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Las primeras horas de 'libertad' para los niños en Bizkaia
EL CORREO acompaña a Lizardi y Aiala en su primer paseo corto junto a su aita y sus dos perros en Bilbao. Ellos son dos de los 150.000 menores vizcaínos que hoy pueden volver a pisar la calle tras mes y medio de confinamiento.
Lizardi tiene «seis años y medio» y Aiala cuatro. Hoy es su gran día. Después de más de seis semanas encerrados, todos los niños pueden salir a la calle para un paseo corto que sabe a gloria. Cuentan sus padres, Egoitz Bikandi y Lorena García, que la primera en despertarse, como cada día, ha sido Aiala. A las nueve en punto de la mañana se abría la veda y ellos han pisado la calle pocos segundos después. Lizardi ha bajado a la carrera a su portal de la calle Camino del Bosque, en Atxuri, pero se ha parado ante la puerta, como un poco cohibido. Poco después ha llegado su hermana y su padre les ha ayudado a ajustar las mascarillas. Todo listo, a descubrir el mundo. Lorena, su ama, sigue la escena desde una ventana repleta de dibujos y dinosarios. Sólo un adulto por familia, ya lo saben.
«No tenemos ruta pensada pero haremos el camino que hacíamos antes de todo, a por el pan y a la Plaza Nueva», cuenta su aita. Los dos niños dan los primeros pasos jugando con las perras y contando sus historias. «Puedo ver a dos de mi clase desde casa. Telmo, que es mi hermano de leche, y Ander», cuenta orgulloso Lizardi. Egoitz aprovecha para recordarles cómo actuar si se encuentran a alguien conocido «le saludamos pero sin acercarnos mucho, ¿verdad?». Llegan a la escuela de Atxuri, su cole. Los dos miran el impresionante edificio con un aire de extrañeza. «Hoy no hay cole pero si no estaríamos dentro ya», apunta Aiala.
En la excursión les acompañan sus dos perras, Remi y Lira, de 15 y 13 años pese a su pequeño tamaño y cuyos paseos diarios han servido para que los mayores tomen contacto con la realidad de puertas afuera. Lizardi y Aiala son dos de los 150.000 menores vizcaínos que han recuperado la 'libertad' después de tanto tiempo de confinamiento. De ellos, casi la mitad están censados en Bilbao, con Miribilla como el barrio con más población de esta edad.
Es temprano y la calle está tranquila y despejada. La mayoría de los padres está todavía en la retreta matinal para el desayuno. Hay alguna persona mayor que camina por el Casco Viejo, cerca de su casa en Atxuri. Los metros van casi vacíos, con un par de personas por vagón. Lizardi y Aiala entran corriendo en los soportales de la Plaza Nueva, inmersos en esa sensación máxima de libertad. Una percepción que, si todo va bien
-si los contagios siguen a la baja durante la semana que mañana arranca- también la tendrán los mayores a partir del próximo sábado 2 de mayo. Podrán salir a hacer deporte y a pasear en familia, aunque los detalles se conocerán este martes, después del Consejo de Ministros. Los dará el propio Pedro Sánchez, que anunció la medida este sábado.
Pero antes, este domingo, los primeros que han pisado con ciertas condiciones la calle son los menores de 14 años: solo pueden salir una hora, una vez al día, con un adulto (padre, madre, hermano o uno de sus cuidadores, éste con un permiso), y a un kilómetro como máximo de su hogar. Y eso ha ocurrido con los protagonistas de nuestro reportaje.
Poco a poco, van llegando más vecinos a la Plaza Nueva. Una pareja que los saluda efusiva: «¡Sois los primeros niños! ¡Bienvenidos!» Una niña subida en un patinete con su madre y un chico de unos 10 años con patines acompañado de su padre. Todos se observan entre ellos en la distancia pero nadie se acerca. A lo largo del día, en las horas punta, seguramente será otra historia.
Los aitas han hecho encaje de bolillos estos días para compaginar su empleo con su cuidado. Egoitz hace parte de su trabajo como veterinario con el teletrabajo pero tiene que salir a las peritaciones. «La semana pasada me tocó ir al matadero de Zestoa y Lorena tuvo que pedirse días de vacaciones para cuidar a los niños», comenta. Aitities y amamas estaban descartados como población de riesgo. Lorena trabaja en el laboratorio de la papelera de Durango y el papel se ha considerado «esencial» en un decreto que lidera el ranking de los más leídos de la historia. El del estado de alarma, ese 14 de marzo inolvidable.
Desde entonces, Lizardi y Aiala, se han dedicado a jornada completa a «jugar pintar, bailar y hacer zumba con su ama», con algún paréntesis para «los etxekolanak», esos deberes que han devuelto a padres y madres a las angustias de la matemáticas y el lenguaje. «Hemos montado el scalextric y también el tren de madera, que nos encanta», relatan Lizardi y Aiala. «Incluso han subido al patinete por el pasillo y hasta lo han intentado con la bicicleta», añade su padre entre risas. Los dos pequeños difrutan cada noche con los aplausos y Lizardi no olvida que un día «salimos con una vela porque había muerto una sanitaria».
Ahora que pueden salir, es hora de hacer planes. Cuando el tiempo lo permita, podrán pedalear al aire libre y bajo el sol, ese regalo cotidiano que tanto han echado en falta. Aiala tiene claro que, en cuento se pueda, quiere ir «a comprar un yogur grande y a la piscina». «La piscina del polideportivo ha dicho aita que está vacía todavía», le recuerda su hermana mayor. «Traer las bicis», se antoja una prioridad general. Son las nueve menos cuarto y los tres emprenden el regreso junto a sus mascotas. Los pequeños no se han tocado la mascarilla en todo este rato y sólo se la bajan un poco ahora para mostrar su cara, cuando ven a los mayores hacer lo mismo. Cumplen a rajatabla. Al llegar a casa limpiarán las patitas de las dos perras con una toallita, como les ha enseñado su padre. Los niños ya están en la calle. «Ya era hora». Y, en unos días, si los contagios siguen a la baja, les seguirán los paseos en familia y el deporte. La vieja normalidad se va abriendo camino.
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