Hambre y apetito
El objetivo primordial de nuestros políticos debería ser el de colmar las carencias en lugar de incitar a la bulimia de supuestos derechos que solo existen en las mentes de las élites abertzales
Luis Haranburu Altuna
Jueves, 9 de junio 2016, 22:27
En treinta y tres municipios de Gipuzkoa y uno de Bizkaia Gure esku dago ha organizado sendas consultas apelando al derecho a decidir. Todos ellos ... eran enclaves de reconocido pedigrí abertzale y el umbral del voto se ha había rebajado a los 16 años. Pues ni así. Ni siquiera un tercio de la población ha acudido a votar, aunque quienes lo han hecho se han inclinado por la opción de formar parte de un Estado vasco independiente y soberano, sea lo que fuere dicha soberanía. Los organizadores no se dan por vencidos ante tan magros resultados y prometen volver una y otra vez a intentarlo. Ibarretxe y Otegi han respaldado las consultas y el exlehendakari ha calificado de «increíble» el acontecimiento y ha recordado que «el apetito viene comiendo». Otegi ha aplaudido a Ibarretxe diciendo: «Lehendakari, sigamos incrementando el apetito».
De las palabras de ambos líderes se desprende que la función de los políticos nacionalistas no es tanto el saciar el hambre de sus ciudadanos sino despertar y estimular su apetito soberanista. Pensaba que la tarea de los políticos era responder a las necesidades de los ciudadanos, empleándose a fondo en solucionar los mil y un problemas que la vida política representa. Creía que hacer carreteras, velar por la inflación, mantener el nivel adquisitivo de las pensiones, potenciar la convivencia ciudadana, procurar el bienestar de los más necesitados o hacer posible el ejercicio de los derechos y libertades eran labores propias de la función pública, pero estaba equivocado. Lo que realmente importa es despertar el apetito acerca de cuestiones inmateriales de difícil concreción, así como potenciar supuestos derechos subjetivos de discutible fundamento. Despertar el apetito por la soberanía supone provocar una demanda política artificial o, cuando menos, de interés minoritario. Estimular el apetito sin saciar el hambre primordial es, además, un ejercicio de irresponsabilidad política. Postular el soberanismo cuando se disfruta de una envidiable autonomía, sin equiparación en Europa y en el mundo, es un dislate propio de talibanes de la política.
El que a la consulta de Gure esku dago haya acudido tan solo el 29,3% de la población convocada dice mucho acerca del sentir minoritario del independentismo vasco, dato este que viene a confirmar la encuesta del último Euskobarómetro, que arrojaba un porcentaje del 24% de vascos favorables a la independencia. Esta cifra supone un retroceso de 13 puntos porcentuales con respecto al 37% de quienes hace tan solo tres años reivindicaban la independencia de Euskadi como opción preferente. Algo ha ocurrido para que el porcentaje de los partidarios de la independencia haya descendido en caída libre. Con el final de ETA la población vasca ha relajado su estrés identitario. Es evidente que una parte de la población vasca se ha sentido liberada tras la derrota de ETA y ha asumido que la independencia no es ni inexorable ni deseable. Es evidente que la existencia de ETA condicionaba la libre autodeterminación de los vascos y estos se han sentido liberados al concluir la actividad terrorista. No hace ni cinco años que ETA dejó de matar y la ciudadanía vasca ha recuperado su serenidad y libertad políticas.
La sociedad vasca tiene hambre de más prosperidad, necesita más y mejores empleos, requiere una educación eficiente, precisa de viviendas asequibles y baratas. El objetivo primordial de nuestros líderes políticos debería ser el de colmar las carencias y hambres reales de los vascos, en lugar de incitar a la bulimia de supuestos derechos que solo existen en la mente de las élites abertzales. El hambre es una necesidad natural que conviene saciar, pero el apetito pertenece al orden de las pasiones y estas no siempre son positivas ni se encaminan a la felicidad. Los políticos no deberían suscitar apetitos que tan solo conducen a la melancolía y a la frustración. El hambre es una pulsión primordial del ser humano que tiene que ver con la supervivencia, mientras que el apetito es una pasión que conviene modular.
Baruch Spinoza diseccionó la condición humana al analizar sus apetitos y definir al deseo como la esencia del hombre. De entre los apetitos distinguió aquellos encaminados a lograr la perfección humana y que proporcionan alegría, de los que tienen por objeto la satisfacción de las pasiones primarias y que, a la postre, producen tristeza. El apetito de la independencia es de los que producen desgarros en la sociedad y provocan la melancolía en quienes la persiguen. El Estado moderno tiene vocación de perseverar en su integridad, lo cual es saludable y positivo, mientras que la escisión provoca consecuencias negativas. La guerra y el terror son dos lacras que tienen en los apetitos humanos su raíz; la paz y la convivencia, sin embargo, son fruto de la satisfacción de las necesidades primarias del hombre. ¿Para qué potenciar el apetito si todavía tenemos hambre de paz y normalidad?
La Cataluña de Puigdemont y la CUP es hoy una comunidad políticamente rota y económicamente quebrada tras empujarla sus élites al callejón sin salida de un radicalismo tan irracional como reaccionario. Cataluña está pagando muy cara la deriva a la que sus élites soberanistas la han conducido manipulando sus sentimientos y obcecando su razón política. Los vascos hemos aprendido en casa ajena la lección y ello contribuye, sin duda, al enfriamiento de las posiciones extremas y radicales que hasta hace poco alentaban la secesión de España. Es obvio que la reivindicación independentista no cejará en su empeño y que convocará consultas allí donde esté segura de ganarlas, pero aparte de mantener viva la llama, poco recorrido tiene en esta sociedad vasca curada de espantos.
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