo y no transversal en sí mismo, también en lo que afecta al futuro estatus de Euskadi en relación al conjunto del Estado. Lo mismo vale para el PSE o para Podemos.
Si bajamos al nivel de cada individuo, podría decirse que cada uno de ellos es una realidad homogénea en sí misma, pero no es cierto. No solo los estados son compuestos como acostumbran a decir algunos analistas políticos. También lo son las religiones, los pueblos, las nacionalidades, las naciones, las lenguas y los individuos. A estas alturas de la historia de la humanidad no hay realidad humana, ni siquiera la individual, que pueda ser considerada homogénea.
En la sociedad vasca, me atrevo a decir que la mayoría de las personas son compuestas en sí mismas, son transversales en el sentido de Amin Maalouf, quien se enfadaba cuando le pedían que dijera si era más libanés que francés o viceversa. Él respondía que no podía ser libanés sin ser francés, ni al contrario. Esa es la verdadera transversalidad, y así son la mayoría de los vascos. Y mucho más si nos atenemos a la práctica de la vida diaria. Y si los ciudadanos vascos en su mayoría son transversales en sí mismos ni el español ni el euskera se entienden, por ejemplo, sin su composición desde la herencia hebrea, cristiana, griega, romana, medieval y la tecnocientífica actual así lo es la sociedad vasca. Y esta transversalidad no es la que queda reflejada en las siglas de los partidos políticos. Es mucho más compleja. Sería un error garrafal pretender que se constituye la transversalidad debida a la sociedad vasca, sociedad compuesta donde las haya, a partir del presupuesto de conjuntos homogéneos en sí mismos como dan a entender las siglas de los partidos políticos.
Términos como blindaje de competencias, bilateralidad exclusiva y sala especial para asuntos vascos en el Tribunal constitucional son todo menos transversales, al igual que la voluntad de mantener relaciones de igual a igual entre Euskadi y España: como si ambos fueran realidades homogéneas en sí mismas. Al plurinacionalismo español le corresponde el plurinacionalismo de la sociedad vasca, ateniéndonos al mínimo de definición de nación: aquello con lo que un número de personas se identifica. En este sentido, España es interna a Euskadi, y por esa razón Euskadi no puede ser sino interna a España. Pura transversalidad.
Transversalidad es la interpenetración de las dos realidades, Euskadi y España, interpenetración histórica, social y política. En ello radical la transversalidad bien entendida. Por eso, tienen razón los que dicen que España tiene un problema en Euskadi que lo debe resolver. Pero simétricamente y en virtud de la transversalidad, igualmente lo tiene Euskadi con España y lo español como parte integrante de su propia realidad. Si no se entiende así la transversalidad mucho me temo que la legalidad de la que no se quiere salir será una legalidad forzada con consecuencias impredecibles.
Ya se han celebrado las elecciones al Parlamento vasco. Pronto se constituirá éste y comenzará con sus trabajos. Se formará nuevo Gobierno con Urkullu de lehendakari. Y ya tenemos la palabra que parece que va a definir el quehacer de la próxima legislatura: transversalidad. No es que sea una palabra desconocida. Ya en tiempos de los gobiernos de coalición entre PNV y PSE fue una palabra muy utilizada. Da la sensación de que en una sociedad tan plural como la vasca la única forma legítima de hacer política es practicando la transversalidad.
Se trata de una palabra de connotaciones positivas, opuesta a la palabra unilateralidad. Precisamente por esta oposición goza de gran aceptación entre los comentaristas políticos, especialmente en los medios de Madrid, quienes subrayan que la voluntad de transversalidad junto con la intención de moverse dentro de los cauces legales hacen que el planteamiento del PNV y del lehendakari Urkullu se separen radicalmente de los planteamientos independentistas de los nacionalistas catalanes, y por ello deben ser saludados con regocijo.
No es cuestión de poner en duda la intención de atenerse a la transversalidad y a la legalidad del lehendakari y de su partido. Se da por supuesto, la intención. Pero ello no debe suponer obstáculo alguno para analizar qué se quiere decir con transversalidad y qué significa atenerse a la legalidad. Sobre todo cuando parece que todo el mundo sabe lo que significan las palabras convertidas en clave de discurso; es necesario acercarse más a su contenido y analizarlo, pues no pocas veces resulta que se usa una determinada palabra pero con significado distinto al que le corresponde.
Transversal significa que algo afecta a más de un conjunto, que lo que se pretende llevar a cabo no se conforma con representar la voluntad de un individuo, de un grupo, de un conjunto de ciudadanos, sino que se abre a recoger, al menos en parte, lo que quieren y pretenden individuos distintos, grupos y conjuntos de ciudadanos distintos, de forma que en el resultado puedan verse representados todos o una gran mayoría.
Normalmente se aplica esta idea de transversalidad partendo de la idea de conjuntos homogéneos, sean individuos o grupos. Eso sucede, por ejemplo, cuando se habla de gobiernos transversales cuando están formados por el PNV y por el PSE. En este mismo sentido se ha hablado en los últimos meses de acuerdos transversales en la política española: entre el PSOE y Ciudadanos, entre Ciudadanos y el PP etc.
Pero quizá convenga, para entender plenamente el significado de transversalidad, poner en duda la homogeneidad de partida de los individuos o conjuntos que participan en la misma. En el caso de la política española se ve con claridad que ni el PSOE ni Podemos son conjuntos homogéneos. Mirando a la realidad vasca habría que decir que sería peligroso que alguien partiera de asumir que el conjunto de los votantes que ha tenido el PNV en las últimas elecciones conforma un conjunto homogéneo y no transversal en sí mismo, también en lo que afecta al futuro estatus de Euskadi en relación al conjunto del Estado. Lo mismo vale para el PSE o para Podemos.
Si bajamos al nivel de cada individuo, podría decirse que cada uno de ellos es una realidad homogénea en sí misma, pero no es cierto. No solo los estados son compuestos como acostumbran a decir algunos analistas políticos. También lo son las religiones, los pueblos, las nacionalidades, las naciones, las lenguas y los individuos. A estas alturas de la historia de la humanidad no hay realidad humana, ni siquiera la individual, que pueda ser considerada homogénea.
En la sociedad vasca, me atrevo a decir que la mayoría de las personas son compuestas en sí mismas, son transversales en el sentido de Amin Maalouf, quien se enfadaba cuando le pedían que dijera si era más libanés que francés o viceversa. Él respondía que no podía ser libanés sin ser francés, ni al contrario. Esa es la verdadera transversalidad, y así son la mayoría de los vascos. Y mucho más si nos atenemos a la práctica de la vida diaria. Y si los ciudadanos vascos en su mayoría son transversales en sí mismos ni el español ni el euskera se entienden, por ejemplo, sin su composición desde la herencia hebrea, cristiana, griega, romana, medieval y la tecnocientífica actual así lo es la sociedad vasca. Y esta transversalidad no es la que queda reflejada en las siglas de los partidos políticos. Es mucho más compleja. Sería un error garrafal pretender que se constituye la transversalidad debida a la sociedad vasca, sociedad compuesta donde las haya, a partir del presupuesto de conjuntos homogéneos en sí mismos como dan a entender las siglas de los partidos políticos.
Términos como blindaje de competencias, bilateralidad exclusiva y sala especial para asuntos vascos en el Tribunal Constitucional son todo menos transversales, al igual que la voluntad de mantener relaciones de igual a igual entre Euskadi y España: como si ambos fueran realidades homogéneas en sí mismas. Al plurinacionalismo español le corresponde el plurinacionalismo de la sociedad vasca, ateniéndonos al mínimo de definición de nación: aquello con lo que un número de personas se identifica. En este sentido, España es interna a Euskadi, y por esa razón Euskadi no puede ser sino interna a España. Pura transversalidad.
Transversalidad es la interpenetración de las dos realidades, Euskadi y España, interpenetración histórica, social y política. En ello radical la transversalidad bien entendida. Por eso, tienen razón los que dicen que España tiene un problema en Euskadi que lo debe resolver. Pero simétricamente y en virtud de la transversalidad, igualmente lo tiene Euskadi con España y lo español como parte integrante de su propia realidad. Si no se entiende así la transversalidad mucho me temo que la legalidad de la que no se quiere salir será una legalidad forzada con consecuencias impredecibles.
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