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Miguel Pérez
Jueves, 10 de septiembre 2015, 01:26
Hay vidas que resumen episodios de la historia de un país. Por ejemplo, Lluís Llach. De aquel chaval del Baix Ampurdan que practicaba al piano ensayando una y otra vez Para Elisa al hombre que levantó de sus asientos a 95.000 personas en el Camp Nou hace un par de años interpretando LEstaca y Tossudament alçats en el reivindicativo Concierto por la Libertad a favor del derecho a decidir media toda la vida política contemporánea de España. Desde la dictadura, que no sólo llevó la noche al país sino a Lluís Llach a pasar una temporada en Francia, hasta el proceso independentista de Cataluña, estación término si se quiere del desarrollo del Estado de las autonomías hasta el momento. Amén de apuesta arriesgada de Artur Mas, en la que habrá que esperar a la noche electoral del próximo día 27 para ver si cruje Cataluña o cruje el president.
A los comicios se presenta también este hombre, Lluís Llach. Se trata de su particular estación termino respecto a un sentimiento que ya vino con él. «Yo he sido nacionalista e independentista toda la vida, no es algo que haya resurgido», ha manifestado el cantante en más de una entrevista. Y a sus 67 años lo ha materializado como cabeza de la candidatura por Gerona de Juntos por el Sí, la lista que aglutina a Convergència, ERC y un conjunto de organizaciones soberanistas entre las que figuran las poderosas Asociación Nacional Catalana y Ómnium Cultural. Llach no es el único rostro conocido, aunque sí el que más da la cara. La lista la cierra Pep Guardiola, pero en plan simbólico. Codirigir un país de mañana y entrenar al Bayern por la tarde cansa al más soberano.
«Somos muchos los que pensamos que formamos una nación y que como tal necesitamos instrumentos para realizarnos», afirma el cantautor, que estos días ha logrado el milagroso efecto de participar en algunos actos políticos con Raül Romeva, Oriol Junqueras, Carmen Forcadell y, evidentemente, Artur Mas, pero sin perder su halo de discreción. De trabajo callado. Y no es fácil. Te dejas caer por la sede de Convergència y de repente te fotografían saliendo dentro de una caja de documentos sospechosos en manos de la Guardia Civil.
Pero Lluís Llach siempre ha sido un tipo bastante discreto, situado además en las antípodas de los bajos fondos de la política. Se retiró de la música en 2007 y desde entonces ha vivido como un «hombre vulgar», como si no le importaran demasiado su treintena de discos, los libros que ha escrito y su condición de abanderado histórico de la nova cancó. Con otros cantautores como Joan Manuel Serrat, Raimon, María Amèlia Pedrerol, Francesc Pi de la Serra o María del Mar Bonet, Llach fue uno de los exponentes de aquel movimiento nacido a finales de los años 50 que mayor popularidad obtuvo, quizá por experimentar con la parte melódica y afrancesada del género. No hay que olvidar la influencia de Georges Brassens, cuyas canciones traducidas por Espinàs guiaron la nova cancó.
El niño «anarquista»
El artista reside entre viñedos y libros en el pueblo de su madre, Porrera. Su madre era maestra. De procedencia republicana. Su padre, médico. Ella le inculcó el valor de la música. Y eso que el niño Lluís no quería. De hecho, no quiso ser músico hasta que ya tenía tres discos editados, lo cual indica que, o bien es un hombre que se toma su tiempo para pensar las cosas, o que fue una pasión de cocción lenta. El caso es que decidió hacerse cantautor justo cuando el franquismo le prohibió cantar en catalán. Ahí tienen la metáfora de la paradoja perfecta. Eso fue hacia 1970. Pero él siguió. Tampoco se asombren. De niño, LLach quería ser «anarquista», pero eso, por sí solo, no da de comer.
Seguimos en Porrera. Llegó allí en 1992 desde Vergés, la localidad en la que vivió desde la infancia y donde tenía un estudio de grabación y mucha gente alrededor. Fue en busca de una tranquilidad rural que le revitalizara, acunado por los campos y a la sombra de las vides colgadas en el patio, y un par de años después fundó una bodega de vinos para ayudar a la economía comarcal del Priorato, arrasada como consecuencia de las riadas que despertaron la cólera de los ríos Francolí y Brugent.
Así comenzó hace un tiempo su etapa de «viejo joven». «La vejez me parece uno de los momentos más interesantes del ser humano porque la capacidad de observación, síntesis y destilación de los acontecimientos vitales se hace desde la perspectiva de la experiencia», señalaba el día de su despedida de los escenarios, cuando dijo entrar en el «tercer acto» de su vida. En realidad, el cantautor comparte su tiempo entre Cataluña y Senegal, donde dirige una fundación para personas desfavorecidas. El país africano logró que volviera a componer un puñado de canciones en 2012 como banda sonora de Yayoma, el documental que muestra el trabajo de su ONG para promover la pesca sostenible y dar empleo a los jóvenes de las aldeas.
Probablemente, Lluís Llach ha llegado a la candidatura de Juntos por el Sí gracias a la resaca. A esa corriente formada durante 40 años de canción militante, la canción protesta de toda la vida, que entonces le llevó mar adentro y ahora le ha devuelto a la playa. «Me siento un cantante comprometido, esto que está tan demodé. La ética es una obligación moral», reza en su ideario. Justo en su despedida musical confesaba su intención de continuar «cuestionándome a mí mismo y al entorno», aunque admitía el vertigo a la pérdida de trascendencia. Él, que en los años 70 entonaba LEstaca -la canción que el sindicato Solidaridad adoptó como himno no oficial- y el auditorio se venía arriba como una sola voz y una sola lágrima. «Quizá entonces me dé la sensación de que nadie me escucha, a no ser que salga a dar gritos desde mi terraza. Pero en todo caso es otro reto hermoso: ejercitar la humildad».
Ahora ha vuelto a los escenarios, a que la gente le escuche, pero no en escalas tan importantes de su carrera como el Olympia de París, el teatro Monumental de Madrid, el Estadio de Montjuic o incluso el Centro Metodista de Londres, donde en los 70 compartió actuación con un imberbe Joaquín Sabina. Ahora este «antipujolista por izquierdoso» y nacionalista «no por banderas» sino porque quiere «países libres donde vivan hombres libres» lleva su canción protesta a los mítines en salones y casas de cultura.
Allí dice cosas como que los catalanes han pasado por un proceso de «insurrección social de calidad inimaginable» desde que Artur Mas regresó de La Moncloa con el rechazo de Mariano Rajoy a su propuesta de pacto fiscal para Cataluña. El famoso portazo. Y esa insurrección parece haberle fortalecido. Dice que hoy sus paisanos se encuentran inmersos en «una revolución democrática para dejar de ser súbditos y poder ser ciudadanos de pleno derecho» y recuerda que dos de los motivos por los que figura en las listas de Juntos por el Sí son la edad -a los 67 años afirma que «tiene prisa»- y la energía desprendida por las masivas movilizaciones ciudadanas. Entre ellas, el Concierto por la Libertad, el Freedom for Catalonia que reunióa 450 artistas en el Camp Nou en 2013 y donde su repertorio fue el arco voltaico necesario para aquella catarsis.
Felipe González y la OTAN
Pero es que lo suyo no representa ninguna novedad. Ya en 1968 rechazó una oferta de la multinacional CBS para grabar un disco en castellano a cambio de dos millones de pesetas (entonces una fortuna) y optó por firmar con Concèntric, un pequello sello centrado en promover la cultura y la lengua catalanas. María del Mar Bonet, Pau Riba y Guillermina Motta formaron parte de la plantilla de artistas de esta sociedad durante el breve tiempo que duró la aventura, entre 1964 y 1973.
Un rumor asegura que por aquellos años Manuel Fraga tenía el don de la ubicuidad y era fácil verle al mismo tiempo en multitud de puntos de España geográficamente muy distantes. Llach puede confirmarlo. Era cantar en catalán y que le viniera una sanción. O un concierto suspendido. Y como cantaba siempre en catalán, acumulaba tantas sanciones como éxitos.
En algunos momentos la cosa rozó el absurdo de prohibirle repetir temas en un mismo recital o, por ejemplo, cantar fuera de Cataluña. Martín Villa le echó el cierre en varias actuaciones porque hablaba con el público entre canción y canción. Sería por ser cantautor, puede pensarse. Aunque el surrealismo también ha sido un ingrediente de su vida. Él mismo denunció a Felipe González cuando era presidente del Gobierno por violación de promesas electorales por la entrada de España en la OTAN.
¿Y tú de quién eres?, es la pregunta que le queda por responder a este candidato de una lista tan heterodoxa como la de Juntos por el Sí. «Un outsider», respondía Llach en 2002 a un diario nacional.
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